En 1958 Mao Zedong inició uno de los experimentos de colectivización más desastrosos de la Historia: El Gran Salto Adelante. De su mente febril brotó la idea de que el pueblo colectivizado podía no solo producir suficiente comida para alimentar a todos los chinos, sino también industrializarse por la vía de pequeños altos hornos para la fundición de acero en los patios de las casas. La propaganda oficial habló de un millón de estas unidades, pero el acero producido por estos hornos artesanales resultó inservible pues ni los campesinos fueron capacitados en las técnicas básicas de fundición ni podían aplicarse las tecnologías adecuadas en esa micro-escala productiva. Dos años después la aventura terminó con hambrunas en las que murieron entre 20 y 30 millones de ciudadanos.
Se pregunta uno si añoranzas de emular al Gran Salto Adelante del inefable Gran Timonel fue lo que inspiró al alto gobierno a concentrarse en una idea tan pedestre como la agricultura urbana, en un país con 30 millones de hectáreas agrícolas cultivables, muchas en desuso por la confiscación intempestiva, la ausencia de insumos y de políticas que estimulen su explotación.
Resulta incomprensible dedicar horas de cadenas televisivas a cantar loas al cultivo de lechugas en botellas de refrescos, y a hacer proyecciones fantasiosas del número de hectáreas aptas para ese desvarío, cuando ni siquiera se ha establecido una sistema cambiario que medio permita el cálculo económico. Mientras se pierden horas en estos menesteres, y en atizar la confrontación en defensa de un sistema económico a todas luces fracasado, las colas que tiene que sufrir la atribulada población aumentan de manera exponencial.
Pero el proyecto de agricultura urbana no es tan solo un gracioso capitulo adicional de la picaresca revolucionaria. Está plagado de riesgos ambientales gigantescos, sobre todo cuando se está hablando de incorporar al esfuerzo la cría de pollos, gallinas ponedoras y ¡cerdos! ¿Cuántos años no demoró sacar las famosas cochineras de las zonas urbanas para que la actividad porcina se hiciera de manera técnicamente correcta y en escalas que permiten la eficiencia? Lo mismo aplica al sector avícola, en el que la cría artesanal presagia brotes de influenza aviar y otras epidemias para las cuales no habrá ni siquiera medicinas. Por supuesto que nadie se ha preocupado en cuantificar el efecto de los efluentes de abonos y agroquímicos sobre los sistemas de aguas servidas, y las necesidades de agua para irrigación.
Definitivamente estamos presenciando la apoteosis de lo disparatado y lo insólito, sin aprender un ápice de como terminaron los proyectos inviables de Mao.
Aurelio F. Concheso / Ingeniero
@aconcheso