Hace más de 30 años fue publicado por vez primera un artículo en The Atlantic Monthly bajo el título Ventanas Rotas y cuyos autores, James Q. Wilson y George L. Kelling, se aventuraron a un análisis sobre criminología urbana que no ha perdido vigencia y que aplica perfectamente a nuestras realidades laborales. Más tarde, en 1996, el mismo Kelling profundizó sus comentarios en el libro “Arreglando Ventanas Rotas”.
A partir de allí, se habla de la teoría de las ventanas rotas como mecanismo para prevenir la criminalidad. Para nuestros propósitos, podemos resumir que esta teoría sostiene como necesario corregir los problemas cuando son pequeños, pues de este modo se previenen mayores problemas que escapen de nuestras manos y que impliquen el desarrollo de la criminalidad. De acuerdo con Kelling, quien también ha sido asesor de los cuerpos policiales de las ciudades de Nueva York, Los Ángeles y Boston, en la medida en que se ataca el comportamiento antisocial los verdaderos delitos serán, como resultado, prevenidos.
Para explicar la teoría, Kelling se vale de ejemplos: 1) supongamos un edificio en el que se ha roto una ventana y al cabo de un tiempo la ventana no se repara, entonces es altamente probable que los vándalos rompan unas cuantas ventanas más, pues el no reparar la primera ventana implica que al dueño del edificio no le importan las ventanas rotas. Finalmente, los vándalos más osados quizá irrumpan en el edificio, y si no hay alguien en ese momento en la instalación es posible que la ocupen ilegalmente y sea imposible desalojarlos pacíficamente o que prendan fuego en el interior del edificio y causen mayores daños.
2) Consideremos una acera pública o el banco de una plaza en el que alguna vez se acumula algo de basura y de pronto, más y más basura se va acumulando. Si la basura no es retirada de este espacio público, eventualmente la gente comienza a dejar bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o escombros y algunos criminales podrían asaltar a los vehículos que pasan por estas aceras repletas de basura. Al final, los criminales podrían ver una oportunidad en este espacio público para desarrollar sus fechorías, pues si a nadie le importa este espacio al punto que no pasan las cuadrillas de basura, es altamente probable que tampoco pasen por allí los policías.
Ahora bien, ¿qué tienen en común la teoría de las ventanas rotas y nuestra realidad laboral en Venezuela? Desde mi perspectiva, la enseñanza de las ventanas rotas está en todas partes y si bien mucho se podría aprender de ella desde el punto de vista de políticas públicas, puede perfectamente aplicarse a los vándalos que pululan en todos los niveles de las organizaciones. Estos individuos pueden haber incurrido en comportamiento antisocial manifiesto o pueden haber delinquido y pasar desapercibidos.
Lo que resulta peor, estos personajes pueden tener acorralados a otros trabajadores. Puede tratarse de obreros o altos gerentes cuyo comportamiento es
tolerado por considerarse inofensivo. Ahora, ¿han preguntado a los obreros víctimas de acoso por razones políticas si esos actos de broma le parecen “inofensivos”? ¿Han reflexionado o se han preguntado, por ejemplo, si a la casa matriz le parece inofensiva la actitud del gerente de finanzas que pedía reembolsos a la empresa por los 25 tragos de ron que se tomaba cada vez que viajaba al interior del país? Claro, ustedes sabían que estos tragos aparecían con el nombre de “jugos” en la factura y nunca generarían sospecha.
Hay otra práctica bastante difundida y no por ello menos peligrosa, que consiste en enviar el mensaje equivocado: cuando justamente debemos reparar la ventana en lugar de romper otra. Supongamos un sujeto que es sorprendido hurtando en una organización y se descubre que el hurto ha sido perpetrado de manera continuada y además que el sujeto es cómplice de una banda criminal que opera en la comunidad donde tenemos nuestra planta. Lo más seguro es que la decisión sea “negociar” con esta persona para “evitar” que se continúe cometiendo el delito en nuestras instalaciones. Por lo demás, es lo más “razonable” sabiendo que este criminal podría buscarnos y hasta amenazar a nuestras familias si tomamos las medidas correctas.
Haciendo a un lado todo el tema de seguridad de personas que supondría corregir adecuadamente esta situación, considero que con esta práctica enviamos el mensaje equivocado al resto del grupo, pues lógicamente supondrán que nos importa poco haber perdido dinero y que al delincuente se le recompensa con una buena “negociación”. Otros pensarán, si él se robaba mil cajas de producto terminado y hasta le indemnizaron para que se fuera de la compañía, yo me puedo llevar dos cajas de bolígrafos o de papel sanitario, total, ¡a la empresa no le importa!
La reflexión que quisiera dejarles en esta ocasión es la siguiente: debemos revisar nuestras organizaciones y comenzar a fijarnos en las pequeñas cosas que estamos dejando pasar, corregir y empezar a mandar los mensajes correctos. Si alrededor todo se cae a pedazos, la empresa es responsable por mantener la casa en orden, por imponer y hacer cumplir las normas de conducta adecuadas a sus valores dentro de esos metros cuadrados que son su propiedad.
Es preocupante cómo todos los días somos cada vez más permisivos con conductas que sabemos nocivas y hasta antisociales, las justificamos con el tema de “fulano debe estar bajo estrés” o “mengano si es abusador, que loco es”. Debemos empezar a predicar la tolerancia cero con este tipo de conductas; debemos comenzar a sancionar severamente los comportamientos vandálicos y sobre todo, debemos revisar ya nuestras ventanas rotas y no escatimar en repararlas pues la tendencia es que será menos probable que los vándalos rompan más ventanas o que los “residentes” huyan de nuestro “vecindario”.
Ángel Mendoza / Abogado
@angelmendozaqui