Una de las cosas más extrañas que jamás puede haber pasado en este país es la crisis de productos que cualquiera debería dar por sentado poder comprar en una situación de normalidad. Muchas veces he pensado que no nos tomamos en serio todo el impacto que genera el desabastecimiento en la productividad de las empresas, pues estamos como en una suerte de “negación”.
Sin embargo, cualquiera que vaya al mercado con regularidad, habrá posiblemente notado que la inflación y la “desregulación tácita” de precios han vuelto a poner en los anaqueles algunos de estos productos “perdidos”. Entre ellos, el papel “tualé” que antes era motivo de desespero para cualquier hogar, ha comenzado a aparecer en cantidades ingentes y la gente ya no se “mata” por comprarlo.
Supongamos, por ejemplo, que una hipotética empresa producía papel tualé y en condiciones normales era capaz de abastecer suficientemente el mercado. Su margen de ganancia era bueno pues en Venezuela la gente consume mucho y los diferenciales cambiarios convertían en una ilusión operar en el país a pesar de las adversidades. Los ejecutivos ganaban sus bonos al tope máximo; los trabajadores eran felices pues su contrato colectivo les daba beneficios que ni en sus sueños más salvajes podían haber ganado. Sin embargo, la materia prima empezó a escasear y los inventarios a caer. Ahora tiene un par de paradas de planta y los despachos de producto son discontinuos; antes llegaban a un abastecimiento total, ahora la falla de producto en anaquel es del 40%, muy pronto llegará al 60% y nadie se explica cómo se evapora el producto si los niveles de producción están en topes históricos.
A lo lejos llega un especulador y ve este problema. A la hipotética empresa se le fiscaliza, dada la coyuntura, toda la cadena de distribución del producto para garantizar que llegue adecuadamente a la gente. Al especulador nadie lo fiscaliza. El especulador entiende que el desabastecimiento crea desespero; el especulador entiende que conviene este producto en un mercado desregulado, para beneficiarse del costo del producto por su regulación. Partimos del principio básico de que toda economía tiene un margen de especulación, que es imposible de prever y de evitar. A menor regulación, menor especulación. A mayor regulación, mayor corrupción del especulador.
Y así es el modo en que ruedan las cosas. Los empresarios culpan al gobierno y el gobierno culpa a los empresarios; pero nadie resuelve los problemas. El especulador es simplemente un espectador en esta guerra de culpas; a nadie le conviene culparlo.
Invirtieron en importar papel tualé; obligaron a las empresas a extremar la producción; pero no resolvieron el problema. Liberaron el precio del papel tualé y de pronto comenzó a aparecer en cantidades normales para que nadie se desespere, porque a un precio normal la gente compra lo justo y frente al abastecimiento normal el especulador tiene menos margen para actuar. De pronto, vemos nuestra dispensa y nos preguntamos ¿qué hacemos con tanto papel tualé?
No quiero hacer eco de la guerra económica; no hay una tesis más absurda, es una ficción para explicar el desatino de un modelo que evidentemente no funcionó. Pero sí es cierto que parcialmente el desabastecimiento ha implicado una inversión terrible de las familias para sostener un inventario que no necesitan realmente, lo cual produce un deterioro innegable en la calidad de vida. Si no teníamos papel tualé y creíamos que el problema se resuelve sancionando, contratando más gente y produciendo más papel tualé, la verdad solo atacamos la consecuencia y no la causa. En algún punto era inevitable que el producto fuese más caro para que la gente dejara de comprar más de lo necesario. En algún momento convendrá que el precio del producto reconozca el valor real de las cosas y así se evitará el contrabando.
Hoy en día los recursos económicos de la familia promedio se destinan a comprar cosas que no necesitan sino hasta dos meses después, por el terror que produce la “sensación” de no conseguir las cosas luego. Vivimos en un estado de miedo, hasta para comprar alimentos. Ayer tropecé en plena avenida Urdaneta de Caracas con un vendedor informal y casi le compré jabón en polvo para lavar la ropa que ya ni se consigue. Esta persona especula porque puede, y ninguna prohibición se lo va a impedir, es como decir que por existir el Código Penal ya no va a haber más homicidios, robos o secuestros.
Por ello, vuelvo a la pregunta de hace un par de semanas ¿qué hago con ese 15% de incremento salarial si por miedo tuve que comprar en 15 días lo que necesito para dos meses?, solo por el temor de no volverlo a conseguir; el gasto de dos meses no se paga con el salario de 15 días, ni siquiera con que lo aumenten 80%. El problema nuevamente no es el salario.
Ángel Mendoza / Abogado
@angelmendozaqui