Los jóvenes se quieren ir del país. El único obstáculo para irse es no tener los recursos o un plan claro. Para ponerlo en cifras y de acuerdo a estudios disponibles, 6 de cada 10 venezolanos mayores de edad desean migrar de forma definitiva. En los sectores populares esta tendencia se mantiene en niveles similares a los de la clase media. El 63% de los jóvenes desean hacerlo y los adultos en un 57%.

Existe la sensación de una oportunidad perdida para el país y, en el caso de los jóvenes, el claro mensaje de que si no se van perderán la suya también. Es simplemente alarmante ver cómo una proporción tan alta de jóvenes ve tan remota cualquier salida que no dudaría en irse de tener una oportunidad.

Hoy los jóvenes constituyen una visión interesante sobre el acontecer económico y el hecho productivo en Venezuela. Ellos nacieron poco antes o durante “el proceso” o “la revolución bolivariana” y nunca vivieron a plena conciencia otra realidad. No obstante la visión histórica, la realidad de otros países (no necesariamente de primer mundo, sino países cercanos como Colombia, Panamá o Perú) y por supuesto la interconectividad permanente les permiten como sea tener elementos de contraste.

Y aquí hay un aspecto clave para entender la relación entre ese proceso político dentro del cual se criaron y la percepción que tienen de sus nulas o muy limitadas posibilidades de desarrollo, y ese elemento no es otro que el imaginario del empresariado, el trabajo y el hecho productivo sobre el que la propaganda revolucionaria se montó hacia finales del siglo XX.

El chavismo argumentó de manera sencilla y en mucho también infantil que la causa de nuestras dificultades era un sistema (capitalista) lleno de contradicciones que generaba pobreza y miseria. Políticos y empresarios corruptos habían acabado con un país generosamente rico pero era sobretodo en ese imaginario de la riqueza y el merecimiento aunado al sistema de producción lo que lanzaba masas enteras a la pobreza y la dependencia. Para sorpresa de muchos esto caló en aquella Venezuela y en lugar de corregir lo necesario nos embarcamos en un retroceso irresponsable.

Los jóvenes crecieron escuchando cómo el gobierno decía a todos que las empresas eran máquinas perversas creadas para la dominación, normalmente concebidas por algún viejo acaudalado o algún pequeño burgués que pretendía vivir a partir del trabajo de los demás, que inventaba una empresa simplemente para aprovecharse y engañar.

Los jóvenes que escuchan y leen todo el día en internet sobre desarrollo y emprendimiento, sobre capitales crowdfunding e innovaciones, esos mismos jóvenes que han visto a amigos padecer por hechos violentos y a otros irse, y de pronto se ven en un país peligroso, con crisis de medicamentos, escasez de alimentos, inflación y ahora también crisis de servicios, no entienden la propuesta local ni ven cómo se supone que puedan apostarle al país.

Ellos saben que las empresas sí funcionan y suponen fundamentales oportunidades de aprendizaje y desarrollo para ellos. Ellos saben que el concepto de producir (no meramente repartir), agregar valor, competir y ganar – ganar es posible y que más allá de controles o correcciones necesarias el mundo que genera abundancia y bienestar no es el mundo de la inmovilidad, la dependencia y los controles sin fin. Ellos escuchan a sus padres y saben que pudieron estudiar en escuelas o universidades públicas o en todo caso bastante accesibles, del interior del país muchas veces, y que con recursos moderados pudieron salir adelante por generaciones.

Los jóvenes entienden que el nivel directivo de una empresa piensa y diseña y que ese es un trabajo, no solamente el obrero o el gerencial. No hay que ser un gurú para entender que las personas más formadas y con más experiencias deben llevar las riendas de las empresas para que, con el esfuerzo y aporte de todos, se avance hacia una dirección muy bien pensada.

Ya sabemos lo que pasa cuando no hay dirección, justamente lo estamos padeciendo.

Según los mismos estudios al 70% de la población le preocupa hondamente la fuga de talentos del país y lo considera grave o muy grave para las empresas. No obstante un 58% considera que al gobierno esto le importa poco o nada.

El país le ofrece muy poco a los jóvenes quienes piensan en irse y esto a su vez afecta fuertemente a las empresas que quedan en pie. La relación provechosa y natural entre los jóvenes y las empresas ha cambiado de signo y ahora se repelen los unos a los otros. ¿La solución? Un cambio de paradigma y de dirección.

 Rafael Ignacio Suárez / Sociólogo

@nacho_suarez