Una revolución supone, de acuerdo a su significado más elemental, un cambio estructural y abrupto que transforma radicalmente una situación. En términos cuantitativos una transfomación radical supone un cambio de 180º. En este sentido, la mayoría de las autodenominadas revoluciones sociales -y la nuestra no ha sido la excepción- han pretendido abrogarse, esta vez sí, un “verdadero” carácter “progresista”, extremando las medidas revolucionarias al punto de llegar a los 360º.

La “Revolución Bolivariana” pretendió la transformación de la sociedad venezolana en todos los campos posibles. Sin embargo, al mostrar una orientación expresamente socialista, se concentró en la generación de cambios estructurales en el sistema de producción, desechando años de impulso industrializador y mostrando como único logro del “proceso” la desindustrialización del país y la destrucción de su aparato productivo.

Entre las primeras ideas de las élites industrializadoras del siglo XX se encontraba la de la independencia de la economía nacional de la actividad petrolera. Para estas, era vital el control y fortalecimiento de la industria del crudo, a fin de llevar a cabo una política de industrialización y diversificación de las fuentes del ingreso nacional, neutralizando con ello la extrema dependencia del petróleo[1].

En este orden de ideas, la región de Guayana cobraba importancia capital en el proyecto nacional, pues sería la base de la diversificación económica y del proceso de industrialización del país, coadyuvando con ello a la implantación, mantenimiento y consolidación del anhelado sistema democrático. A propósito de ello, Rómulo Betancourt proyectó los efectos que la “operación Guayana” -como llamó a su política de industrialización en la región- tendría en otros sectores del país, al “formar esa legión de técnicos que necesitamos cuando dentro de poco tiempo se nos convierta Guayana, o la convirtamos nosotros” (….) en un pequeño Ruhr de nuestra América (…); donde la producción de aluminio será tal que podremos exportar el 25% del aluminio del mundo (…), donde después de que construyamos la represa del Guri (...) [estemos] en capacidad de llevar energía eléctrica al precio de céntimos de bolívar al último rincón de Venezuela”[2]; y añadió un año más tarde (1961) que será en Guayana, donde se desarrolle “un gran centro de producción industrial”, pues es allí donde estará “el epicentro de la gran Venezuela industrializada del futuro”[3].

Siguiendo aquella orientación, se crearon las organizaciones que, articuladas, serían responsables de concretar aquel onírico ideal que sentó las bases del proceso de industrialización del país: la Oficina Central de Coordinación y Planificación (Cordiplan) que crearía la Corporación Venezolana de Guayana (CVG); responsable a su vez de la fundación de la Compañía Anónima de Administración y Fomento Eléctrico (Cadafe), en 1959, con el fin de generar, producir y distribuir la energía eléctrica, fusionando los servicios de todas las empresas estatales de la actividad existentes para el momento. La Empresa de Electrificación del Caroní (Edelca) en 1964, mismo año en el que se creó la CVG Siderúrgica del Orinoco C.A. (Sidor). EDELCA produciría la electricidad suficiente y a precios razonables; la CVG transformaría las riquezas minerales de Guayana; y CADAFE distribuiría la electricidad producida por ésta y por EDELCA. Se lograba con ello que, para 1968, el 82% del consumo eléctrico interno del país ya fuera suplido a partir de la producción nacional.

La CVG también planificó la construcción de la Represa del Guri en el río Caroní del Estado Bol, iniciada en 1963 ieparte de la continuacisas productoras de aluminio.ral Isaolana"al mas derivadas de las expresadas industriaívar. Iniciada en 1963, contó con una capacidad de diez unidades de generación, para mostrar una capacidad total instalada de 2065 MW. Comenzó a funcionar comercialmente en 1978 y algunos años más tarde, en 1985 fue incorporada una nueva central que añadiría otras diez unidades de generación de 730 MW cada una, para alcanzar una capacidad total de 10.000 MW, convirtiendo al Guri en la segunda central hidroeléctrica del mundo.

Concretamente y como evidencia de la continuidad estratégica del desarrollo industrial apalancado en la región de Guayana y liderada por la CVG, se impulsó la creación de un conjunto de empresas para la mejor explotación de los recursos minerales de la zona. Los efectos de aquella política industrial, combinada con las políticas globales seguidas por los gobiernos durante el período que va desde la reinstauración de la democracia en 1958 hasta 1998, se evidenciaron no sólo cualitativamente, sino también cuantitativamente a través de las cifras de crecimiento. “El sector industrial creció sostenidamente al punto que pasó de representar 10,8% del Producto Interno Bruto (PIB) total en 1958, a 11,0% en 1963; 11,9% en 1968; 13,2% en 1973; 15% en 1978”[4].

El desarrollo de la región de Guayana, aunado al de la industria petrolera, se constituyó así en el eje del proceso de industrialización nacional, concretando con ello un anhelo que debía profundizarse y mantenerse como fundamento de las políticas económicas de los gobiernos de turno. Sin embargo, la “Revolución Bolivariana”, instalada en el año 1999, rompió aquella continuidad e inició un proceso de “transformación socialista” de la economía. La pérdida del objetivo inicial y la consecuente desorientación del modelo de desarrollo industrial, así como la ruptura del consenso ideológico y programático significó un punto de inflexión que derivó en un desempeño operativo que destruyó la capacidad de las empresas básicas, su competitividad externa y su impacto sobre el proceso de diversificación económica y de expansión industrial, dando entrada a un proyecto populista y militarista que ha destruido los cimientos del modelo de desarrollo ideado en los primeros años de la democracia.

Basta con ver algunas cifras para dar cuenta de los “logros” de la “revolución”: mientras el PIB del sector manufactura se incrementó significativamente entre 1950 y 1980: 221% en los 50´, 114% en los 60´ y 97% en los 70´; en las décadas siguientes (1980-2010) el comportamiento del PIB se revierte, pasando de un 15% de crecimiento en los 80´a un 1% en los 90´ hasta llegar a la desconsoladora cifra, para la primera década del siglo XXI, de (-7%).

En suma, la “gran obra” de la “revolución” fue llevarla hasta el extremo. Ahora, después de un costoso giro de 360º que nos trajo, en lo económico, y en el mejor de los casos, a mediados del siglo XX, el reto será, nuevamente, la industrialización del país.

L.M. Lauriño Torrealba

@luislaurino

[1] Estaba en ello la idea de “…sembrar el petróleo. Así una riqueza transitoria y perecedera, le aportaría cimientos estables a una Venezuela para siempre”. En: Betancourt, R. Venezuela, Política y Petróleo. Fondo de Cultura Económica. México. 1956. p. 293.

[2] Betancourt, R. Antología Política. Volumen Séptimo. 1959-1964. Editorial Fundación Rómulo Betancourt. Fondo Editorial Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Caracas. 2007. p. 202.

[3] Íbidem. p. 262.

[4] Pérez, I. La Industrialización de Venezuela (1958-2012). Centro Gumilla. 2013. p. 475. En: http://gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC2013760_474-477.pdf. Recuperado el 08-05-15.