El mes pasado, en un hospital de Oregon circuló el aviso de que un visitante estaba dando problemas en el ala de maternidad, y las enfermeras fueron advertidas de que el hombre podría tratar de secuestrar al recién nacido de su pareja.
Horas más tarde, el visitante abrió fuego, mató a un guardia de seguridad e hizo que pacientes, enfermeras y médicos corrieran a buscar cobijo.
El tiroteo en el Centro Médico Legacy Good Samaritan de Portland formaba parte de una oleada de violencia armada en hospitales y centros médicos de Estados Unidos, que han tenido problemas para adaptarse a las crecientes amenazas.
Esos ataques han contribuido a hacer de la atención médica uno de los sectores con más violencia del país. Los datos muestran que el personal de salud sufre más lesiones no letales por violencia en el lugar de trabajo que los empleados de cualquier otra profesión, incluidas las fuerzas de seguridad.
“Los trabajadores de salud ni siquiera piensan en eso cuando deciden que quieren ser enfermeros o médicos. Pero en cuanto a la violencia real, estadísticamente, la sanidad es cuatro o cinco veces más peligrosa que cualquier otra profesión”, explicó Michael D’Antelo, expolicía y especialista en atención médica y violencia en el lugar de trabajo como consultor de seguridad en Florida.
Otros sectores están por delante de la sanidad en peligro en general, incluido el riesgo de muerte.
Se han producido balaceras similares en hospitales de todo el país.
El año pasado, un hombre mató a dos trabajadores en un hospital de Dallas cuando estaba allí para ver el nacimiento de su hijo. En mayo, otro hombre disparó en la sala de espera de un centro médico en Atlanta, donde mató a una mujer e hirió a cuatro. A finales del mes pasado, un agresor hirió a tiros a un médico en un centro médico en Dallas. En junio de 2022, un hombre armado mató a su cirujano y a otras tres personas en una consulta médica en Tulsa, Oklahoma, porque culpaba al médico del dolor persistente tras una operación.
No son sólo los tiroteos mortales. Los trabajadores de salud suponían el 73% de las lesiones no letales por violencia en el lugar de trabajo en 2018, el año más reciente del que había estadísticas disponibles, según la Oficina de Estadísticas de Empleo de Estados Unidos.
El día anterior al tiroteo del 22 de julio en Portland, los empleados del centro fueron advertidos en reuniones de que se preparasen para un posible “código Amber” en caso de que el visitante intentara secuestrar al bebé, según una enfermera con conocimiento directo de los avisos y que habló con The Associated Press. Habló bajo condición de anonimato porque temía sufrir represalias en su trabajo.
Quince minutos antes de los disparos, alguien en el hospital llamó al 911 para reportar que el visitante estaba amenazando al personal, según una cronología publicada por la policía de Portland.
“No sé cuántas oportunidades recibió. Llegó un momento en el que el personal no sabía qué hacer, o qué podían o no podían hacer con él”, recordó la enfermera.
La policía llegó al ala de maternidad en cuestión de minutos, pero era demasiado tarde. Bobby Smallwood, un guardia de seguridad trasladado desde otro hospital de Legacy para cubrir turnos en el mermado equipo de seguridad de Good Samaritan, había sufrido un disparo mortal. Otro empleado del hospital sufrió una herida por metralla. El sospechoso huyó, y más tarde murió abatido por la policía en un vecindario cercano.
El hospital declinó responder a los comentarios de la enfermera porque el caso aún se estaba investigando.
“Los sucesos como este son impredecibles, pero nuestro equipo mostró profesionalismo y un considerable valor ante unas circunstancias extraordinariamente difíciles ese día”. dijo Legacy Health en un comunicado a AP:
Legacy Health tiene previsto instalar detectores de metales adicionales en Portland, revisar las bolsas en todos sus hospitales y enviar a visitantes y pacientes a accesos controlados. Más guardias de seguridad recibirán pistolas eléctricas, señaló el centro, y se instalarán capas que ralentizan las balas en algunas cristaleras interiores y entradas principales.
