Los anuncios de medidas por cadena nacional del miércoles pasado en la noche parecieran ir dirigidos a la distribución de dádivas entre una población cada vez más abrumada por la contracción económica y los estragos de una hiperinflación en pleno desarrollo, que a implementar los correctivos que pudieran devolver cordura y crecimiento a la economía venezolana.

Un quinto aumento del ingreso mínimo en el año, esta vez por 40% para llevarlo a $ 10,29 por mes a la tasa libre del día después del anuncio; bonificaciones diversas que suenan muy generosas por la cantidad de ceros que las acompañan, pero que en el fondo son míseras. Después de todo, Bs. 500.000, una de las bonificaciones anunciadas, son tan sólo unos $12, u ocho cajas de huevos, o una cuarta parte de canasta básica a los precios de hoy, y aún menos cuando por fin se pague dentro de varias semanas.

Ni una palabra, sobre lo que los más optimistas habían esperado, de flexibilización del cepo cambiario, tal vez al menos la despenalización del cambio libre, única tasa a la que accedemos los meros mortales, ahora que la tasa DICOM lleva semanas en el congelador y que el único cambio oficial conocido es el de Bs. 10 por dólar al que acceden tan solo un número cada vez más reducido de amigos de la Corte. Resulta casi una ironía y un insulto a los trabajadores que, calculado a esa tasa el salario mínimo sea $ 43.500 mensuales, más o menos diez veces el ingreso anual promedio de Alemania o EEUU.

Pero lo que estamos presenciando no es nuevo. Es, si se quiere, la apoteosis, y tal vez misericordiosamente el capítulo final de una historia de comportamiento populista de los gobiernos de turno que prefieren darle pescado a la población más humilde en vez de enseñarlos a pescar. En este capítulo podría añadirse la renuencia, no solo a enseñar, sino también las trabas para impedir que puedan pescar por su propia iniciativa y cuenta y riesgo.

Las trabas se evidencian en varias políticas, comenzando por la macroeconómica. Al existir una tasa de cambio controlada, ahora al parecer única de Bs 10/$, y una libre 100.000% superior, el arbitraje en contra de la población es inmenso. Si a eso se suma el que PDVSA tenga que venderle al fisco sus dólares a Bs. 10 para luego endeudarse con el Banco Central creando una deuda ficticia que ya va por Bs. 54 billones, cifra similar al exceso de liquidez inflacionaria que nos ha llevado a la hiperinflación.

Las secuelas de esas políticas en lo cotidiano dificultan que no imposibilitan el pescar: transporte público colapsado porque los repuestos están dolarizados y las tarifas rezagadas; ausencia de circulante que obliga a pasar horas en colas ante cajeros para sacar una suma ridícula de efectivo, para luego ir a otra cola en la panadería o carnicería que permanecen desbastecidas por una policía de precios, al parecer con agenda propia, que pretende que vendan a pérdida, inclusive a precios por debajo de lo que se ha pactado el día anterior con el mismo gobierno.

Cada quien sin duda tendrá su propia vivencia al respecto de tan nefasta situación. Si bien somos el primer país petrolero en llegar a estos extremos, otros países, muchos de nuestro continente han pasado experiencias similares. La más emblemática la de la hiperinflación alemana de 1920 ocasionada por las reparaciones de guerra, que por 100 años ha hecho de los alemanes uno de los pueblos más frugales y más inmunes al canto de sirena populista del mundo.

La luz al final del túnel es ver a nuestro alrededor cómo reaccionan los peruanos, chilenos, colombianos, hasta bolivianos y ecuatorianos más cercanos estos últimos a las prédicas del chavismo, cuando alguien pretende repartir lo que no hay desde las alturas del poder. Habiendo pasado por este calvario, nuestros vecinos están dispuestos a experimentar pero siempre y cuando no le toquen la moneda y la estabilidad de precios. ¿Habremos nosotros los venezolanos aprendido la lección también?

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

www.laotraviarcr.blogspot.com

@aconcheso