El empecinamiento en llevar la economía a su destrucción con crecientes dosis de insensatez, empeñándose de paso en cometer el mismo error vez tras vez, nos obliga a analizar los eventos de manera descarnada. Esto en la tal vez vana esperanza de que alguien dentro del círculo de tomadores de decisiones económicas tenga una epifanía que lleve al cambio de políticas fracasadas e insostenibles.

Hace escasas cinco semanas señalábamos la inviabilidad del sistema de flotación semi-controlado denominado Dicom 2, que con bombos y platillos se pusiera en funcionamiento la última semana de mayo. Según el cuidadosamente seleccionado supervisor del sistema, la integridad informática del mismo para garantizar la transparencia y libre flotación dentro de las bandas, era sólo comparable al sistema utilizado en  Singapur, una de las economías más abiertas y libres del Mundo.

Claro que el inefable funcionario no explica como un mecanismo diseñado para la libre oferta y demanda puede tener algún grado remoto de compatibilidad con un sistema de controles férreos en el que conviven dos cambios oficiales con una diferencia de 250 a uno entre ellos. Y de un cambio extra-oficial, pero tolerado para que el desabastecimiento de productos no llegue a niveles de colapso total, que está 800 veces por encima del cambio más bajo (de bolívares 10 por cada dólar estadounidense) del que se benefician tan solo unos pocos afortunados.

La idea de un sistema de bandas es que la oferta y la demanda se encuentren en algún punto cercano al centro de la banda. Si ese no es el caso, y hay mucha más demanda que oferta, todos los oferentes migrarán rápidamente al tope de la banda, como sucedió casi de inmediato. Para que el sistema funcione sin volverse otra pantomima donde el Banco Central termina asignando las escasas divisas que él oferta al precio que desde Miraflores le dictan, es necesario que el precio promedio aumente de tal forma que la oferta y la demanda se mantengan en un punto despegado de los extremos.

Si hubiera una gran demanda de bolívares porque todo el mundo quiere desprenderse de sus dólares, por ejemplo, habría que ir bajando el nivel de cotización revaluando así el la moneda local. Obviamente no es ese el caso sino todo lo contrario, motivo por el cual el tope de la banda, que empezó en Bs 2,200, en tres subastas escaló rápidamente a Bs 2,600. Ante esa realidad, el BCV decidió que la 5ª subasta “sería resuelta mediante una subasta de contingencia” según reza el comunicado que la anunciaba. Para los no familiarizados con la materia “contingencia” es un eufemismo para decir que quien controla el sistema decide de manera voluntariosa a qué sectores y en qué montos se asignan los dólares.

¿Les suena conocido? ¿Se recuerdan del Sitme, Sicad I y II, Simadi, y Dicom I? Todas estas sopas de letras se estrellaron contra una misma realidad.  No hay forma posible de que un control de cambio, y menos uno con cambios múltiples, funcione por más de unos meses sin causar distorsiones, paralización y escasez. Sobre todo cuando simultáneamente se persiste en inyectar una cantidad cada vez mayor de bolívares sin respaldo a la economía; casi 5 billones solamente desde el día que empezó el sistema hace 5 semanas. Los oferentes esperarán al inevitable colapso, y los demandantes harán colas cada vez más largas para ver si les cae algo antes de que llegue el colapso.

Como hemos repetido hasta el cansancio, la única salida de este entuerto es por la vía de una reforma monetaria que simultáneamente unifique todas las tasas, liberando la tasa resultante, mientras que al unísono se le quita a los burócratas la potestad de imprimir liquidez a su antojo. Seguramente se preguntarán cual es esa tasa resultante

La respuesta es muy sencilla, la que en ese momento determine el mercado en un equilibrio entre oferentes y demandantes. Atrévanse, antes de que haya que añadir unas siglas más al cementerio de sopas de letras.

Aurelio F. Concheso / Ingeniero

www.laotraviarcr.blogspot.com

@aconcheso