Charles Darwin escribió, a partir de los años treinta del siglo XIX, un conjunto de trabajos científicos que dieron forma a lo que hoy se conoce como la teoría de la evolución y la selección natural (“El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”. Obra conocida comunmente como “El Orígen de las Especies”).

Entre las principales ideas argumentadas por Darwin se señaló la evolución de las especies en el tiempo, desde un origen o antepasado común, a partir de un proceso de “selección natural”. Argumentó Darwin en este sentido que:

“Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y, de ser así, será naturalmente seleccionado” (Darwin dixit. 1859).

El darwinismo supuso inicialmente, a pesar de la exprofesa defensa de los preceptos religiosos por parte de su propio creador, la antítesis del creacionismo como doctrina filosófica según la cual, tanto el origen del universo, como el de los seres vivos, se correspondían con la creación divina. Así las cosas, la idea de la selección natural complementaba la perfección de la creación celestial, aunque anulaba la posibilidad del “gran diseño”.

En espacio y tiempo “más terrenales”, lejos está buena parte del empresariado venezolano de actuar según normas de orden superior. De manera que éste se aproxima intencionalmente al poder, se adapta a reglas impuestas por lógica más doctrinaria que productiva, preserva a cualquier costo social su endeble relación con representantes del poder, crea costosas estructuras formales para cuidar y mantener su relacionamiento, diseña fórmulas éticas o no para facilitar o potenciar el lobby que facilite relaciones más provechosas. Ello, porque al igual que las especies, forman parte de un sistema ecológico en el que deben procurar su sobrevivencia, en el marco de normas y reglas de comportamiento tácitas y/o explícitas, acordadas y/o impuestas.

Esta forma de actuación de buena parte del empresariado es así, en alguna medida porque así lo considera, pero fundamentalmente porque el margen de maniobra se ha tornado gradualmente muy estrecho. Las estrategias oficiales que datan inclusive de fechas previas a la asunción del poder político en Venezuela, por parte del teniente coronel Hugo Chávez (1999), derivaron en un proceso progresivo de desindustrialización. Las principales fuentes de aquella estrategia (la Agenda Alternativa Bolivariana, el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2001-2007, el Taller de Alto Nivel “El Nuevo Mapa Estratégico” [12 y 13 de noviembre de 2004], la Reforma Constitucional de 2007, el Proyecto Nacional Simón Bolívar, Primer Plan Socialista. Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2007-2013 y el Libro Rojo, entre otros) que derivaron fácticamente en expropiaciones, estatizaciones y en un asfixiante cerco normativo, contemplaron como objetivo común un control total y hegemónico de los factores de producción por parte del Estado.

En este orden de ideas y considerando la situación arriba descrita, buena parte del empresariado, atomizado o desarticulado por acción oficial, aunque también por autodestrucción, se ha mantenido en una suerte de vida vegetativa que supondrá la definición de estrategias de supervivencia que permitan incrementar sus probabilidades de éxito. Ello, en la medida en que se correspondan con una actuación programada y consensuada, abandonando los intereses particulares y privilegiando los colectivos, como parte de la maduración necesaria del empresariado nacional, ante la idea de la “función social” empresarial, cuyo fundamento trasciende el hecho productivo y le confiere a los actores de la producción una responsabilidad medular sobre el mantenimiento de los equilibrios económico, social y político de la sociedad.

En suma, el comportamiento “darwinista” del empresariado puede ser valorado de manera positiva o negativa, pero en todo caso se trata de una conducta primaria e instintiva independiente, particular y desarticulada. En este sentido, la supervivencia del empresariado como colectivo dependerá de la superación de tal primitivismo, así como de su capacidad de articulación e integración, pues de lo contrario aquella conclusión de Darwin en su clásica obra El Origen de las Especies sólo contribuirá, sin mayor conciencia, con la aceleración de un proceso programado de “extinción” que arrastrará al empresariado y con ello a la propia sociedad.

L.M. Lauriño Torrealba / Industriólogo

@luislaurino