El combate al sexismo en los lugares de trabajo ha sido el centro de la indignación, y con razón.

No hay excusas —ni ahora ni nunca— para tratar a las mujeres de forma distinta a los hombres cuando se trata de salarios y remuneraciones, en su representación en las juntas directivas de las corporaciones o en oficinas de ejecutivos, en reuniones cotidianas donde a veces se les hace sentir que son subestimadas o inadecuadas o, Dios no lo permita, en interacciones sociales en las que se sabe que los hombres suelen aprovecharse de las mujeres en contra de su voluntad.

El asunto se ha vuelto especialmente grave en lugares como Wall Street y Silicon Valley, ecosistemas que llevan mucho tiempo aislados y dominados por hombres. También es un problema serio actualmente en la Casa Blanca.

 

Sin embargo, como lo demuestran los sucesos más recientes en Uber, se pueden dar pequeños pasos en la dirección correcta. El comportamiento sexista de los altos ejecutivos no solo está causando sus despidos, sino que también puede generar iniciativas importantes para cambiar la cultura corporativa. Es un progreso significativo y debemos aplaudirlo.

Entre las personas que encabezan el ataque en contra del sexismo en Uber está Arianna Huffington, cofundadora de The Huffington Post y fundadora de Thrive, una firma consultora y de mercadotecnia respaldada con capital de riesgo que se dedica a promover que las personas se desconecten y duerman. Huffington es miembro de la junta directiva de Uber desde abril de 2016 (y había sido la única mujer allí hasta hace poco).

Huffington hizo su aparición en febrero después de que Susan Fowler, una exingeniera de Uber, compartiera su historia de acoso sexual por parte de un supervisor. “Era evidente que quería que tuviera sexo con él”, escribió Fowler en una publicación de blog muy debatida, “y era tan clara su impertinencia que de inmediato tomé capturas de pantalla de esos mensajes y lo reporté con Recursos Humanos”.

Después de que apareciera la publicación de Fowler, Travis Kalanick, uno de los fundadores de Uber y en esa época su director ejecutivo, anunció que, para investigar las acusaciones de Fowler y la cultura de Uber en general, Huffington trabajaría con dos ejecutivas de la compañía y con Eric Holder Jr., el exprocurador general de Estados Unidos, quien había regresado a su antiguo bufete, Covington & Burling.

Otro bufete, Perkins Coie, también fue contratado para investigar las acusaciones de sexismo en Uber. El 6 de junio, Perkins Coie emitió un informe en el que afirmaban que se encontraron 47 denuncias de acoso sexual en Uber de un total de 215 casos de acoso sexual, intimidación, represalias y discriminación. El resultado: 20 empleados despedidos. Otros 31 estaban “en capacitación” y siete recibieron una “advertencia final”. Según Uber, hay 57 denuncias que siguen “bajo revisión” y 100 que básicamente fueron descartadas.

Una semana después, Holder sacó a la luz un informe con 13 páginas de recomendaciones que Uber debió haber implementado mucho tiempo antes. Fowler terminó por dejar Uber después de 13 meses. Sus revelaciones iniciaron una serie de sucesos que terminaron con la salida de muchos ejecutivos sénior de Uber y la eventual renuncia de Kalanick (que es uno de los mayores accionistas; su participación vale alrededor de 6 mil millones de dólares y aún podría regresar a la empresa, del mismo modo que Steve Jobs volvió triunfante a Apple).

En la reunión con los empleados de Uber donde se dio a conocer el informe de Holder, Huffington habló sobre la necesidad de tener más mujeres en la junta directiva y sobre cómo el hecho de que hubiera una mujer ahí podía hacer que hubiese más en otras juntas. Fue entonces cuando a David Bonderman, el cofundador multimillonario de TPG, un gigante del capital privado y miembro de la junta directiva de Uber, se le ocurrió decir lo siguiente: “De hecho, lo que demuestra es que es más probable que haya más alboroto”. Bonderman se disculpó rápidamente y después renunció a la junta. No obstante, haber dicho un comentario tan estúpido en medio de una reunión de “personal” de Uber para discutir el cambio de la cultura sexista de la empresa, demuestra una especial falta de inteligencia emocional.

La cultura corporativa sexista de Uber no es única. Varias entidades de la cadena Fox han visto cómo sucumben uno tras otro altos ejecutivos y personalidades de la pantalla chica por acusaciones de sexismo. El presentador de Fox Business, Charles Payne, fue suspendido en medio de denuncias de acoso sexual. Otro alto ejecutivo de Fox, Jamie Horowitz, de Fox Sports, fue despedido de forma abrupta debido a referencias de comportamientos inadecuados.

Como lo demuestran los casos de Fox y Uber, no cabe la menor duda de que el acoso sexual y la falta de ética en el lugar de trabajo son comportamientos que pueden llevar al despido de una persona.

Sin embargo, ¿cuál es la situación en la Casa Blanca? ¿Por qué el mensaje no les llega? Los tuits del presidente Trump sobre Mika Brzezinski, la copresentadora del programa de MSNBC “Morning Joe”, fueron repugnantes. Esto se suma a los comentarios poco profesionales y sexistas que Trump hizo acerca de Caitriona Perry, corresponsal en Washington para RTE News de Irlanda, mientras estaba en la Oficina Oval hablando por teléfono con el primer ministro irlandés. Después de que Perry se presentara con Trump, el presidente estadounidense le dijo al primer ministro: “Tiene una linda sonrisa, así que apuesto a que te trata bien”.

 

Si por sí solo el momento fue inapropiado, lo empeoró el hecho de que al otro lado del escritorio de Trump estuviera sentada Dina Powell, una asesora sustituta en materia de seguridad nacional y una de las mujeres con más alto rango dentro de la Casa Blanca. En el video donde se muestra el incidente, Powell tiene una amplia sonrisa. No ha hecho ningún comentario público al respecto.

Ninguna de las demás mujeres con cargos importantes en el gobierno de Trump se ha expresado públicamente sobre los comentarios sexistas del presidente estadounidense. Elaine Chao, la secretaria de Transporte, ha guardado silencio. Betsy DeVos, la secretaria de Educación, ha guardado silencio. Kellyanne Conway, consejera del presidente, ha guardado silencio. Tanto Melania como Ivanka Trump han guardado silencio.

Incluso los hombres que parecen más sensibles dentro de la Casa Blanca también han guardado silencio: Gary Cohn, director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos; H. R. McMaster, asesor de seguridad nacional, y Jared Kushner, el asesor sénior de la Casa Blanca (y esposo de Ivanka Trump).

El silencio equivale a ser cómplice. El primero de julio, Stephanie Ruhle, una presentadora de MSNBC, escribió en Twitter que Powell, por su parte, debía “manifestarse en contra de este comportamiento misógino y sexista de una vez por todas”. Su colega de MSNBC, Nicolle Wallace, exdirectora de comunicaciones del presidente George W. Bush, exhortó a las mujeres en cargos altos de la administración de Trump a que “hablen de manera oficial y condenen los comentarios de su jefe”. Y agregó que “deberían trabajar tras bambalinas para hacerle ver lo ofensivo de sus comentarios”.

Las dos presentadoras de MSNBC tienen toda la razón.

Actualidad laboral / Con información de The New York Times