El Imperio de la Ley es uno de los fundamentos de la Democracia Occidental. La Ley, producto de la producción democrática de derecho claro está, porque en las tiranías también existe un imperio de la ley impuesto por unos pocos sin beneficio de consultas electorales periódicas y a contrapelo de los derechos humanos básicos, como lo demuestran la era Nazi en Alemania con sus juristas del horror, entre otros.
Pero el proceso democrático no es perfecto, y como se ve recurrentemente en el mundo, corre el riesgo de degradarse y hasta perderse, si los administradores de la cosa pública no son sometidos permanentemente a un escrutinio ciudadano de sus decisiones que permita sanciones cuando su gestión lo amerite y que estos no puedan contravenir el bien común a la sombra de la opacidad.
Lo contrario a la opacidad en la que medran los funcionarios públicos inescrupulosos y los particulares que o bien los tientan, o se someten a sus demandas de “coimas” para la toma de decisiones y adjudicación de contratos es La Trasparencia. No es por accidente que aquellos países cuyos gobiernos son transparentes ante sus ciudadanos, son los más democráticos, los más igualitarios, y donde las libertades incluidas las económicas son más prevalentes.
Desde finales del Siglo 20, gracias a los avances en informática, la rendición de cuentas transparentes ha logrado ir más allá del mero control que se deriva de la separación de poderes, ampliando su espectro hasta una rendición de cuentas ciudadana permanente a través de las redes sociales. En los países más trasparentes el proceso incluye páginas web o blogs de legisladores y funcionarios que mantienen una rendición minuciosa sobre sus niveles de ingresos, inversiones que pueden comprometer sus decisiones y declaraciones de impuestos.
Una de las formas más respetada de medición de trasparencia es el Indice Anual de Percepción de Corrupción que publica Transparency International, cuyos resultados para 2016 son reveladores. No debe sorprender que entre los 10 países más transparentes se encuentren Dinamarca, Suecia, Finlandia y Gran Bretaña, mientras que entre los diez con mayor percepción de corrupción estén estados fallidos y anti-democráticos como Libia, Sudán, Korea del Norte, Somalia y, para nuestra vergüenza, Venezuela.
Para quien piense que este es “otro ataque más del Imperio contra el proceso” es interesante que tomen en cuenta que Transaprency International es una organización privada con sede en Berlín, no precisamente bien vista por los poderes públicos “imperiales” a quien coloca en el décimo octavo puesto de la clasificación. La puntuación para ese ranking de corrupción va de 1 a 100 puntos donde los más transparentes, Dinamarca y Finlandia empatan con 90 puntos y Venezuela ha descendido gradualmente hasta solo llegar a 17 punto. En 1995 cuando se comenzó esta medición no es que fuéramos un dechado de transparencia, pero la puntuación de Venezuela era 30, y había 6 países latinoamericanos con peor clasificación.
Hoy, a contrapelo de lo que sucede en Venezuela, la Región ha mejorado su nivel de transparencia, Venezuela está en el foso del Continente seguido por Haití, y el país de mejor desempeño es Uruguay seguido muy de cerca por Chile y Costa Rica. No debe sorprender que estos tres países tengan también un alto nivel en desempeño democrático, y libertades económicas.
¿Cómo salir del foso? La respuesta corta es emulando las normas de transparencia en gestión pública de los países mejor evaluados. Pero la forma de hacerlo no es viendo la paja en el ojo ajeno y culpando a los gobernantes y políticos en general. El ciudadano que soborna un policía ¿es víctima o cómplice? El padre que aplaude o estimula a un hijo a copiarse en un examen en un gesto de aplauso a la viveza criolla siembra vientos que se vuelven tempestad de corrupción. Y finalmente no hay que olvidar la vista gorda de la sociedad ante manifestaciones de opulencia de personas que claramente deben su fortuna al usufructo de los dineros públicos.
Una cosa es cierta, si no mejoramos estos índices, y los de libertad económica donde también habitamos el sótano mundial, difícilmente recuperaremos la prosperidad que algún día pareció ser nuestro destino inevitable.
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
www.laotraviarcr.blogspot.com
@aconcheso