Todos sabemos más o menos cómo va a ser el futuro. O al menos, hemos leído un artículo sobre la automatización. Algunos hemos mirado las posibilidades que tenemos de que una máquina haga nuestro trabajo. Y otros preferirán negar esta realidad y confiar que algo o alguien les salve del presumible apocalipsis laboral al que nos enfrentamos: robots e inteligencias artificiales trabajando a toda máquina mientras los seres humanos nos dedicamos a consumir y a vivir plácidamente, o a malvivir, dependiendo de la predicción que consultemos.

El último informe que imagina nuestro futuro es obra del think tank Center for Global Development (CGD). Sus autores, Lukas Schlogl y Andy Sumner, aseguran que es imposible saber cuántos empleos van a ser destruidos por el imparable avance de la automatización. Pero que serán muchos. Muchísimos. Y ponen el foco en varios elementos en los que pocos se habían fijado hasta la fecha: el futuro sociológico que nos espera y los países en vías de desarrollo.

Si en Europa o en Estados Unidos nos preocupamos de los empleos de calidad que se acabarán –como por ejemplo, la industria aseguradora (si los coches son autónomos, no habrá accidentes y no será necesario contratar seguro alguno) o en los empleos relacionados con el transporte- en realidad los primeros en sufrir de manera descarnada la llegada de los robots serán los campesinos y los obreros industriales de países como China o la India.

Para Schogl y Summer, lo que ocurrirá en esas naciones será el preámbulo de lo que terminará ocurriendo en el resto del planeta. Los trabajadores no serán despedidos en masa, sino que serán relegados a trabajos residuales y se les pagará un sueldo ínfimo. Además, el mercado laboral será inestable, pocas empresas ofrecerán vacaciones y debido a esa precariedad, los sistemas de pensiones estarán en graves problemas. Vamos, un infierno.

Aunque el panorama que pintan es terrible, no es sorprendente. Es el mismo que suelen dibujar otros expertos en futuro y en prospectiva. Pero lo realmente jugoso del informe de Schogl y Summer es su predicción sobre cómo responderá la ciudadanía ante esta situación de injusticia social.

Primer escenario: impuestos a los robots

El primer escenario que imaginan es el alza de las ideas cuasi-luditas. Los luditas fueron un grupo anarquista que surgió durante la revolución Industrial y que mostraba su rechazo ante las máquinas, a las que veían como sustitutas del trabajo manual y como fuente de consiguiente pobreza.

Sin embargo, los luditas del siglo XXI no atacarán las fabricas o las sedes de las empresas tecnológicas, sino que las freirán a impuestos y tasas. Por ejemplo, un puesto de trabajo ocupado por un robot deberá tributar una altísima cantidad de impuestos, de la misma forma que a un directivo se le escapa buena parte de su salario bruto en el IRPF.

Otra opción es la de poner un impuesto especial a los productos fabricados enteramente por máquinas. La idea es la de recaudar mediante estas rentas ‘robóticas’ lo que antaño se recaudaba con las rentas del trabajo. ¿El problema? Se crearía un mercado negro de productos que se venderían bajo cuerda sin tasas.

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Segundo escenario: bajar el sueldo de los humanos

Parece increíble, pero es el escenario más plausible. Al menos, si dejamos que el capitalismo salvaje siga su curso sin ponerle trabas. Si los robots abaratan el trabajo, porque no cobran, los humanos deberían seguir su ejemplo y trabajar cobrando lo menos posible. Schogl y Summer subrayan que este escenario llevaría de manera inequívoca a batallas campales en las calles si se sobrepasa un determinado límite (si la gente empieza a cobrar auténticas miserias).

Tercer escenario: estrategias de afrontamiento

Las más difíciles de llevar a cabo, pero sin duda las más efectivas. Una de ellas pasaría por reeducar a los trabajadores para poder enseñarles nuevos trabajos que no pudieran ser realizados por máquinas, y que tuvieran buena remuneración. A la vez, se podría establecer una renta básica universal para que nadie se quedara atrás y tuviera sus necesidades básicas cubiertas.

Sin embargo, estas estrategias también generan dudas en los autores del informe. Por ejemplo, ¿qué trabajos pueden librarse de la automatización, cuando en la actualidad los ingenieros de Silicon Valley están creando inteligencias artificiales que son capaces de crear su vez otras inteligencias artificiales?

Las rentas universales también son de dudosa aplicación. ¿De dónde saldrá el dinero que las pague? ¿Se imprimirá y punto, disparando la inflación? En caso de implantarlas, ¿el coste de la vida será mucho más elevado?

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Conclusiones: queda mucho por hacer

El informe concluye que todavía queda mucho que investigar en términos económicos, políticos y sociales para que estemos preparados para la ola de automatización que se nos viene encima. Los autores destacan que las reformas laborales del futuro han de tener en cuenta la protección de los empleos y las políticas económicas han de garantizar la redistribución de las riquezas, para evitar que se produzca una desigualdad tremebunda a la que sea imposible vencer.

Actualidad Laboral / Con información de  Revista GQ