Los niños pequeños suelen agarrar ‘rabietas’ cuando alguien les lleva la contraria. En estos episodios, los infantes se dejan llevar por sus instintos más básicos, sin pensar en las consecuencias de sus actos ni el impacto que estos tienen sobre los sentimientos de los demás. Son comportamientos que toleramos -previa ‘regañina’ de sus progenitores- porque se trata de personas que todavía están desarrollando las habilidades sociales elementales y su propio autocontrol. Pero, ¿qué ocurre cuando esa ‘rabieta’ la ‘pilla’ un adulto? ¿Y cuando lo hace en el entorno laboral?

Existe un concepto manejado por los principales expertos en coaching llamado ‘secuestro emocional’, el cual explica precisamente esta misma problemática. En este estado, tendemos a actuar de forma impulsiva, dominados por las emociones y no por la lógica. Obviamente, las decisiones tomadas bajo un ‘secuestro emocional’ rara vez acaban bien, ya que no tenemos en cuenta el global de la información, sino tan solo una parte de ella y, además, filtrada de manera poco racional.

No en vano, la primera reacción que solemos tener en un ‘secuestro emocional’ suele ser agresiva: respondemos a una amenaza o ultraje defendiendo nuestra posición u honor de manera férrea, sin atener a razones y -normalmente- de la peor forma posible. Lo complicado viene cuando se pasa esta suerte de episodio de enajenación mental: no se puede explicar ni justificar por qué se ha hecho o dicho nada de lo sucedido.

Las cuatro fases del ‘secuestro emocional’

No es ningún secreto, pero en toda rabieta infantil o ‘secuestro emocional’ de adultos existen una serie de pasos que siempre se producen, secuencialmente y todos encadenados entre sí:

Disparador: Se produce una situación que es percibida como una amenaza o un ultraje.

Estallido emocional: Se multiplican las emociones del sujeto, incontroladas y de larga duración.

Reacción Automática: Se realiza una acción directa sobre nosotros o los demás -en el entorno laboral, los compañeros o jefes- que no es calculada convenientemente, cuyos efectos suelen ser tremendamente negativos.

Arrepentimiento: Cuando se pasa el efecto emocional y el sujeto recobra la lógica y el sentido común, se produce un sentimiento de arrepentimiento por todo lo hecho o dicho.

¿Cómo evitar el ‘secuestro emocional’?

La clave para no dar la nota en la oficina ante cualquier imprevisto (o jugarnos incluso el despido por nuestros modales) radica en el autocontrol, en ser capaces de gestionar nuestras emociones, nuestros recursos internos y habilidades. Solo de esta forma podemos manejar los impulsos básicos y dotarnos de una pizca de sentido común que nos permita pensar con claridad por mucha carga emocional que exista.

Los expertos definen el autocontrol como “la ausencia de emoción visible” y de “tener el dominio sobre los deseos y tentaciones”. Llámenle resiliencia, llámenle ser capaces de regular nuestras emociones para darles una salida digna sin necesidad de suprimirlas por completo. Tan sólo debemos encontrar el vehículo adecuado para reaccionar de forma proporcional a los diversos acontecimientos que nos da la vida (también la vida profesional).

El autocontrol emocional supone, en última instancia, el conocimiento de uno mismo e implica la observación y percepción de nuestras emociones en esas circunstancias para poder generar estrategias de solución apropiadas. Según los profesiones de la escuela de negocios CEREM, “cuando un directivo carece de la autodisciplina necesaria para controlar sus emociones negativas, la falta de respeto o la impaciencia sus subordinados no verán ninguna razón para actuar de forma diferente“. En definitiva, si un directivo no controla sus altibajos emocionales y esa situación se convierte en la norma puede tener efectos devastadores en su entorno de trabajo, lo que afectará directamente a la productividad de sus empleados e impactará de forma negativa en los resultados del negocio.

Actualidad Laboral / Con información de TicBeat