22-05-2017
Cada vez resulta más evidente el callejón sin salida en el que las políticas económicas, o mejor dicho, la ausencia de ellas, está arrinconando a la economía venezolana. La idea poco realista de remplazar el cono monetario en una semana, para luego tener que contradecirse renovando su vigencia hasta ahora por seis meses, el anuncio por enésima vez de modificaciones del sistema cambiario que nunca terminan de concretarse y las equívocas señales en cuanto a controles de precios que aparecen, desaparecen, y vuelven a aparecer como por arte de birlibirloque, son algunos de los desaciertos que evidencian la falta de coherencia en la aplicación de políticas.
Pero una de las variables que mas evidencia el tránsito por el callejón es la pérdida absoluta de control sobre la impresión de billetes inorgánicos. Últimamente en los decretos-ley, de por sí de dudosa constitucionalidad, que contemplan gastos adicionales, como el aumento salarial y de pensiones decretado el 1° de Mayo, pareciera que al tradicional “ejecútese y publíquese” han decidido añadirle la coletilla de “e imprímanse los bolívares que hicieran falta”.
Para el 5 de mayo, última fecha de reporte de la liquidez por el BCV, había más de 15 billones de Bolívares en circulación (si, ¡15 seguido de 12 ceros!). Cinco billones de los cuales fueron incorporados a la circulación desde el primero de enero de este año. Es decir que en solo cuatro meses se ha puesto a circular más del doble de lo que era la liquidez total hace tan solo dos años. El motivo de esto es muy sencillo, pero a la vez al parecer demasiado complejo como para que lo entienda nuestro “alto gobierno”; como sucede en hiperinflación, y sobre todo en una con una masiva destrucción de la producción y productividad nacional como esta, las recaudaciones fiscales en términos reales (o sea descontada la inflación) se desploman. Como no hay mandato popular para recuperarlas mediante aumentos de impuestos de fácil recaudación como el IVA o impuestos a las transacciones financieras, y las recaudaciones en dólares también se reducen por el deterioro de la producción de PDVSA, la única vía para cubrir los aumentos que se promulgan es la maquinita productora de billetes.
¿Y cuál es la solución a este entuerto? Pues sencillamente la misma que era en mayo del 2013, cuando los gremios empresariales, las academias, y hasta los propios economistas del entrante gobiern del Presidente Maduro puso sobre la mesa los cambios que urgían, en lo que fue el primero de varios diálogos económicos nonatos de los últimos cuatro años. Para ese momento, por cierto, la liquidez total era de tan solo 0,768 billones de bolívares, el 5% de lo que es ahora, y las reservas internacionales casi triplicaban las de hoy en día. El problema es que a medida que el país se adentra en el callejón, el mismo se va volviendo más angosto, y en consecuencia dar media vuelta y salir de él requiere ahora no solo de mayor pericia, sino de un más amplio consenso en la sociedad para rescatar la economía.
Venezuela no tiene en su memoria histórica propia, experiencia alguna con hiperinflaciones, y de hecho las que ocurrieron en el continente fueron hace más de 30 años, por lo que hay pocos economistas y técnicos aún activos en las economías que la experimentaron. Quizás la más reciente en cuyo rostro tenemos que ahora vernos es la de Zimbawe, no precisamente una economía de mediano desarrollo como hasta hace poco era la venezolana. De manera que una vez superada la crisis política no serán fáciles los cambios económicos que habrá que afrontar.
Una cosa es segura; cualquier intento de rectificación tendrá que comenzar por una unificación y liberación del tipo de cambio, tal vez una dolarización, y por la colocación de un cerrojo a la maquinita de hacer dinero, cuyo desenfrenado uso nos ha traído hasta este punto del callejón.
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
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