Perspectivas
¡Perdimos el tren!


Cuando uno analiza el acontecer mundial en lo que se refiere al veloz desarrollo de la tecnología y sus efectos positivos y negativos en la sociedad, queda muy claro de inmediato que en Venezuela hemos perdido el tren del progreso.

Una verdad que nadie puede negar es que la tecnología y el desarrollo científico de la humanidad ahora avanzan a una velocidad impresionante. En un solo año se generan más desarrollos tecnológicos que los realizados en una o dos décadas completas.

En Venezuela tendríamos que evolucionar a la velocidad de la luz para poder estar menos rezagados que el resto del mundo industrializado. Se trata de una tarea titánica y tomando en consideración la ideología política que nos gobierna, dicha tarea parece imposible de lograr.

Para que una persona pueda avanzar, prosperar, emprender, crear y por lo tanto generar riquezas, se requiere de muchas cosas pero la más importante es que la dejen tranquila. Que no la persigan por su manera de pensar, de ser, de vestir o de soñar. Si en un país, a sus habitantes se les llena la cabeza de complejos, de angustias, de problemas, de asuntos básicos tales como: dónde, cuándo y cuánta comida poder comprar, es muy difícil que esa persona tenga tiempo de crear e inventar.

Si en un país a la gente joven y con un "buen" trabajo ya no le alcanza el sueldo para hacer un mercado, mucho menos le va a dar tiempo para estar inventando cosas nuevas.

Lo primero que debe hacer el gobierno de turno es alejarse del día a día de las personas. Salirse de sus televisores, de sus neveras, de su despensa, de su carro (si es que lo tiene) o de su carrito por puesto, autobús o metro. El gobierno no está para atosigar a la gente a cada segundo con propaganda, arengas, cadenas nacionales, información publicitaria engañosa, y demás interrupciones de la vida familiar. El gobierno está para salirse del medio, para no entrometerse en la vida del pueblo y encargarse de que nadie más lo haga.

Mi propuesta para que el gobierno se salga del medio es que como en Venezuela tenemos la bendición/maldición del petróleo y esa enorme riqueza la administra el gobierno, la misma debe ser entregada a sus legítimos dueños de inmediato, sin intermediarios o alcabalas. La idea es que tan pronto Pdvsa venda nuestro petróleo, se lo entregue a los venezolanos en su cuenta corriente y en dólares de Estados Unidos, para que la gente lo invierta y lo multiplique.

Vamos a imaginarnos que cada vez que nazca un venezolano, Pdvsa le abre una cuenta de ahorro y le deposita mes a mes la fracción que corresponda por concepto de ingreso petrolero. En ese caso, el venezolano tendría recursos en moneda dura para comprar utensilios, maquinaria y equipos importados (en ese caso seguro existirían muchas empresas en Venezuela fabricando esos productos) para crear ideas y cosas que generen valor, fomenten el empleo y produzcan riquezas. Es muy probable que ese venezolano contrate personal para que lo ayude en su obra creativa y a ese personal lo remunere en dólares para que ellos tengan la oportunidad de también realizar sus sueños e ideas.

Con ese cambio imaginario, Venezuela estaría avanzando a la velocidad de la luz y se convertiría rápidamente en un país industrializado.

Sin embargo, la realidad es otra, el dinero que cobra Pdvsa ya ni llega al Banco Central, el mismo se desvía en fondos paralelos que los administran unos pocos y lo que termina llegando al pueblo es una migaja de pan ya duro. Como lo que queda es poco, los venezolanos de bien nos ponemos en la cola para que nos entreguen nuestra migajita de ese enorme pan que ya se comió otro. Y así vamos de migaja en migaja pasando los días, meses y años, sin darnos cuenta que el tren ya pasó y está a años luz de nosotros.

Este 2015 tenemos una nueva oportunidad para comprar un ticket y poder montarnos en el tren. Esa oportunidad son las elecciones parlamentarias. Por muy complicada que esté la cosa, ellas son quizás nuestra último chance de empezar a cambiar las cosas. No la desperdiciemos, el tren cada vez va más rápido y no espera por nadie.

Juan Carlos Varela / Abogado

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