Las crisis políticas, como daño colateral, siempre producen altos costos económicos. La mayor expresión de tales costos es cuando estas crisis derivan en conflictos bélicos. Porque, acompañados de la tragedia de pérdida de vidas humanas, luego producen una destrucción de la infraestructura y del aparato productivo, los cuales, a su vez, después necesitan de un largo proceso de reconstrucción durante el período de posguerra.

En Venezuela, la crisis política que se inició con las fuertes dudas sobre la legalidad del proceso de sucesión del fallecido Presidente Hugo Chávez Frías, a escasos tres meses de su investidura -y que aún continúa- ha tenido unos costos económicos gigantescos.

Tales costos se pueden resumir en lo siguiente:

Según el consenso de los analistas, durante los últimos tres años la economía se ha contraído en un 35%. Dicha contracción es una cantidad equivalente a lo que se contrajo la economía estadounidense durante la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado. Más recientemente, han salido otros datos sobre esa misma variable. Y se trata de que la contracción de la economía, a partir del 2011, es del 51%. Para poner esa cifra en perspectiva, durante la Segunda Guerra Mundial la economía alemana se contrajo el 49%.

Si del parque industrial se trata, las cifras que ha hecho públicas Conindustria indican que de 12.000 industrias que existían en 1998, quedan tan solo 4.000. Pero, además, de las que quedan, operan a un nivel de actividad oscilante entre el 40% y el 30%. Puestas ambas cifras en su debido contexto, eso quiere decir que la actividad industrial venezolana hoy genera solamente el 15% de lo que producía hace casi 20 años.

En el comercio y los servicios, las cosas no son muy distintas. Y lo peor es que afectan desde los pequeños fondos de comercio, hasta las otrora grandes tiendas por departamento. Sólo hay que pasearse por un centro comercial de cualquier ciudad, para darse cuenta de la cantidad de locales con sus vitrinas cubiertas de papel. Recordamos, por cierto, que la tienda de una de las principales firmas de ropa española, de sus cuatro pisos de espacio, tiene operativo solamente la mitad de la planta baja. Es decir, un 13% que coincide con la cifra de contracción de la industria.

La destrucción del capital humano nacional expresado en la diáspora también adquiere proporciones que igualan o exceden tragedias anteriores de este tipo. Tres millones de venezolanos -que es lo que se estima que ya ha emigrado- equivalen al 10% de la población, mejor dicho, a una cantidad comparable con la que emigró de Cuba al inicio de la tiranía castrista. En el caso de Cuba, no tomar la vía de un exilio sin posibilidad de retorno en esos primeros años, conllevaba la posibilidad casi cierta de terminar en el paredón o siendo sometido a cadena perpetua. Ese, afortunadamente, no es el caso venezolano. Sin embargo, el hecho de que así todo el porcentaje sea comparable, dice mucho de la dimensión económica de nuestra diáspora.

Todo lo anterior sería suficientemente trágico, si lo que se estuviera haciendo es un inventario de la destrucción a las puertas de un gobierno de transición con ideas claras de lo que hay que hacer. Pero ese no es el caso. Porque la economía se sigue contrayendo, la hiperinflación sigue haciendo sus estragos, y lo que se oye de los voceros del Gobierno, es que están preparándose para anunciar unas medidas que no pasan de ser un gigantesco más de lo mismo.

Por lo visto, entre ellos no hay nadie que señale que, si se cometen los mismos errores, sólo se pueden esperar los mismos resultados. Sin embargo, eso no es precisamente cierto. Porque al nivel de deterioro y de hiperinflación en que nos encontramos, cometer los mismos errores –como, al parecer, se está a punto de hacer- no va a producir los mismos resultados. Por el contrario, serán unos mucho peores.

Quien no lo crea, que aprenda de la Argentina de los años 80. Entonces, cada plan heterodoxo, El primavera, El Austral 1, el 2, y el 3, aceleraba el desenlace de un colapso económico de esos de los que rara vez sobreviven los gobiernos que los provocan.

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

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