Unos 40 estados han aprobado leyes que crean o incrementan las sanciones por violencia contra personal de salud, según la Asociación Estadounidense de Enfermeras. Los hospitales tienen guardias de seguridad armados con porras, pistolas eléctricas o armas de fuego, mientras que algunos estados, como Indiana, Ohio y Georgia, permiten a los hospitales crear sus propias fuerzas policiales.
Los críticos dicen que la policía privada de hospitales puede agravar la desigualdad de salud y de trato con la policía que ya sufren las personas negras. También señalan que a menudo, los cuerpos policiales privados no tienen que revelar información como con cuánta frecuencia emplean la fuerza o si detienen de forma desproporcionada a miembros de grupos minoritarios.
Los equipos de seguridad no pueden resolver todos los factores que provocan la violencia porque muchos se deben a un sistema de salud disfuncional, señaló Deborah Burger, enfermera registrada y presidenta de Nacional Nurses United.
A menudo, pacientes y familiares tienen que ir y volver varias veces de las salas de urgencias a su casa, y se frustran por los altos costes, las opciones limitadas de tratamiento o las largas esperas, indicó Burger.
“En realidad los hospitales no tienen un departamento de quejas, de modo que el único objetivo real que tienen es la enfermera o el personal que tienen justo delante”, explicó.
La falta de personal obliga a las enfermeras a atender más pacientes y les da menos tiempo para evaluar posibles problemas de comportamiento en ellos. Los esfuerzos por desescalar una situación violenta son menos eficaces si las enfermeras no han tenido tiempo de conectar con los pacientes, dijo Burger.
Los crecientes ratios de pacientes por enfermera son “una fórmula absolutamente catastrófica para el incremento de violencia en el lugar de trabajo”, dijo D’Angelo. “Ahora ni siquiera tienes el viejo sistema de dos compañeras que cuidan una de otra”.
Algunos gestores hospitalarios instan al personal a calmar a los visitantes y pacientes agresivos porque les preocupa recibir malas críticas, dijo Burger. Eso se debe a que la Ley de Cuidado de Salud Asequible vinculó una parte de la tasa de reembolso federal a las encuestas de satisfacción de los pacientes, y una baja satisfacción afecta a las cuentas.
“El resultado de esas encuestas nunca debería tener prioridad sobre la seguridad del personal”, afirmó D’Angelo.
Eric Sean Clay, presidente electo de la Asociación Internacional de Seguridad en Atención Médica y vicepresidente de seguridad en el memorial Hermann Health de Houston, dijo que las tasas de violencia en el trabajo para centros médicos están “muy infrarrepresentadas”.
“Creo que mucho deriva de que el personal es muy tolerante y llegan a verlo como parte del trabajo”, dijo. “Si no están heridos, a veces no quieren reportarlo, y a veces no creen que vaya a cambiar nada”.
El hospital de Clay tiene guardas de seguridad con y sin armas, aunque él espera que en un futuro todos vayan armados.
“De hecho tenemos nuestro propio campo de tiro”, dijo Clay. Ninguno de sus guardias ha sacado su arma en el trabajo en los últimos años, pero quiere que estén preparados debido al auge de la violencia armada.
Clay y Memorial Hermann Health declinaron responder a preguntas sobre si un guardia de seguridad armado podría afectar de forma negativa al acceso a sanidad o a desigualdades existentes.
La enfermera en el hospital de Portland dijo que la balacera dejó a sus compañeros aterrados e inusualmente solemnes. Le preocupa que las promesas de seguridad reforzada de la compañía sean temporales debido al coste de encontrar, instruir y conservar a los guardas de seguridad.
Algunas de sus compañeras de trabajo han dejado el puesto porque no quieren enfrentar otro “código plata”, la alerta que se emite cuando hay alguien armado en el hospital.
“Siempre decimos que estos pacientes y sus familias son muy vulnerables, porque están teniendo el peor día de su vida”, dijo la enfermera, y eso hace que muchos trabajadores sean reacios a exigir un mejor comportamiento.
“Tenemos que detener esa idea”, dijo. “Ser vulnerable es desangrarse por una herida de bala en el pecho. Ser vulnerable es tener que atrincherarte con tus pacientes en una sala por un código plata”.
Actualidad Laboral / Con información de AP