Siguiendo un poco las reflexiones anteriores, amanecimos la semana que discurre con la Gaceta Oficial que modifica la Ley de Alimentación para los Trabajadores. Ahora el beneficio se llama “Cestaticket Socialista” y sin criticar que la Ley se apropia indebidamente de una marca comercial (puede hacerlo pues es la ley y valga la cuña), suponemos que ahora sí le va a alcanzar a los trabajadores para hacer el mercado, pues el adjetivo calificativo que acompañará al beneficio seguramente va a hacerlo rendir más. Por eso, desde todo este tiempo en que nos forzaron a ser socialistas, cada vez vivimos mejor y compramos más alimentos.
Voy a dividir estas reflexiones en dos argumentos. Primero, unas reflexiones legales asociadas a las modificaciones más relevantes de esta reforma al beneficio de alimentación y luego las opiniones de este servidor sobre la utilidad de esta modificación frente a la realidad actual que es tan dura como incierta.
Los cambios claramente positivos de esta modificación son, a mi entender, apenas tres.
Ahora, el beneficio es obligatorio para todo el mundo sin distingo de su salario o posición en la compañía; siempre que la persona sea considerada trabajador, deberá recibir Bs. 6.750.
Adicionalmente, el método de cálculo del beneficio se disocia de la jornada de trabajo, al estimarse en 30 cupones o valor de recarga diario a razón de 1,5 Unidades Tributarias multiplicados por 30 días que en promedio tendría un mes.
Por otro lado, se mantuvo la posibilidad de descontar el beneficio por ausencia o falta al trabajo, cosa que en estos tiempos que transcurre, pudo haberse eliminado de la ley con los propósitos que ya son usuales.
Hay, sin embargo un punto que no sé si considerar positivo. El beneficio de alimentación tradicionalmente tenía como tope un monto que no superara un 40% del monto que resulte de sumar al salario mensual del respectivo trabajador o trabajadora el valor de los cupones, tickets o recargas electrónicas a la tarjeta de alimentación. Al volarse este tope, el legislador manda un mensaje que aún no sé cómo interpretar. Es claro que si comparamos el monto del salario mínimo a noviembre 2015 con el monto del beneficio de alimentación (una cuestión de principios me impide ponerle el nuevo adjetivo), notaremos que al beneficio de alimentación sólo le faltan 2.899 Bolívares para alcanzar el monto del salario mínimo. La diferencia porcentual real entre ambos beneficios es un 43%, lo que claramente explica porque el legislador eliminó el tope a este beneficio.
Por otro lado, si sumamos el salario mínimo al beneficio de alimentación y suponemos que este campeón solo come pizzas, teniendo que en promedio una pizza familiar cuesta Bs. 1.600, el trabajador apenas podrá comprar 10.24 pizzas al mes. Cierto que en términos de dinero es más la plata que un trabajador dispone para armarse la comida, pero también es cierto, que es más fácil almorzarse una empanada y una malta a ver si alcanza todo el ingreso para el grupo familiar.
El racional del tope de este beneficio que no tiene carácter de salario (no engrosa las prestaciones) buscaba que el patrono no tratara de remunerar al trabajador a través de este beneficio. Con las condiciones del modelo económico socialista, es obvio que la intención de eliminar el tope del 40% es precisamente remunerar sin generar un impacto en prestaciones. Y también es obvio que se hace lo que se puede para mantener a la gente contenta, pero obviamente no se hace lo que se debe.
Todo este tema me hace recordar a Juan Pablo Castel, personaje de la novela el túnel de Sábato. Una de las principales narrativas del relato de Castel sugiere su desconfianza por la humanidad, ilustrada por un ejemplo referido a cómo en un campo de concentración hicieron comer una rata viva a un ex pianista que se quejó de hambre. Acá, por fortuna, la tortura es de otra índole.
Se infligen tratos crueles e inhumanos a la gente que hace colas, precisamente, porque con 10 pizzas al mes nadie se alimenta. Llegan testimonios desde el occidente del país con personas de la tercera edad castigadas por la autoridad que resguarda las colas, castigados por llegar excesivamente temprano a ejercer su derecho a la alimentación. Que Bs. 16.399 no alcanzan para un mercado de una semana, nadie me lo dijo, yo lo vivo.
Duele decir que el beneficio socialista de alimentación, se parece realmente a una abominable comedia. Nadie come y nadie consigue eso que sugiere la ley como una comida balanceada, sin embargo, en la cola sabrosa, alguien ríe. Como bien lo escribió Sábato, la escena de 10 pizzas al mes sugiere una soledad, ansiosa, absoluta. Una vez más, el trabajador queda solo a su suerte esperando alguna que otra lisonja.
El trabajo enaltece y la empresa hace posible el trabajo. El Estado: ¿qué hace?
Ángel Mendoza/ Abogado
@angelmendozaqui