Rondando noviembre del año pasado escribí con mucho dolor un estudio que indicaba, por aquel entonces, que los venezolanos invertíamos en promedio 12 horas quincenales en conseguir productos urgentes. Hace dos fines de semana, una amiga de mi esposa le comentó haber demorado 12 horas en una cola para comprar 4 pollos y otro par de productos por los que habría pagado Bs. 700 aproximadamente en la red de abastos del Estado.

Esa misma semana, ante la escasez de pollo (lo cual incrementó nuestro deseo de comer pollo), muy nervioso tuve que comprar una gallina que costó, ella solita, Bs. 600. Esta diferencia brutal de precios hace que la multiplicación de las colas, en esta repartición equitativa de la pobreza, en lugar de resolverse se va a recrudecer independientemente de cuál sea la decisión del gobierno en materia económica. Ellos sea lo que sea, seguirán trayendo alimentos y regulando precios; nosotros seguiremos sin conseguir las cosas reguladas y haciendo colas para comprarlas donde se consigan al menor precio posible.

Siendo así, ni se moleste en sacar el promedio de horas invertidas por cada trabajador o sus familias en sortear la escasez y el alza de precios (horas mayormente laborales). ¿Cómo podemos tener un país productivo si no es posible siquiera trabajar en paz y respetar un horario? ¿Cómo podemos resolver el problema si nuestro principal socio, el único que tiene voz y voto, ni lava ni presta la batea?

A mi entender uno de los principales retos reales de este 2015 es lograr que la inestabilidad política y la escasez nos dejen siquiera ser la mitad de productivos de lo que fuimos el año pasado. Créanme, un trabajador atribulado es una bomba de tiempo. Esto es un drama justo cuando la coyuntura exige más producción.

Alguna vez por error alguien dijo que Jesús en lugar de multiplicar los panes, multiplicó otra cosa. Esa misma persona es hoy responsable primario de haber multiplicado las colas.

Con el respeto y devoción que me inspira ser un católico practicante, hoy parafraseo algunas ideas de la Conferencia Episcopal Venezolana en su comunicado de la semana pasada. En este país lo primero y lo fundamental, no es únicamente un cambio de modelo económico y político. Además de que los responsables de este desastre asuman sus culpas y pecados, es necesaria una verdadera renovación ética y espiritual de los venezolanos. “Los principios de legalidad, legitimidad y moralidad que sustentan el entramado de la convivencia social” hoy en día son prácticamente inexistentes en el país y a nadie parece importarle. Probablemente, este modelo dañó la moralidad dándole paso a cultos que en nada se parecen al venezolano y revertirlo resultará difícil.

Ni usted ni yo solitos podemos resolver la escasez, detener la inflación ni paliar la inseguridad. Absolutamente todos, de cualquier lado de la acera política, sabemos de quienes son esas responsabilidades.

Pero “no podemos creer en Dios y actuar de cualquier manera”. Las malas políticas nos están matando por la violencia, por el franco deterioro de nuestro ánimo, por falta de alimentos, medicinas, insumos de salud o por estrés. Pero esa renovación moral de la que tanta urgencia tenemos, comienza por evitar ser indiferente. Haga algo, haga lo que sea, pero evite que su indolencia le impida ser parte de cualquier solución.

En Cristo ponemos nuestras esperanzas nosotros los cristianos. ¿Usted, en quién las puso y en quién las pondrá?

Ángel Mendoza/ Abogado

@angelmendozaqui