El primer debate presidencial en Estados Unidos, puso de manifiesto que existe una posibilidad real de un cambio radical en la política de comercio exterior de la principal economía del Mundo. Es cierto que todavía es demasiado temprano para saber si el vencedor en las elecciones será Donald Trump o Hillary Clinton. Si sucede lo primero está clara esa amenaza en las políticas explícitas que abraza el candidato, pero aún triunfando la señora Clinton, esta se ha visto ya forzada a renegar de su anteriormente entusiasta apoyo al Acuerdo Transpacífico en el que tienen cifradas esperanzas Chile, Perú, y México entre otros.
En efecto, sin dar mayores detalles, pero partiendo de premisas bastante inexactas y algo contradictorias sobre los beneficios y perjuicios para EEUU de una economía abierta al mundo, el candidato Trump prometió regresar a políticas proteccionistas que recuerdan las implementadas en 1930 por la Ley Smoot-Hawley que aumentó unilateralmente los aranceles de EEUU, contribuyendo a profundizar la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Los blancos más visibles de ese neoproteccionismo serían, en sus propias palabras, NAFTA, el Tratado de Libre Comercio con México que también incluye a Canadá, y China, uno de sus principales socios comerciales.
Pero los efectos de esas políticas, de llegar a implementarse, afectarán de manera importante a otros países de la región, que desde las crisis de deuda de los años 80 abandonaron las políticas Cepalistas de “crecimiento hacia adentro” para emular a los Tigres Asiáticos en la conquista de mercados de ultramar. Trump habla de colocar barreras tarifarias substanciales para ostensiblemente obligar a las “empresas norteamericanas” a regresar a ocupar sus abandonadas fábricas de estados como Ohio, Michigan, y Pennsylvania entre otros. Claro que toda esa añoranza por los viejos buenos tiempos del pasado, dirigido a bolsones de descontento donde los costos concentrados generan más dividendos políticos que los beneficios generales pero difusos de una economía abierta, hacen caso omiso a varias realidades.
La primera es que las empresas que cerraron no lo hicieron por un maléfico plan mexicano sino por realidades de la globalización que el propio EEUU viene propiciando como política de Estado desde el fin de la segunda guerra mundial, y que le ha permitido mantenerse como la mayor economía del mundo. La segunda es que en virtud de esa misma globalización es difícil identificar qué empresas son exclusivamente estadounidenses; ¿lo es, por ejemplo Cemex?, que siendo de origen mexicano hoy domina el mercado cementero de EEUU, o ¿AbInBev?, de origen brasilero ahora globalizada y dueña de principales marcas cerveceras como Budweiser, o Bacardí, de origen cubano y empresa global inclusive desde los años 30. Finalmente, la evidencia empírica de las últimas décadas indica que unas barreras tarifarias proteccionistas no solo aumentan el costo de la vida de la mayoría de los ciudadanos, sino que destruyen más empleos de los que crean, motivo por el cual la libertad de comercio, aparte de haberse convertido en política de Estado bipartidista, ha sido una de las banderas del propio Partido Republicano que Trump abandera desde la época de Eisenhower.
En consecuencia el continente tiene sobrada razón para sentirse preocupado, ante las perspectivas de tener que repensar sus estrategias de crecimiento de largo plazo hacia afuera, sobre todo cuando en el viejo continente se oyen llamados similares al aislacionismo, que van desde el Brexit Británico, hasta los movimientos proteccionistas en Holanda, Francia y otros bastiones del Eurocentrismo
Pero tanto o aún más preocupantes, son las poco comentadas insinuaciones de interferir con la política monetaria del Federal Reserve desde la presidencia. Estas amenazas, implícitas en las veladas referencias hacia la Presidenta de esa institución Janet Gellen, parecieran revelar una pretensión de manipulación monetaria con intenciones también proteccionistas, y que pudieran suscitar reacciones devaluacionistas por parte de otros países con quien comercia EEUU. Interferir en la autonomía de la autoridad monetaria del país cuya moneda sustituyó a la Libra Esterlina como moneda reserva mundial de último recurso, puede tener consecuencias aún peores que el inicio de una guerra tarifaria. Tal vez por eso que los mercados expresaron su opinión en cuanto a que Hillary Clinton había tomado la mejor parte en el debate… ¡al día siguiente revaluaron el peso mexicano!
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
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@aconcheso