Perspectivas
Pulgares en el sol


Si le preguntas a todas las personas que están planificando para sus empresas o ya planificaron su presupuesto para 2016, todos coincidirían en que nadie esperaba pero todos suponíamos que estaba muy cercano otro incremento salarial, inconsulto y atropellado, como todo lo gubernamental desde hace ya tanto tiempo. Tal vez el último del año, tal vez no.

Como he dicho en este espacio muchas veces, es indudable que el salario es importante pero no es lo más importante para un trabajador y da tristeza que la estrategia sea vender su incremento como la única política de Estado que verdaderamente importa en materia laboral.

Hoy día parece ser mejor negocio estar haciendo cualquier cosa distinta a trabajar; no es culpa realmente del venezolano sino del propio modelo económico que se nos impuso y hemos aceptado. Es mejor estar en cualquier cola por comida, cauchos, repuestos, electrodomésticos, o cualquier cosa subsidiada, financiada o regulada por el gobierno pues apenas pagas 7 bolívares que en promedio cuesta una barra de jabón de tocador, puedes ver cómo ocurre una suerte de milagro y al abandonar la caja registradora el costo de ese producto se convierte en 100 bolívares. El que trabaja por un salario mínimo, no puede siquiera costear un kilo de tomates con su remuneración diaria. El que no trabaja, con vender 5 jabones podría comprarlo, con una inversión de tiempo promedio de 3 horas.

No quiero ser malinterpretado. No estoy hablando de los bachaqueros sino del modelo económico. Ese donde hacer colas implica una mejor inversión que un depósito a plazo fijo; ese modelo económico en el que quien lo soporta se vanagloria de haber incrementado el salario pero no acepta que una jornada diaria no alcanza para un café. Ese modelo económico que nos asesina los sueños, cuando ves que para algún trabajador es más fácil almorzar una empanada que comprar una lata de atún.

El Estado, tal como hoy lo conocemos, ese Estado que ha querido desplazar en las empresas el destino y hasta la mala suerte de sus trabajadores, se olvidó por completo de que los trabajadores son primero ciudadanos y después trabajadores. Lo que resulta más chocante, es entender la dureza con la cual desde el “Estado” hoy se habla de haber superado los indicadores económicos del capitalismo, de haber reducido la pobreza, de haber superado “el comportamiento de la inflación” y de pagar a los pensionados más de los 40 Bolívares que les pagaban en “la cuarta”.

Ese modelo económico que se olvida nuevamente de que el trabajador primero es ciudadano y que primero se debe garantizar su libertad, igualdad, seguridad, salud, vivienda y que cualquier incremento, por generoso que sea, se volverá sal y agua por culpa del modelo económico que subsidia una barra de jabón para el que no trabaja y obliga al que si lo hace a pagarla a más de catorce veces su costo. Ese círculo perverso de transferencia económica de la clase media a la baja, es imposible de sostener sin lograr dos cosas: acentuar la escasez e incentivar la emigración de los profesionales.

Si nos enfocamos sólo en el hecho de que a través del salario los trabajadores y trabajadoras deben poder cubrir las necesidades de su familia y las suyas propias, el Estado está obligado a proteger el salario lo cual no solo significa que deba obligar a incrementarlo sino que debe garantizar las condiciones para que el salario alcance para cubrir las necesidades del trabajador. Pero muy a pesar de esto, el Estado auspicia los mecanismos para que el salario sea cada vez más porcentual y menos real, llenándose la boca del porcentaje que ha incrementado sin decir cuál es la inflación; negando la escasez; rechazando el colapso de los servicios públicos incluido el sistema de salud y desestimando los índices de inseguridad.

¿De qué sirve un incremento de salario si un trabajador no se sabe si conseguirá las cosas? Supongamos que el trabajador consigue las cosas, ¿de qué sirve un incremento de salario si el trabajador no puede pagarlas?

El modelo económico imperante, si es que puede llamarse modelo, pretende tapar el sol con un dedo. Si no puedes pagar los uniformes escolares, que los niños no usen uniformes. Si no puedes conseguir los alimentos, espérate la bolsa solidaria. Si no sirve el sistema eléctrico, la culpa es de la vaca. Hay una guerra económica en marcha, del Estado contra el pueblo y del que no trabaja contra el que si lo hace. Hay una guerra económica de la indolencia, de la inacción, que consiste en dejar al trabajador a su suerte y echarle la culpa, al fenómeno del niño o al imperio.

En este todos contra todos que se nos ha vuelto el país, ni seis millones de pulgares en el sol serán capaces de taparlo. Que no publiquen indicadores no esconde la inflación y tampoco evita la perdida brutal y sistemática del poder adquisitivo allende cualquier incremento salarial; que escondan o prohíban las colas no oculta la escasez; que regulen el precio de las cosas no evitó la escasez. Entonces no se profundiza una revolución, se agudiza una crisis que golpeará precisamente más duro a aquellos a quienes debería beneficiar este incremento de salario y beneficios.

La pregunta entonces es obvia, ese incremento de salario nuevamente inconsulto y arbitrario ¿podrá realmente suficiente? ¿A quiénes beneficia realmente este incremento y cómo los favorece? ¿Es realmente el salario el tema laboral de fondo?

Ángel Mendoza / Abogado

@angelmendozaqui