Venezuela necesita con urgencia repensar su estrategia petrolera de largo plazo. No me refiero tan solo a revertir los errores de los últimos años que han puesto en peligro la capacidad de respuesta de la Industria en su conjunto, y en particular la capacidad de mantener, que no aumentar, la producción de crudo y gas. Se trata de algo más profundo: revisar preceptos que se han vuelto dogma a través de los años: el “sembrar el petróleo” de Uslar Pietri, la producción en manos del Estado que se conjuga con el control sacrosanto del marcado mundial por parte de la OPEP de Perez Alfonso y varias doctrinas anticuadas más (como el regalo de la gasolina a los consumidores nacionales). Estas no se ajustan a las realidades del siglo 21.
Lo cierto es que ya la OPEP no es el factótum del mercado y difícilmente podrá recuperar ese rol, veamos: en estos momentos hay tres productores de entre 8 y 10 millones de barriles diarios son Arabia Saudita, EEUU, y Rusia. EEUU requiere 38,400 pozos para producirlos, Rusia unos 4,200 y los Saudís tan solo 349. Los costos de producción van desde $ 5 para los saudís hasta unos $ 27 para los americanos. Solo Arabia Saudita pertenece a la OPEP y cada quien tiene su forma de ver el mercado. En el caso de los americanos es una economía abierta donde las decisiones las toman centenares que no miles de productores independientes. En el caso de Rusia es la utilización del bien para apuntalar sus designios imperiales y sueños de gran potencia. Los saudís y sus socios más inmediatos, Kuwait y Emiratos, tienen una agenda de sustentación de su forma de vida mediante el uso de la renta para mantener contentas a sus poblaciones.
Pensar que Venezuela puede tener alguna capacidad de negociación ante estas realidades económicas y geoestratégicas es una quimera casi infantil. Decir que tenemos las mayores reservas del mundo, que de paso no son realmente certificadamente probadas sino probables, y de un petróleo de tan poco valor en el mercado que está a la merced de los “diluyentes” (léase petróleo liviano) que nos quieren vender para mercadearlo, no es precisamente una posición de fuerza.
Pero la otra cara del argumento: aprovechemos la coyuntura para olvidarnos del petróleo y buscar otras ventajas comparativas, también es una quimera. Lo sensato es re pensar la forma en que vamos a aprovechar la ventaja comparativa petrolera en el contexto de las nuevas realidades. Eso empieza por entender al sector petrolero como un negocio, y no como una suerte de religión laica de control estatal absoluto sobre un bien cuyo margen de renta no ganada se ha reducido, pero no necesariamente su rentabilidad como producto industrial junto con todos los encadenamientos positivos que esto conlleva.
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
@aconcheso