Perspectivas
¡Sí, chef!


Si alguna vez han estado en la cocina de un restaurante, habrán notado que trabajan con una envidiable disciplina y todos alineados a la voz de "Sí, chef" cada vez que el Chef en Jefe les gira una instrucción.

Pues bien, esta dinámica tan peculiar me ha inspirado para escribirles sobre la importancia de ser Líder más que Jefe, y sus efectos en la respuesta de nuestros colaboradores.

Un Chef en Jefe tiene bajo su responsabilidad guiar al equipo cada día durante la jornada de preparación de exquisitos platos, mantenerlos alineados de tal manera que todas las órdenes de una mesa salgan a la par (con la cocción adecuada y demás preferencias del comensal), motivar al equipo para dar todo de sí hasta el último plato servido, hacer control de calidad antes de enviar la comida a la mesa, coordinar la entrega de los platos a los mesoneros con la orden correcta, y todo esto en el menor tiempo posible… ¡afuera esperan con hambre!

Ahora, imaginen toda esta dinámica llevada a nuestro contexto laboral: guiar al equipo durante un proyecto o proceso productivo determinado, mantenerlos alineados para cumplir los tiempos de entrega según la planificación (y con todos los requisitos que exige el cliente), motivar a nuestros trabajadores para que no desfallezcan en el camino, revisar que todos los detalles han sido considerados, y cumplen con los estándares de calidad antes de la entrega al cliente y garantizar que éste recibió el producto en el tiempo esperado… ¿les resulta familiar?

Como hemos notado, de alguna manera todos los Supervisores o Gerentes han ejercido analógicamente el rol de un Chef; la pregunta es, ¿son Jefes o Líderes?

La diferencia es simple, un Jefe delega responsabilidades en su equipo, define fechas de cumplimiento, exige alto rendimiento y entrega de resultados, y se da la vuelta hacia su oficina hasta el final del proyecto. Probablemente obtengamos un “buen” producto, pero ¿a qué costo? Será muy probable que nos encontremos con un equipo desmotivado, con falta de compromiso, problemas de comunicación y desinterés por involucrarse con su entorno laboral, altos índices de rotación no deseada y, más temprano que tarde, dejarán de reportar esos “buenos” resultados.

Por otra parte, el Líder al igual que el Jefe delega responsabilidades y establece fechas límites, espera de su equipo el mejor desempeño y siempre exige un plus; pero en lugar de correr a la confortable silla, se queda con su equipo, ideando formas creativas, innovadoras y mejores de llegar al objetivo en menos tiempo, a menor costo y mejor calidad; el Líder conoce a cada miembro de su equipo, se preocupa por su bienestar y el de sus familiares, se integra en todas las actividades del grupo y motiva hasta el final (como la mejor cheerleader puede hacerlo) para conseguir la meta: un “excelente” producto.

Como líderes, tenemos la posibilidad de mover a nuestro equipo hacia donde queremos que vaya, si sabemos motivarlos adecuadamente; tenemos la capacidad de detectar cualquier desinterés o falta de compromiso para corregirlo inmediatamente; y la posibilidad de saber cuándo debemos dejar ir a algún miembro de ese equipo.

Una persona negativa, poco comprometida, desmotivada y desinteresada puede causar efectos muy perjudiciales a un equipo de trabajo, y la peor noticia, esto es contagioso. Se contagia tan rápido como cualquier epidemia y nos puede llevar de ser Líderes a Jefes al resguardarnos en la seguridad de nuestra oficina de este grupo de pestíferos sin remedio.

De ahí la importancia de detectar a tiempo las oportunidades de mejora con nuestro equipo de trabajo, diseñar planes para superar las debilidades y trabajar en equipo para ello. Pero a su vez, es importante tomar las decisiones adecuadas en el momento indicado.

Ya sé que están pensando, tomar la decisión de despedir a alguien es utópico en este país. Y es por ello que hasta para “dejar ir” a las personas, debemos actuar con liderazgo.

A medida que conocemos el entorno de nuestros trabajadores, sus necesidades y aspiraciones, su dinámica familiar y social, estaremos en la capacidad de sostener una conversación con “el portador del virus” para hacerle ver que en ocasiones debemos tomar decisiones para nuestro bienestar y el de los otros, que en un lugar diferente, hay oportunidades probablemente más adaptadas a sus expectativas, y que es momento de dar ese paso (hacia afuera).

Debo reconocer que no es una tarea tan sencilla como se desprende de estas líneas, vaya si lo sabemos en Littler; pero también reconozco que cuando contamos con el apoyo de un Líder en el área de trabajo, la empatía y la confianza generada permite mucha más apertura de parte de estos “virulentos” (contrario a lo que sucede cuando solo tenemos un Jefe).

Al final del día, no todos los virus se tratan con la misma medicina; pero si partimos de una sólido liderazgo, es más efectivo el tratamiento (aun cuando tengamos que llamar a los refuerzos).

Los invito pues, a actuar como Chef en Jefe en nuestro contexto laboral.

Por: Ilyana León / Abogada
[email protected]