Cuando el 10 de diciembre el abanderado de Cambiemos, Mauricio Macri, se juramente como Presidente, por primera vez en 85 años Argentina tendrá un gobierno de elección popular que no será ni peronista ni socialdemócrata. En efecto, con el derrocamiento de Hipólito Irigoyen por una junta militar en 1930 lo que había sido la séptima economía del mundo comenzó una larga regresión hacia las filas del tercermundismo, de la mano de dictaduras militares y gobiernos populistas.
La fortuna le sonrió a Argentina durante el siglo 19 y las primeras décadas del 20. Una constitución modelo de república liberal redactada por Juan Francisco Alberdi en 1853, acompañada de unas reformas educativas consolidando la educación básica universal gratuita y laica, implementadas por Domingo Faustino Sarmiento durante sus 6 años en la Presidencia a partir de 1868, sentaron las bases para una asombrosa producción de riqueza basada en el aprovechamiento de las abundantes ventajas comparativas de la nación Argentina. Para 1901 Argentina era la décima economía del mundo superando a Alemania, Austria y Francia, y en 1908 ya era la 7ª con un ingreso per cápita 70% mayor que el de España, 90% que el de Italia, 170% que el de Japón y 400% del de Brasil.
Todo esto llegó a su fin cuando en medio de la Gran Depresión, el General Jose Felix Urburú inició la denominada “década infame”, de gobiernos militares que desembocaron en el populismo de Juan Domingo Perón. Desde ese momento en adelante el descenso hacia el tercermundismo fue permanente, a pesar de algunos loables esfuerzos por revertir el declive. No tenía por qué ser así: Argentina es el granero del mundo y tiene una población educada y emprendedora. Pero el populismo, y su hermano mayor, el comunismo o socialismo real, siempre terminan destruyendo riqueza y empobreciendo a quienes dicen querer empoderar, forrando de paso los bolsillos de los “salvadores de la Patria”.
El cambio que ha elegido en las urnas Argentina parece augurar el regreso de ésta al lugar que le corresponde en el concierto de las naciones. El discurso y las propuestas del abanderado del cambio y de su equipo no son rimbombantes ni altisonantes, solo aspiran a imponer la lógica económica, la transparencia en el manejo de la cosa pública y la eficiencia en la gestión gubernamental. Ya quisieran muchos países con recursos abundantes pero con gobernantes empecinados en empobrecerlos poder seguir el ejemplo de cambio que los argentinos acaban de dar.
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
@aconcheso