En los años que llevo de Abogado nunca, cómo ahora, había visto a tantos colegas considerar un cambio de rama. Particularmente, debo agradecer a Dios por las oportunidades que he tenido y he sabido aprovechar y sobre todo, por darme la posibilidad de trabajar sostenidamente por una reputación en mi oficio.
Sin embargo, a pesar de que gozo de una práctica que muchos (incluyéndome) calificarían de próspera, no dejo de inquietarme cada vez que algún colega me dice: “
Esto no hay quien lo aguante, ni plata ni justicia!”
Cuando me puse a pensar por qué este fenómeno de querer huir de lo que uno estudió, de lo que a uno lo mantuvo durante tanto tiempo, no puede encontrar otra respuesta distinta a esta: Vivimos la crisis de las leyes en blanco.
Mi generación es hija de la inestabilidad legal y ahijada de la inseguridad jurídica. Estudiamos sin libros de Derecho Constitucional pues estaban cambiando la Constitución. Nos tocó vivir una Asamblea Constituyente, lo cual era una suerte de bicho raro, de animal exótico, que pocos habían visto. Cuando hubo Constitución, no sabíamos si tomábamos en cuenta la refrendada por la gente, la que se publicó en 1999 o la que se publicó en el 2000. Para sumar a esta inestabilidad, en menos de una década vivimos varios referendos, dos intentos de enmienda de la Constitución y una enmienda efectivamente aprobada. Lo gracioso es que esta enmienda que se realizó a esa Constitución y que fue aprobada por el Pueblo, tenía un solo propósito que distaba de ser jurídico o siquiera necesario para el orden legal.
Mi generación no tuvo libros de Derecho Administrativo pues cuando nos tocó ver esta materia el Ejecutivo estrenaba un poder habilitante descomunal y acababa de promulgar, de un solo “raboecochinazo”, 41 leyes que hacían temblar hasta el profesor más erudito. Recuerdo que se decía de la Ley de Tierras que acaba con la propiedad privada; que infamia! Los libros de Derecho Procesal Penal no servían tampoco, este sistema fue objeto de varias reformas. Ya no se podía decir menor, pues el término correcto era niño, niña o adolescente de acuerdo a una Ley nueva que también fue reformada un par de veces.
Por si fuese poco, mi generación fue asistente de jueces “contratados”; pocos de ellos duraban más de dos años y los destituían cuando por fin estaban aprendiendo el oficio. Fuimos funcionarios de mentira (nunca nos aplicó alguna suerte de carrera administrativa o judicial) y muchos duraron más de 8 años contratados esperando un concurso para un cargo. Mi generación vivió cualquier cantidad de referendos; nuevas leyes, reformas de esas nuevas leyes, interpretaciones de las reformas de esas nuevas leyes, doctrinas judiciales que aplicaban las leyes derogadas interpretando las reformas de las nuevas leyes, sentencias que decían que eran vinculantes y otras que las desaplicaban alegando inconstitucional de normas aprobadas en la Asamblea Nacional, destruyendo lo poco que aún se legislaba en este cuerpo.
Mi generación notaba cómo paulatinamente se cambiaba el sistema jurídico por un sistema anímico; en lugar de la ley, el sistema dependía del ánimo de cualquier funcionario o del propio Ejecutivo. Pero todo esto era común para mi generación, recuerden que no tuvimos libros y nuestros profesores no sabían en muchos casos qué estaban enseñando; pues las leyes que enseñaban estaban en papel, pero se iban desintegrando poco a poco con otras leyes, interpretaciones y hasta caprichos.
Nos dimos hasta el lujo de ver cómo una Ley del Trabajo se legisló por twitter. Pudimos ver cómo un Reglamento de esa Ley fue publicado en una Gaceta Oficial (que nadie vio) y al día siguiente fue firmado su Ejecútese. Vimos cómo pasan 6 días de la firma de una Ley que se supone dinamizaría el empleo obligando a contratar jóvenes y todavía no hay acceso a la Gaceta que permita informarnos de su contenido.
Somos, entonces, lo que yo llamo los abogados de las leyes en blanco; muchas normas están escritas pero en realidad están en blanco. Hasta que ocurre un caso y dependiendo de dónde ocurra, a quién le toque decidirlo o de quién se trate, puede determinarse una probabilidad de 60% de una solución que posiblemente ocurra pero que no necesariamente implique reconocer que la norma claramente le dé la razón a alguien. Nunca se debe olvidar que la ley está escrita pero en realidad está en blanco.
Aun así, sorprende que muchos de estos abogados de leyes en blanco, que nunca nos aburrimos, estén cansándose de una inestabilidad que ya forma parte de nuestro ADN.
A ustedes, mis amigos, ánimo que la lucha es dura pero la justicia llega, tarde pero segura.
Ángel Mendoza / Abogado
@angelmendozaqui