Las apps basadas en el trabajo colaborativo sustentan sus relaciones laborales en la independencia de quienes llevan adelante la labor para las cuales fueron creadas. Empresas-aplicaciones como Uber o Deliveroo no establecen derecho laboral alguno, no hay cobertura de accidentes laborales, licencias médicas ni derecho a descanso.


Y el llamado que hacen para seducir a las personas -“Sé tu propio jefe”; “genera ingresos extra en tu tiempo libre”; “colabora con nosotros”- está dirigido también a destacar la modalidad independiente del trabajo que se supone harán para las decenas de aplicaciones para móviles que hoy existen y que parecen dejar en el pasado no sólo las filas tediosas en los comercios y restaurantes, o la competencia por taxis, sino también las relaciones de dependencia laboral tal como las conocemos.


Hoy, sin dar explicaciones a nadie, sin ver la mala cara de ningún jefe y “sin horarios”, es posible ganar plata. En algunos casos, incluso, buena plata.


Hablamos de miles de personas que, cotidianamente, hacen de estas aplicaciones su trabajo parcial o a tiempo completo. Solo Uber proyecta 100 mil “socios conductores” para el 2019. Cabify contaría, hoy, con cerca de 23 mil conductores. Cornershop tiene 4 mil “shoppers” activos, Glovo cuenta con más de 1000 “glovers” y Uber Eats, con 3 mil “socios repartidores”. Rappi, llegado a Chile hace pocos meses, llega con más de 800 “rappitenderos” en la región.


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¿Qué tienen en común, además de la usabilidad del servicio que plantean para miles de consumidores escasos de tiempo? La precariedad laboral. En todos estos casos, se trata de empleos independientes, de meras “colaboraciones” según las empresas responsables, que en ningún caso determinarían dependencia laboral, pues no hay horarios comprometidos, ni regularidad, ni subordinación (solo la empresa uruguaya Pedidos Ya tiene un modelo de contratación de sus repartidores o “riders”). Sin embargo, las condiciones para “colaborar” son, en algunos casos, bastante drásticas. En Cabify, por ejemplo, exigen no rechazar más de cierto número de carreras, o demorarse tiempos determinados, en el caso de los repartos. Esa prisa, sin embargo, y sus riesgos, corren por cuenta de los colaboradores.


No hay derecho alguno en este mundo de la “colaboración” laboral con las empresas-aplicaciones; no hay cobertura de accidentes laborales (Uber acaba de anunciar un seguro contra robos y accidentes, únicamente), licencias médicas ni derecho a descanso. No hay posibilidades de negociar. Así son las condiciones para quienes deciden enrolarse en este tipo de trabajo. Un universo que supera los 130 mil personas y que, lejos de frenarse, se multiplica. Un universo en el que cualquier “colaborador” puede ser desconectado de la App sin previo aviso y sin mayor explicación. Un universo para el que no parece haber respuestas formales.


En este contexto, y precisamente en julio de este año, cuando Rappi se aprestaba a iniciar sus operaciones en Chile, en Buenos Aires decenas de repartidores de la aplicación se agolpaban en la puerta de la sede porteña de la empresa para denunciar las condiciones de abuso permanentes, según las que, si descansas o rechazas un viaje te penalizan bloqueándote la aplicación por un tiempo, impidiendo que te “caigan” más pedidos.


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La agrupación creció exponencialmente, al punto que ya se creó en Argentina el primer sindicato de la economía digital, que agrupa a Rappi, Uber Eats y Glovo.


La justicia lidia como puede con la obsolescencia de la normativa. Las sentencias, en España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en casos en los que los trabajadores / colaboradores han denunciado, han sido variadas: en algunos casos se ha determinado que hay dependencia laboral, y en otros, que se trata de trabajadores independientes.


Los propios creadores de Cornershop reconocen que hay un vacío importante en materia de normativas para actualizarse a las condiciones actuales. Que la flexibilidad puede ser interesante para un cierto perfil de trabajadores, pero el nivel de desprotección de quienes se dedican a estas actividades no es sostenible.


Parece una tarea que está quedando a la zaga en el poder legislativo y ejecutivo y para el que no tiene guías claras el judicial, puesto que, actualmente, no existe ningún proyecto de ley que busque regularizar de manera pormenorizada este tipo de trabajo.


Mientras, las cifras oficiales ocultan el empleo precario en categorías como trabajo independiente o trabajo por cuenta propia, y la expansión de las aplicaciones, grandes soluciones para un importante número de personas, amenaza con encarnar un nuevo modo de precarización, la digital, para quienes las alimentan, formalizando o regularizando la informalidad bajo el rótulo de independencia y autodeterminación, ante el mutismo y la inmovilidad del Estado.


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