Hace poco se cumplían 25 años de la caída del muro de Berlín y mi único recuerdo de ese momento histórico se remonta a una mesa de ping-pong en el patio de mi casa materna; mi hermano mayor jugando con un vecino yugoslavo (Yorgo se llamaba); “vientos de cambio” sonando en un viejo radio en la 1440 AM y un televisor a lo lejos, con un montón de gente saltando encima de un muro, como si en ese entonces Venezuela hubiese ganado la serie del Caribe y del furor, los fanáticos hubiesen reventado los muros que separan las gradas del estadio con el campo de juego, y saltaran encima de esos escombros para celebrar la victoria. Mi mente, como todas las mentes, juegan trucos que superponen eventos que nunca se dieron en simultáneo, pues luego supe que Scorpions había grabado la canción un año después de la caída del muro; pero si en mi mente de niño la canción sonaba mientras el muro caía, quien soy yo de adulto para contradecirlo.
Ahora con las ventajas de toda la tecnología y tomando en cuenta que he puesto mi esfuerzo para entender un poco de historia universal, revivo aquel recuerdo leyendo un poco acerca de la historia del muro, con un miedo enorme de cualquier yuxtaposición criolla de un evento separatista de tal magnitud. Alemania fue artificial y violentamente dividida, por diversos motivos, pero uno de ellos nos aqueja hoy día, pues la gente se nos está yendo del país y sobre este evento he dedicado más de una letanía en este espacio.
Según cuentan quienes lo levantaron, el muro buscaba proteger a la población de elementos fascistas que conspiraban para evitar la voluntad popular de construir un Estado socialista. Otros sostienen que el muro impedía la emigración masiva que aquejó al bloque comunista luego de la Segunda Guerra.
Una de las anécdotas más desafortunadas del muro de Berlín, es justamente que mientras el Presidente del Consejo de Estado de la socialista República Democrática Alemana negaba públicamente que se fuese a emplear la mano obrera para construir semejante aberración, esta construcción se materializaría a escasos dos meses de esa declaración por orden del mismo Partido Socialista Unificado de Alemania. Esa manía de negar luego para hacer después es tan de nuestros tiempos que realmente da miedo cualquier comparación con la historia que hoy traigo de contexto.
Cierto, como muchos he pensado qué pasaría si nos desalojaran a esa otra mitad (por redondear números arbitrarios que no demuestran la complejidad de nuestros días) a un lugar, supongamos, Nueva Esparta o cualquier otro estado que tenga salida al mar, y nos dieran autonomía para decidir nuestras reglas, nuestro gobierno y nuestras políticas económicas, ¿qué pasaría? Supongamos que nos despojan de nuestras pertenencias pero nos dejan ropa y no nos violentan físicamente de modo que podremos trabajar y explotar lo que sea que se consiga en el lugar al que nos enviarían, ¿qué pasaría?
Inmediatamente recupero la cordura y pienso en lo abominable que sería separar algo que está indisolublemente mezclado que ni el régimen más marcado podría separar; es imposible separar dos hermanos; es imposible separar las dos mitades que hacen un todo pues no existe el mecanismo que funcione sin todas las piezas con las que fue construido.
La dinámica de este juego que lleva más de 16 años (apenas 2 años de ventaja con mi hijo mayor), separatista en su esencia, no ha logrado separarnos físicamente, pero es indudable que ha construido un muro invisible, ese muro del que nadie habla. También ha ocurrido recientemente que mucha gente ha saltado encima de escombros creyéndose victoriosa, pero desafortunadamente ese muro invisible continúa en su lugar.
Insisto que da miedo la comparación, pero vale la pena recordar que si alguno de los que lee hoy está participando en la construcción de ese muro invisible, que nos quiere hacer diferenciar solo por la pertenencia a un partido político o a una ideología que ni siquiera está avalada por la Constitución, debe considerar que cuando las divisiones son artificiales e impuestas, como en el muro de Berlín, el ímpetu y la hermandad de un pueblo siempre harán que cualquier muro quede pequeño y termine por ser derribado.
Tarde o temprano, si no somos nosotros, los hombres del mañana sueñan ya, los cambios que vendrán.
Por Ángel Mendoza / Abogado
@angelmendozaqui