Eran casi las doce del mediodía de esa tarde caraqueña en el Parque del Este y un individuo asiático caminaba de un lado a otro, desconcertado porque la taquilla para pagar el estacionamiento tenía un cartel que decía “Cerrado”, sin indicaciones de dónde debía dirigirse cualquier sujeto medio a hacer el pago antes de retirar su vehículo del parque.
Mi esposa ve esta escena y con un ademán le indica a este sujeto que de cariño y para el propósito de estas reflexiones llamaremos “el chino” (presumiendo que no se molestaría si por casualidad de la vida fuese filipino, coreano o indonesio), que el pago debía hacerse a la salida. El chino, con agrado pero severamente sorprendido, preguntó con un español bastante atropellado “¿a la salida se pago?” Ante la afirmación de mi mujer, entendiendo este radical cambio de señas y agradeciendo mucho el gesto de haberle sacado de aprietos, el chino le sonrió y se fue a buscar su carro para montarse en él y pagar en la salida.
Cuando mi esposa me narraba este hecho, conversamos ampliamente sobre aquello en lo que se ha ido convirtiendo nuestro país, haciendo un honor a uno de los peores eslogan políticos que se convirtió en una especie de sortilegio o encantamiento. El eslogan rezaba algo como esto “lo extraordinario se hace cotidiano”, reafirmando que con eso se estaba en “revolución”.
Luego de criticar mucho esta propaganda, comencé a hacer chistes dándome cuenta de que el eslogan hacia realmente justicia a nuestra situación hace más de 5 años, pues en efecto la situación del país (mala pero no tanto como ahora) nos daba un montón de hechos extraordinarios que eran ya cotidianos. Las tasas de homicidios como si estuviésemos en guerra; la impunidad desbordada; servicios públicos deficientes a pesar de una tasa significativa de impuestos al ciudadano; subsidios gubernamentales para la improductividad y, por esos días, desabastecimiento de leche y pañales (parece mentira que estemos peor). Más tarde me enteré que, como es costumbre en la propaganda de nuestra historia contemporánea, se trató de una frase acuñada por Ernesto “el che” Guevara para referirse a la revolución cubana, que a la sazón resultó muy atinada en Venezuela por los motivos ya comentados.
El chino con el que se topó mi esposa en Parque del Este, me vino a recordar cuán extraordinario es el esfuerzo de todos los venezolanos que decidimos guapear y quedarnos en esta tierra para seguir construyendo sueños. El chino no estaba preparado para sortear una situación extraordinaria como pagar el estacionamiento pre-pago en otro lado que no fuese la taquilla de pago; el venezolano asume de una vez que si la taquilla está cerrada, en la salida le van a cobrar y nunca se irá sin pagar.
El chino me hizo recordar que, a diferencia de cuán duro nos criticamos a nosotros mismos por asumir lo extraordinario como cotidiano y aun así ser felices, ello no es malo en sí mismo. Debemos repensar cuando criticamos a ese padre de familia que hace colas para llevar a su casa lo necesario, pues la necesidad tiene cara de perro y si usted ve una larga cola ello no quiere decir que la gente está contenta y nos estamos acostumbrando a vivir sin exigir; a hacer colas sin protestar y a “bachaquear” sin más.
Cuando usted ve esta cola piense que si su familia dependiera de la cola usted la haría sin chistar; cuando critique que nadie protesta, recuerde la cantidad de militares en las autopistas, supermercados, espacios públicos como plaza Francia o la Avenida San Ignacio de Loyola en Chacao, que están ahí con equipos antimotines y con las manos en el arma dando la sensación de amenazarnos en lugar de protegernos.
La cosa es mucho compleja que una simple critica a quienes hacen cola y por cuál motivo la hacen. La sugerencia, tómela si gusta y si no también, es que debemos dejar de pegarnos entre nosotros para poner el foco donde debe estar. El chino no tenía la culpa de no saber cómo reaccionar ante lo extraordinario y alguien se apiadó de él y le dijo qué hacer. Nosotros no tenemos culpa de reaccionar tan estupendamente bien ante lo anormal pero debemos respetar que cada quien se acomode a esta anormalidad que nos imponen sin dejar de saber que el futuro tiene que ser mejor y que vamos a exigir que sea mejor, cuando podamos hacerlo. Mientras tanto y por si acaso, lo extraordinario sigue siendo cotidiano.
Ángel Mendoza / Abogado
@angelmendozaqui