Hoy en día, la mayoría de los jóvenes en edad universitaria cuentan entre sus metas ser líderes de una organización, grupo o comunidad; estar a cargo de importantes proyectos o desempeñar roles trascendentales en las empresas.

Como empleadores, es fácil darse cuenta de que la nueva generación está ávida de coleccionar logros y de ser reconocidos por ellos; al tiempo que van escalando posiciones rápidamente.

No en vano, en esta era las redes sociales son virales. Una tras otra, cada nueva red se vuelve compulsiva entre los jóvenes, con el fin último de ser reconocidos en el grupo en que se desenvuelven: obtener mas likes, followers, 1+, y cuántos más símbolos de aceptación existan.

Adicionalmente, esta nueva generación de jóvenes esta “apurada” por alcanzarlo todo. Ser exitosos, reconocidos, alcanzar una posición económica aceptable, independizarse (no necesariamente formar una familia), hacer estudios de postgrado, viajar y conocer el mundo, publicar todo lo anterior en sus múltiples redes sociales, y lograrlo antes de los 30.

Este fenómeno, por así llamarlo, no es culpa de la nueva generación, ni de las redes, el internet, ni la globalización… es culpa de sus padres. Sí, para bien o para mal, ellos son los culpables.

Si encuestamos a una muestra variada de jóvenes veinteañeros universitarios, la mayoría coincidirá en recordar haber contado con el reconocimiento de sus padres y familiares más cercanos en todos sus logros (hasta los más pequeños) a lo largo de su vida, como un gran acontecimiento; repetir una y otra vez que son únicos e irrepetibles, que nacieron para ser alguien importante, exitoso, y en ocasiones ser mejores que sus padres.

Como resultado de esta suerte de adoctrinamiento, hoy todos quieren hacerse conocer como alguien único, valioso, irrepetible y mejor que todos los demás de su especie; importantes, exitosos y en consecuencia líderes del resto; pues solo así habrán demostrado que son los mejores. Y entonces, se encuentran inmersos en una competencia constante por demostrar sus habilidades, sus ingeniosas formas de enfrentar problemas o resolver conflictos; e incluso la manera confiada de cometer errores y afrontarlos; sin dudar ni un segundo aprovechar cualquier oportunidad para alcanzar su objetivo… para terminar con más reconocimiento de jefes, amigos y sí, los padres también.

Gracias a esta generación de líderes, es común ver como nuevos talentos escalan posiciones prontamente, y se convierten en jefes de personas que pueden incluso doblarles la edad.

Como empleadores, no es fácil manejar estas situaciones. Los jóvenes, precisamente por serlo, no temen asumir riesgos, todo lo contrario, la adrenalina de asumir un riesgo les mantiene atentos e interesados en lo que hacen. Por otro lado, los no tan jóvenes suelen ser más conservadores, vienen de otra crianza y otras creencias.

Mientras otras generaciones suelen ser más metódicas, organizadas y sistemáticas para tomar decisiones y asumir nuevos retos; los jóvenes de ahora se aburren cuando solo hay monotonía en el trabajo (de ahí la alta rotación laboral de los nuevos talentos, no son inestables, son exageradamente dinámicos).

Recordemos que esta generación está en constante competencia por ser el mejor, así que hacer todos los días lo mismo una y otra vez no va a satisfacer la necesidad de demostrar que son únicos, irrepetibles y que nacieron para ser exitosos.

Como empleador es todo un reto, formar nuevos talentos y mantenerlos “enganchados” con la organización (no es falta de compromiso, sino de interés); antes de que otra empresa sea más atractiva para cumplir sus objetivos personales. Y entonces comienza otra competencia… pero ahora entre compañías, para quedarse con el mejor joven talento (si es que no ha decidido emigrar aun).

Del otro lado, están los trabajadores de otras generaciones, caracterizados por ser muy comprometidos y leales con la organización que probablemente los ha venido empleando por muchos años; en la que con mucho esfuerzo y dedicación han logrado escalar posiciones poco a poco, y a la que le deben la mayoría de sus logros personales (casa, carro, colegio del hijo, etc.); quienes comienzan a frustrarse porque los “recién llegados” han venido a llevarse todo a su paso, y llegar más lejos que ellos en menos tiempo.

Resultado: te encuentras luchando por retener nuevos talentos que están generando excelentes resultados para tu organización, a la vez tratas de potenciar el compromiso decaído de los otros que se sienten desplazados por no ser de la nueva generación de líderes.

Parecen dos extremos que jamás podrían juntarse con un mismo fin, pues son (además de la edad), dos grupos con importantes diferencias culturales y sociales; sin embargo, la clave está en la comunicación.

Como empleador, el reto es aprovechar las ventajas de cada grupo, al tiempo que procuras la retroalimentación entre ellos para tener profesionales integrales, exitosos, que generen resultados, activos e interesados en lo que hacen, leales y comprometidos con tu organización, y sobre todo, constituidos como equipo. ¡Bienvenidos a esta nueva generación!

 Por Ilyana León / Abogada

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