Resulta ya bastante común escuchar en las casas, en las calles, en los medios y en la academia, planteamientos sobre cómo será la Venezuela del futuro. Desde las voces más optimistas hasta las más agoreras dan algo por sentado y es que un cambio es necesario y que el agotamiento del modelo actual es evidente y su estabilidad a largo plazo luce insostenible.
La crisis actual se acelera y suma nuevos aspectos como la crisis institucional, un presupuesto aprobado sin el concurso de la AN y la suspensión de elecciones. Y digo se suma porque los aspectos que le preceden permanecen y se agravan: la inflación, la devaluación, la escasez, el decrecimiento económico, la pérdida de reservas, el endeudamiento y todos los indicadores de un pésimo desempeño económico.
Las encuestas señalan que todo pasa por un cambio político, porque se requiere un cambio de modelo. Absolutamente claro lo tiene el país y vale entonces preguntarse cuáles serán las primeras reacciones y si ciertamente Venezuela brindará infinitas oportunidades o más bien ya sufre de daños irreparables que comprometen el mediano y largo plazo.
Pues todo parece indicar que una economía que respira con un solo pulmón, sin inversión privada extranjera, tomará nuevos aires con un modelo que la permita, la estimule y la proteja. Un país en el que no se puede recurrir a un crédito para adquirir un vehículo o una vivienda verá atractivos importantes para hacerse de activos absolutamente necesarios para la vida, sin hablar del acceso a alimentos y medicinas, aunque también para otra larga gama de bienes y satisfacción de muchas necesidades hoy reprimidas.
Es claramente previsible una expansión importante del consumo privado si tal cosa ocurre, aumentan las inversiones, con ellas los salarios, la cantidad de productos y marcas disponibles, las redes formales de distribución y en general el intercambio de bienes y servicios. No obstante algunas personas hacen mención a la Venezuela saudita (la de los 70’s u 80’s), en la que una reunión justificaba una caja de escocés en cualquier estrato medio, en la que la planificación parecía algo de necios en medio de tal abundancia.
La industria petrolera nacional, los altos niveles de endeudamiento y lo complejo del levantamiento del sistema de controles obligan al país a entrar en una senda de menos renta y más producción sobre la base del trabajo. No son compromisos impagables pero los ingresos son limitados (no solo por una situación de precios sino por una combinación de elementos nada fáciles de resolver) y señalan un camino difícil para lograr una verdadera estabilización. No está demás también mencionar el bono demográfico, la oportunidad estructural que tuvo el país en los últimos años que, combinada con los ingresos nunca antes vistos, nos otorgaban la famosa oportunidad perdida.
Más allá de esto el país avanzará a una situación mucho mejor que la actual y será un país nuevo, ni tan rico ni tan pobre. El imaginario de país rico se acabó pero vendrá uno mucho mejor: viene un país que se reinventa, vendrá el país unido y productivo.
Rafael Ignacio Suárez
Sociólogo
@nacho_suarez