Eso de que 'no por mucho madrugar amanece más temprano' bien se puede aplicar a la productividad: no por mucho trabajar se produce más... sino más bien lo contrario. La desconexión vacacional ayuda a recargar pilas, pero la clave está en hacer una carga continua que permita llegar al ansiado descanso con las baterías cargadas. Para ir más deprisa hay que parar.

Hace unos años se popularizó el término slow down para identificar una nueva filosofía de trabajo y de vida, que supone detenerse un momento y disfrutar de un presente prolongado. Y no se trata de una moda. Los psicólogos y los neuropsiquiatras aseguran que si existe prisa y estrés la atención se dispersa y el rendimiento es menor. El 80% de nuestra productividad se consigue con el 20% de nuestro tiempo. Una cuestión que recuerda a la forma de trabajar que lanzó a los cuatro vientos Google: del total de las horas que los trabajadores deben pasar en la oficina, el 20% lo pueden dedicar a proyectos especiales. Parece que ese 20% es fundamental para crecer profesionalmente. No hacer nada o aquello que suponga satisfacción es el elixir para ser mejor.

Uno de los últimos expertos que ha decidido investigar eso de aprender a trabajar mejor es Alex Soojung-Kim Pang. Fundador de The Restful Company, es el autor de Descansa, produce más trabajando menos (Editorial Lid). "Aquéllos que aprenden a descansar de forma deliberada acaban siendo más productivos y durante un periodo más extenso de sus vidas. Sus carreras no lo son contra el tiempo, porque no tienen que serlo". Ser consciente de ello es sólo el principio para avanzar, ya que es cuestión de esfuerzo personal. Consultor de Silicon Valley y profesor visitante de Stanford, el autor asegura que "debes resistirte a la seducción del activismo, dejar tiempo para el descanso, tomártelo en serio y protegerlo de un mundo que está decidido a robártelo". Entre las personas que lo pusieron en práctica menciona a Dickens, que se encerraba en su estudio de 9 a 14 horas con un receso para el almuerzo; Alice Munro, ganadora del Nobel de Literatura en 2013, que escribía de 8 a 11 h. de la mañana; Gabriel García Márquez dedicaba cinco horas diarias, más o menos las mismas que Hemingway, que comenzaba su trabajo sobre las 6 de la mañana y lo terminaba antes del mediodía.

La jornada de cuatro horas es posible en estas y otras actividades. La llegada de las nuevas tecnologías permite acelerar los ritmos de trabajo y reducir los desplazamientos: una persona trabajando en su puesto es hasta un 75% más operativa que en 1995.

El estadounidense Timothy Ferriss escribió 4-Hour Workweek: Escape 9-5, Live Anywhere, and Join the New Rich, un best seller en el que daba las pautas de una realidad alcanzable. Ahí hace referencia a DEAL -acrónimo de Definir, Eliminar, Automatizar y Liberar- como el mejor camino para trabajar menos horas pero ser más eficaz.

Practicar para aprender a tener tiempo

Pilar Jericó, presidenta de Be-UP, recurre a las ondas cerebrales para explicar los beneficios del descanso: "Las beta están relacionadas con la atención, y las alfa se activan cuando hacemos cosas que nos relajan. Que los momentos de genialidad coincidan con estas últimas no es casual. El 70% de las buenas ideas no se encuentran en el puesto de trabajo". Jericó cree que es necesario imponerse otro ritmo: "Las bondades del descanso se relacionan con la creatividad. La acción efectiva es adictiva y hay que desenganchar". Lucía Liencres lo hizo hace tres años. Abogada penalista y bróker de seguros, en 2014 empezó a practicar yoga, se hizo profesora y hace casi un par de años abrió el centro de yoga que lleva su nombre en Madrid, al que acuden más de 150 alumnos. "El yoga es un ejercicio físico y mental que ayuda a conocerse. Es una práctica para todos salvo para vagos. Entrenar es básico para que sea eficaz". Úrsula Calvo, empresaria de éxito, también decidió parar. Hace un par de meses ha inaugurado Úrsula Calvo Center, un espacio a las afueras de Madrid en el que ofrece las herramientas para vivir una vida más consciente alejada del estrés: "Tenemos unos 60.000 pensamientos al día y sólo un 10% son nuevos. Somos adictos a pensar. Nos estamos dejando la vida por el camino, y a eso le llamamos éxito".

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