02-11-2015
No hay cosa peor que aferrarse a una forma de hacer las cosas cuando las realidades demuestran de manera contundente el fracaso de esa conducta. Así está procediendo la burocracia gubernamental venezolana cuando, ante el fracaso de sus leyes de control de precios, encuentran como solución establecer controles más absolutos aún.
Hace 1,000 años el Rey Canuto II de Dinamarca pretendió darle una lección didáctica a sus burócratas y adulantes, colocando su trono a la orilla del mar y ordenando a la marea que no subiera, proclamando que:
Todos los habitantes de este mundo sepan qué vano y trivial es el poder de los reyes, y que nadie merece el título de rey, salvo Aquél a cuyas órdenes el cielo, la tierra y el mar obedecen por leyes eternas. No sabemos si esa lección tuvo algún resultado, pero como están las cosas el próximo decreto que uno espera del gobierno venezolano es la derogatoria terminante de la Ley de la Gravedad… en cadena nacional y con la corte portátil de acólitos adulantes aplaudiendo la medida.
Pero la lección que Miraflores debería tomarse más a pecho se remonta 1,700 años a los edictos del Emperador Romano Diocleciano. Diocleciano y sus predecesores inmediatos pensaban que podían engañar a sus súbditos, reduciendo el contenido de oro del Denario. Los romanos eran todo menos tontos, y los precios en denarios de los bienes y servicios comenzaron a escalar (entonces todavía no lo llamaban inflación) lenta pero irremisiblemente. Diocleciano pensó haber encontrado la piedra filosofal, con el
Edicto sobre Precios Máximos (Edictum De Pretiis Rerum Venalium). Un decreto de control absoluto de precios detallando minuciosamente lo que se podía cobrar por cada presentación de un bien (en toda la cadena) o por un servicio. Las severas sanciones para vendedores y comprador que infringieran la ley llegaban hasta pena de muerte para los comerciantes y sus clientes.
Los resultados de esas inaplicables medidas no se hicieron esperar: el precio del oro se multiplicó por 250 en 4 años y la inflación llegó hasta el 2,000% para finales del siglo.
Perplejo ante la perversidad de la naturaleza humana que no obedecía su concepción de orden perfecto, Diocleciano se retiró dedicando el resto de su vida al cultivo de coles.
Motivo de reflexión para los gestores de la política económica, y su brazo ejecutor, el efectista pero inefectivo SUNDDE de como terminan hasta para emperadores y reyes, los vanos intentos de ir contra las leyes naturales de la oferta y la demanda… y de las mareas.
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
@aconcheso