Las estadísticas de los organismos multilaterales, entre ellos el Banco Mundial, señalan que a pesar de los progresos alcanzados en los últimos años en la América Latina, en cuanto a la reducción de la pobreza, estos indican que en la región, una de cada cinco personas se ubica en pobreza crónica, hecho vinculado principalmente, a la falta de empleo estable y bien remunerado, fallas en el acceso a los servicios básicos, tales como agua potable, saneamiento, transporte, vivienda, electricidad, los cuales inciden fuertemente en la calidad y nivel de vida de las comunidades. Estas circunstancias afectan a 130 millones de hombres, mujeres y niños, situación que se agrava por la presencia de características socio culturales que se trasmiten de generación en generación, manteniendo la situación de exclusión y marginalidad en la cual subsisten, de allí que se habla de una cultura de la pobreza.
Ante este hecho, los gobiernos de la Región se ven obligados a proteger los logros alcanzados y atacar el problema. Ello implica vigilar y recuperar el crecimiento del aparato productivo, estimulando la inversión pública y privada a fin de generar empleo y revisar y adecuar el aparato institucional responsable por las políticas públicas destinadas a mejorar las condiciones y calidad de vida de los más desfavorecidos.
Así, hay que revisar el conjunto de programas y proyectos vinculados a las políticas públicas orientadas al fortalecimiento de la inserción social de los grupos de bajos ingresos, estimulando la aplicación de medidas destinadas a fortalece el núcleo familiar, mecanismo reproductor de la pobreza, introduciendo cambios en los patrones de socialización, que faciliten su incorporación plena a una vida social diferente.
En el cambio propuesto la mujer juega un relevante papel, de allí su importancia en el esfuerzo de superar la situación. En otras palabras, hay que logar una mayor participación de la mujer, a fin de romper la cadena, no solo basta incrementar el número de niñas que asisten a la escuela, es crucial las mejoras en la calidad de los contenidos y sobre todo disminuir significativamente el abandono temprano de la escolaridad, que con frecuencia afecta a las niñas y jóvenes. En el mundo de hoy se requiere la permanencia de los estudiantes de ambos sexos al menos hasta avanzar a los grados superiores en la oferta media y técnica, disminuyendo la deserción y el abandono, lo cual limita la incorporación al mercado de trabajo formal, viéndose obligados por la falta de calificación a desempeñar tareas de menor remuneración y sin seguridad social.
Por lo tanto, la formación profesional y técnica se convierte en un requisito para incursionar en el mercado laboral, de allí que la mayor inserción de los jóvenes en pobreza crónica, transita por la existencia de programas y proyectos, especialmente dirigidos a incrementar la oferta en formación y calificación de la población juvenil, mediante el entrenamiento directo en tareas y ocupaciones concretas que faciliten su inserción posterior al trabajo de calidad, asimilando la cultura propia de la ocupación formal.
Además la educación de calidad deberá cubrir información asociada a valores y actitudes propios de la cultura del trabajo y de prácticas que fortalezcan la solidaridad y unión en el contexto de la familia y comunidad.
Sólo así se lograra superar los obstáculos que han impedido disminuir el número de personas que subsisten con ingresos inferiores a los cuatro doláres al día.
Maritza Izaguirre / Socióloga