Sin proponérselo ni tirios ni troyanos, Venezuela parece marchar, tal vez aplique mejor deslizarse involuntariamente, hacía una dolarización de sus medios de pago. Entendida ésta como una sustitución de una moneda que ha perdido todo vestigio de confiabilidad a otra, o una canasta de otras, que permitan que la economía funcione con una cierta dosis de racionalidad.

Medidos en términos del explosivo aumento de liquidez de un Bolívar que camina hacia su extinción como valor de intercambio y que al parecer nadie tiene la voluntad o la destreza para evitar, parecen faltar pocos meses para que ese tránsito se produzca, si no por la decisión de alguna autoridad gubernamental, entonces por la inevitabilidad de los hechos.

De hecho, ya comienzan a verse partes de la economía que se encuentran dolarizadas de facto. Los salarios de personal clave en industrias como la petrolera que si no es remunerado en dólares sencillamente emigraría a oportunidades en otras latitudes; los precios de aquellos productos que abundan en los anaqueles a los que pocos venezolanos pueden acceder; y, como presagio de lo inevitable, cada vez más tarifas y tasas que el propio gobierno establece, que solo se acepta que sean pagadas en dólares (o me imagino que en yenes si es que hubiera algunos de ellos por ahí).

Entretanto, el Sundde, como el cuento del niño holandés con el dedo en el agujero del dique, ejecuta uno que otro operativo mediático en el vano intento de dar la impresión que el control de precios es factible con inflaciones que exceden el 1,000%. Pareciera que el único aspecto de política pública en que coinciden gobierno, oposición y economistas independientes es que ante un ajuste que todos admiten en privado que es inevitable, hay que establecer subsidios focalizados para los más desfavorecidos y vulnerables.

El gobierno visualiza esa necesidad como una oportunidad de control político por la vía de las bolsas Clap y las tarjetas de la patria, y los economistas abogan por un sistema más transparente, también de tarjetas, que sea políticamente neutro. Pero ¿cómo financiar el llegarle a los más necesitados cuando una porción mayoritaria de la población está en situación de pobreza, que no de indigencia? Y para colmo aquella que no lo está solo da la apariencia de estar laborando, por encontrarse empleada en empresas estatales perdidosas, cuya subsistencia obedece precisamente a la creación de ese dinero sin respaldo con que se pagan las nóminas.

La repuesta que no quieren dar a esa interrogante políticos ni del gobierno ni de la oposición, es que el viraje solo se logra con inversión, y que para que esa inversión se materialice, el Estado tiene que atraerla ofreciendo en venta parte del enjambre de empresas estatales que se ha formado, empezando por una parte de la industria petrolera que es la más susceptible de recibir de inmediato corrientes de inversión, pero también empresas como CANTV, cuya adecuación tecnológica y regreso a los mercados de deuda e inversión sería de paso un acicate para mayor inversión privada en tecnología.

La antesala de ese proceso es que se materialice en el entorno de una moneda estable que conserve su valor en el tiempo y que tenga suficiente liquidez internacional, entre otras cosas para que esos subsidios a los más necesitados sea subsidios de verdad, y no otra pieza de demagogia y de lucha política. Esa moneda puede ser el Dólar o el Euro, podría también ser una nueva moneda nacional en una caja de conversión que impida por completo la emisión monetaria, pero no pareciera haber la conciencia nacional de lo que eso envuelve para implementarla y que tenga credibilidad ante los inversionistas Lo que no puede ser es un signo monetario con tres o cuatro tasas de cambio simultáneos, y que como un bloque de hielo en el desierto se derrite ante nuestros ojos sin que nadie haga nada por evitarlo.

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

 

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@aconcheso