14-08-2017
Cuentan que el rey de Haití, el déspota Henri Christophe, estaba construyendo una fortaleza en la montaña y quería subir a la cima un cañón enorme. En la primera jornada, una treintena de operarios no consiguió trasladar la pieza de artillería hasta la cúspide; así que el monarca mandó matar a diez. Al día siguiente, los 20 restantes volvieron a intentarlo sin éxito; y cinco más fueron ejecutados. La suerte parecía echada. Pero los 15 supervivientes lograron dejar el cañón en el pico. Diez años después de la crisis que arrancó en 2008, la economía española ha culminado la proeza de los hombres de Christophe: producir lo mismo con 1,9 millones de ocupados menos.

Desde que estalló la crisis del euro, el diagnóstico de Berlín y el BCE fue meridiano: el endeudamiento de la periferia no era más que un reflejo directo de la pérdida de competitividad. En esos momentos, España compraba mucho más de lo que producía y, por lo tanto, tenía que tomar prestado del exterior para pagarlo. Solo en 2008 se pidieron unos 100.000 millones. Con la entrada en el euro, la financiación barata que obtenía España por pertenecer al mismo club que Alemania disparó la ilusión de riqueza y los salarios subieron incluso si la capacidad adquisitiva no aumentaba. En ese contexto, la productividad se estancó. Y la competitividad se deterioró.

Solo que los tudescos ya habían tenido la experiencia de absorber una economía menos competitiva. Al reunificar las dos Alemanias abordaron el mayor experimento en este campo jamás realizado. De la noche a la mañana, por decisión política los dos marcos y los sueldos de ambos lados se equipararon. Los alemanes del Este eran menos productivos, pero de golpe pasaron a ganar mucho más. Sin embargo, la riqueza no se traspasa por decreto. La inflación se desató. Semejante desnivel de productividad disparó el desempleo en una economía antes estatalizada. Al atender miles de desocupados de la RDA, los costes del sistema del bienestar se descontrolaron. Y el crecimiento germano se resintió. Sin vínculos afectivos de por medio, esta vez los alemanes no estaban dispuestos a reeditar la experiencia en el sur de Europa sin arreglar antes su productividad.

Los costes laborales

Del mismo modo que siempre viste chaquetas de corte recto, la canciller Angela Merkel portaba entre sus papeles un gráfico de los costes laborales unitarios o CLUs. ¿Y qué es eso? Pues cuánto cuesta producir cada unidad de PIB. “Se trata de una medida bastante extendida para saber cuál es la competitividad por salarios de un país”, explica el economista José Domingo Roselló. En cuanto comienzan las turbulencias, esta se mira con lupa y se graba a hierro y fuego como la nueva regla de juego en la zona euro. Mientras Alemania los había mantenido congelados, la mayoría los había disparado. Entre ellos España. Hasta entonces los españoles habían vivido los beneficios del euro: una financiación muy barata. Pero la contrapartida no se había padecido: "En el pasado, la peseta se depreciaba o devaluaba para contrarrestar la pérdida de competitividad, lo que permitía hacer el ajuste por la puerta de atrás y acarreaba una sustancial pérdida de capacidad adquisitiva al comprar productos importados", comenta Roselló. Una vez desaparecida la peseta, la mano de obra española estaba encerrada dentro de la misma moneda con los productivos trabajadores alemanes. Nadie se lo explicó a los españoles. Pero se trata de un Tourmalet constante en el que hay que mantener siempre la tensión competitiva y vigilar los costes.

Tras años sin hacer los deberes, en España se impuso sin remedio una devaluación salarial de caballo. Y la restricción financiera y el ajuste fiscal echaron todavía más gasolina al fuego. Lo demás lo hizo un sistema laboral arcaico a la vez que perverso: “En España, la legislación estaba diseñada para proteger al cabeza de familia. Solo se reformó con la democracia flexibilizando el contrato temporal. En cuanto vienen malas, la flexibilidad es inmediata y se traduce en despedir temporales sin coste para la empresa”, explica un experto laboral. ¿Y quiénes tenían esos trabajos temporales? Pues los jóvenes y los poco formados. De ahí que el primer ajuste se ensañase con ellos perdiendo el empleo. Se empieza a hacer más con menos. Y los CLUS se desploman a pesar de que los salarios medios se disparan porque los que permanecen tienen más antigüedad y, por ende, salarios más altos.

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