Siete segundos, es el tiempo que la ciencia determina que tardamos en formarnos una primera impresión de alguien. De hecho, desde las primeras centésimas de segundo empezamos ya a forjar nuestra opinión sobre otras personas. Y ellas, sobre nosotros. A partir de esta primera impresión, la relación y el comportamiento entre ambas personas tomará un rumbo radical; muchas veces, imborrable.


Aunque es falso que “la primera impresión jamás se olvida”, y podemos revalorar la imagen que tenemos de alguna persona a partir de nuevos datos o comportamientos, la verdad es que poco hay tan valioso en los negocios (y en la vida) como la capacidad de proyectar una buena primera impresión.


Cualquier momento, cualquier lugar, cualquier persona


Si alguien te dice que no juzga a otros por su apariencia, hay dos opciones: o te está engañando a ti o se está engañando a sí mismo. Todos los seres humanos juzgamos a otros el 100% de las veces que los vemos por primera vez. Es un tema de supervivencia.


No solo la imagen, sino también las primeras palabras causan un impacto potente ¿Es alegre o triste; amable o grosero; es alguien que quisiéramos como amigo?


Es verdad que esa primera impresión puede ser errónea (podemos asumir que alguien es de alguna forma, sin que lo sea), pero en la mayoría de las veces, las personas parecemos lo que somos.


El mundo sería intransitable de otra forma. La imagen nos ayuda a mostrar qué y cómo somos. Nos movemos en el mundo y nos relacionamos a través de claves sociales.


La primera apariencia siempre es anterior al contacto. Por eso, los hombres y mujeres de éxito siempre se presentan y actúan de la mejor forma en donde estén; siempre aparecen arreglados y limpios, y tratan a todos con amabilidad.


El mejor maquillaje


Cuando de primer contacto se trata, parecerá cliché que lo diga, pero el mejor maquillaje… es una sonrisa.


No es un invento o una mera convención social. La sonrisa es un gesto universal no agresivo, pacífico, amistoso y empático. Es el gesto de comunicación no verbal más reconocible y agradable, que supera todas las barreras de lenguaje, edad o cultura. Cualquier persona entiende y valora el gesto humano por excelencia.


Ojo por ojo


Las personas que dicen la verdad, que transmiten confianza y respeto, miran a los ojos. Una sonrisa verdadera se acompaña de una mirada franca, abierta y directa, que transmita interés verdadero por la persona y abra la relación a la conversación.


Una mirada al piso o al techo es una señal inequívoca de desinterés y frialdad reservada a los enemigos o a los desconocidos.


Uno o dos segundos han de ser suficientes. Una mirada demasiado extendida o intensa puede resultar incómoda y causar el efecto opuesto.


Un apretón vale mil palabras


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El apretón suele ser el primer contacto físico entre dos personas, y como tal reviste un valor importante en la impresión que nos hacemos de los demás. Si el contacto resulta incómodo o de mal gusto puede matar una relación antes de que empiece.


El apretón de manos es una ciencia que se perfecciona con el entrenamiento constante. Un buen apretón de manos debe de transmitir seguridad, tranquilidad y confianza.


El codo, ni demasiado extendido ni demasiado cerrado. La palma abierta, evitando el apretón excesivo y la mano de “pescado”. Una, dos y tres, pero no más. Un apretón demasiado largo o forzado puede resultar intimidante y grosero.


Si quieres aumentar la confianza (y el entorno lo permite) apoya el apretón con la mano izquierda, posando levemente tu mano sobre el codo de la otra persona, o sobre su hombro. En primeros contactos, atiende la cultura del lugar, pero trata de evitar besos o abrazos. Un apretón cálido y genuino es bien aceptado en cualquier lugar y no te meterá en ningún problema.


La palabra inesperada


¡Atención con este truco, pues te dará resultados inmediatos! En una conversación de primer contacto, las palabras importan. Tu objetivo es hacerte notar, ser recordado y aparecer como una persona confiable.


Las primeras palabras son fundamentales. El juego consiste en no decir lo que la otra persona espera escuchar (y por tanto filtrará u olvidará), sino algo distinto que le obligue a detenerse un segundo.


Por ejemplo. Si la persona dice. “¿Cómo estás?”, no respondas en automático “¡Bien, gracias!” y guardes silencio. Esta respuesta automática no se registrará en la memoria de tu interlocutor. Solo te hará invisible. Di mejor: “¡De maravilla y mejorando!” o “Muy bien, Mario, ¿cómo estás tú?”; haciendo énfasis en su nombre. Después haz una pregunta amigable “¿Qué te pareció la conferencia?”.


El secreto del espejo


Nuestro cerebro cuenta con un set de neuronas específicas que se conocen como “neuronas espejo”. Su objetivo es absolutamente social o relacional, y nos permiten alinear nuestros estados de ánimo con el de las otras personas para entenderlas y que nos entiendan.


En un encuentro breve, procura partir desde el mismo estado de ánimo que tu contraparte, para encontrarse en un punto ideal para ambos.


Por ejemplo, si la otra persona está enojada porque perdió su equipo, de nada sirve llegar con una alegría de feria y decirle que “¡no importa, estas cosas pasan!”. En cambio, encuéntralo en donde él está “¡No puede ser! ¡Esa jugada era penal!”. La persona no se siente juzgada o menospreciada, sino comprendida. Después podrás decir “Pero nada que una cerveza no pueda resolver. ¡Vamos!” y dirigir la conversación a un punto más optimista. Procura conectar el nivel emocional, de energía y de gestos de tu interlocutor para generar un puente de empatía y confianza inmediato.


¡Pon atención!


Uno de los grandes errores de las conversaciones modernas son las preguntas sin respuesta; es decir, las preguntas que se hacen para llenar un espacio muerto y de las que no esperamos una respuesta real.


¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido? ¿Qué onda? ¿Qué tal la familia? – todas estas preguntas carecen de valor si no se les acompaña de un espacio y de un interés genuino. En general, se disuelven con una respuesta prefabricada “Bien, gracias”.


Reformula las preguntas de manera que entregues el micrófono a tu interlocutor. Deja que sepa que son preguntas reales que esperan una respuesta real. Un cambio en la redacción bastará. En vez de decir, simplemente “¿Cómo has estado?” pregunta “¿Cómo te sientes en tu nuevo trabajo?” o “¿Qué edad tienen tus hijos ahora?”.


Lanza la respuesta y guarda silencio. Mira de frente. Conecta. Ahora escucha lo que tu interlocutor te dice. La regla del gran conversador es esta: hablar poco y escuchar mucho. En un primer encuentro no ataques con tus ideas y grandes proyectos; o te excedas con las bromas; o te metas en temas de política o religión. Mejor pregunta y escucha.


Si haces que las personas se sientan bien cuando están contigo, entonces relacionarán ese sentimiento positivo con tu presencia, y querrán más de lo mismo. Felicidades: haz logrado crear una gran primera impresión.


Actualidad Laboral / Con información de Entrepreneur / Francisco García Pimentel