El Neuroliderazgo es una disciplina muy joven, aún no tiene una década. Pero viene generando una auténtica revolución en el mundo, haciendo que los líderes partan del funcionamiento del propio cerebro, para conocer e influir en los otros. En ello, el reconocimiento del papel de las emociones cobra una importancia fundamental a la hora de dirigir equipos de trabajo.
Para quienes trabajamos acompañando a empresas y organizaciones, hay una serie de inquietudes e intereses que nos resultan recurrentes. A lo largo de estos 10 años de trabajo de Consultora Comunicar, nos hemos encontrado una y otra vez con el deseo de nuestros clientes de comprender la conducta humana y poder obrar en consecuencia. ¿Por qué mi equipo de trabajo se comporta de tal manera?; ¿cómo pueden ayudarme a que logremos sincronizar los movimientos del equipo en pos de un mismo objetivo?; ¿cómo desarrollar el Capital Humano y generar una Cultura Organizacional basada en el aprendizaje y el crecimiento?, son interrogantes que se mantienen a la orden del día. Hoy, los avances de las tecnologías y las neurociencias nos permiten sumar herramientas al apasionante y desafiante camino de construir posibles respuestas, y despertar nuevas inquietudes.


RAÍCES. Surgido luego de que David Rock, un consultor australiano, realizara para su doctorado una serie de entrevistas a destacados neurocientíficos del mundo, el “Neuroliderazgo” suma los novedosos aportes de la Neurociencia a la tarea de gestionar a las organizaciones.
Una de las cuestiones más destacadas que Rock encontró en los estudios neurocientíficos y que aplicó en sus estrategias para el liderazgo, es la comprensión de que la gente puede entender las cosas a nivel cognitivo, pero en la mayoría de las veces seguirá haciendo lo mismo, y que muchos de los que logran cambiar, ante situaciones de estrés, vuelven a valerse de sus antiguos patrones de comportamiento. La explicación, está en el cerebro, ese órgano que se desarrolló a lo largo de millones de años.
Por mucho tiempo los paradigmas del liderazgo estuvieron plantados sobre la conciencia y la racionalidad, pero las emociones han venido para quedarse, sustentadas ahora en las comprobaciones realizadas por la Neurociencia. Por más que creamos que todos podemos actuar en cada momento de manera pensante (utilizando el córtex), un factor a tener en cuenta es la comprobación de que la primera respuesta es siempre emocional (y las emociones se generan en el sistema límbico, que suele seguir otros criterios).
Ya hace varios años, el reconocido psicólogo Paul Ekman, había descubierto que tomamos conciencia de estar experimentando una emoción entre cuarto y medio segundo después de que ésta ocurre. Recientemente, el neurocientífico Evian Gordon ha determinado que las emociones ocurren en nuestro interior en unos 300 milisegundos, mientras que el pensamiento consciente tarda 500 milisegundos. Esto significa que ante una situación de peligro, el cuerpo lo denota primero y luego uno lo interpreta racionalmente. Por ejemplo, si a uno se le aparece una víbora de repente, el miedo se experimenta automáticamente, y luego uno empieza a razonar. En esto juega un papel importante la amígdala, que es la parte del cerebro que funciona haciendo que nos quedemos a pelear o salgamos corriendo.


EN TERRENO. En el mundo empresarial, no es muy corriente encontrarse con serpientes, pero es común estar expuesto a confrontaciones. Las víboras aquí tienen sus equivalentes en los usuarios agresivos, los compañeros complicados, los jefes difíciles, los ‘incendios’ que surgen permanentemente. Y más allá de que casi todos saben lo que deben hacer, la primera reacción es siempre emocional.
El viejo consejo de contar hasta diez antes de actuar, parece seguir muy vigente. Según algunas teorías, el tiempo entre la reacción y la respuesta apropiada es de entre seis y diez segundos, por eso es mejor respirar hondo y decantar la situación para pensar y actuar de la manera más conveniente.
Una de las habilidades esenciales promovidas por el neuroliderazgo es el autocontrol emocional. De manera natural, el ser humano está formateado para detectar el peligro, por eso el cerebro es básicamente reactivo. Esto es consecuencia del desarrollo histórico de la especie, y de lograr la supervivencia en tiempos remotos; pero esas funciones siguen siendo dominantes, por eso podemos ver en una oficina que la gente continúa reaccionando de esa forma. Esto no favorece el clima laboral ni la eficacia, y se explica por el hecho de que existe una conexión entre el córtex prefrontal (la parte más desarrollada e ‘inteligente’ del cerebro) y la amígdala, por la cual cuanto más se está expuesto al estrés, se liberan más dopamina y norepinefrina, dos neurotransmisores que inundan la corteza prefrontal provocando que uno se vuelva más impulsivo y desorganizado.
Un “neurolíder” efectivo es aquel que comienza por el autoconocimiento y la autorregulación, lo que le permite sortear decisiones complejas y tener control ante el estrés. Y a partir de allí, comprender a cada integrante de su equipo de trabajo, facilitando las condiciones para que se desempeñe de la mejor manera.
Según el mencionado David Rock, el rol fundamental del líder es ayudar a su equipo para que cada uno desarrolle hábitos y respuestas más útiles y eficaces, y para ello, el poder está en enfocarse en lo que se quiere consolidar. Así, por ejemplo, en épocas de crisis, lo negativo tiende a volverse central, y eso inhibe la creatividad necesaria para generar soluciones; para revertir esto, es fundamental ejercitarse en el enfoque positivo, que permita detectar las cosas buenas que han ocurrido durante el día y pasaron desapercibidas, ya que sea cual fuere el foco de atención, impacta significativamente en la motivación.


EMOCIONES. Al respecto, los estudiosos del funcionamiento del cerebro han determinado que los estímulos del mundo exterior son evaluados inicialmente de manera instintiva y emocional, definiendo si es una posible “recompensa” o una potencial “amenaza” para la supervivencia. Esta es una función básica del cerebro que pervive hasta el día de hoy, y que ayudó a mantener a la especie en remotas épocas de peligro y escasez. Diversos estudios neurocientíficos demuestran que las respuestas de amenaza suelen ser mucho más potentes que las respuestas de recompensa, por lo que nos alejamos de las amenazas más rápidamente y más vigorosamente que lo que nos movemos hacia las recompensas.
Un factor fácilmente comprobable es que las emociones son contagiosas, sean positivas o negativas, y además suelen retroalimentarse desarrollando espirales que magnifican su impacto. Reconociéndolo, el líder sabrá gestionar sus emociones y las de su equipo para contener las negativas y expandir las positivas.
Cuando los líderes se sienten bien consigo mismos, comunican claramente sus expectativas, dan a los empleados libertad para tomar decisiones, apoyan los esfuerzos de las personas para construir buenas relaciones, y tratan a toda la organización de manera justa, provocan una respuesta de recompensa y hacen que el trabajo sea más eficaz, más abierto a las ideas y más creativo.
No era para nadie un secreto que todo lo que uno logra en su trabajo (y en su vida) está directamente relacionado con su forma de pensar, y sobre todo, con su estado emocional. El Neuroliderazgo ahora lo ratifica científicamente, y nos brinda las herramientas más eficaces para hacerlo mejor.

(*) Licenciado en Comunicación Social.

Sebastián Quartino (*)

Actualidad Laboral/ Con información de:  www.eldiario.com.ar