24-04-2018
A Kalpona Akter (Chandpur, Bangladés, 1976) todavía le duelen los nudillos. A los 12 años comenzó a trabajar en una cadena de producción de gabardinas, camisas y cinturones. Su cometido era recortar los hilos sobrantes de las prendas y lo hacía durante 16 horas al día, 400 horas al mes, por un sueldo que no superaba los seis dólares y tan solo con la ayuda de una pequeña tijera. Las patadas eran habituales, al igual que las amenazas de despido y los retrasos en el sueldo ante al más mínimo fallo. De ella dependían un padre enfermo, su madre y seis hermanos menores. “Estábamos condenados a la miseria”. Hoy camina por Bilbao dentro de una gira que le llevará al Parlamento Europeo para recordar en el quinto aniversario del colapso del Rana Plaza que la industria textil sigue sentenciando a vivir casi en la indigencia a miles de sus trabajadores. “Y el cambio pasa por todos: fabricantes, marcas y consumidores”.

Akter conoció sus derechos a los 16 años. “Convocaron una huelga para exigir el pago del sueldo sin más retrasos, yo nunca había pensado que fuera posible quejarse”. 1.500 trabajadores pararon. Ella portó la pancarta. Al día siguiente cobraron un adelanto, pero 23 trabajadores fueron despedidos. Descubrió el poder de la unidad entre el proletariado y lo vio claro: comenzó a recoger apoyos para crear un enlace sindical dentro de su propia fábrica. Necesitaba el 30% de las firmas y en dos años consiguió el 98%. De todos modos, las autoridades denegaron su solicitud. “La industria cuenta con el apoyo del Gobierno. Tras el intento llegaron las amenazas dentro y fuera de la fábrica, mi despido y la inclusión en una lista negra”. Tenía 18 años y sus contratos se redujeron a días sueltos. “Estaba marcada por alborotadora”. Después, el Gobierno llegaría a denominarla “enemiga de la nación”.

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Las horas invertidas en conseguir el apoyo de sus compañeras les sirvieron para que le contrataran como formadora en una organización. “Durante dos años, visité casa por casa a mis compañeras. Querían que siguiera hablándoles de sus derechos”. Y así surgió la líder sindical que ahora dirige el Bangladesh Center for Worker Solidarity (Centro para la Solidaridad de los Trabajadores). En 2016 recibió el Premio Alison Des Forges de Human Rights Watch por su trabajo. A las molestias en las manos, en este tiempo también se le ha unido el dolor por la muerte de un compañero asesinado en el camino, Aminul Islam, y las humillaciones sufridas a su paso por prisión acusada de cuatro cargos “injustos”. Tan solo permaneció un mes en la cárcel, pero tuvo que estar localizada los cuatro años siguientes hasta quedar absuelta sin cargos.

Este 24 de abril se cumplen cinco años del mayor desastre sufrido en Bangladés por el incendio del Rana Plaza, donde murieron 1.200 trabajadores y 2.000 quedaron heridos. Entre los restos, se encontraron etiquetas de las grandes multinacionales de la ropa y la lucha de organizaciones como la que lidera Akter se visibilizó en el mundo. Este año quiere vivir el aniversario en el Parlamento Europeo para pedir una normativa vinculante de la industria europea que exija conocer dónde y en qué condiciones realizan las prendas la cadena de proveedores de las marcas. También quiere reeditar el Acuerdo Bangladesh, que, a raíz del incidente, arrancó el compromiso de las marcas del sector por la seguridad. Y que en esta nueva reedición se comprometan también a asegurar sueldos dignos.

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Del trabajo de Akter ya no solo depende su familia, sino los cuatro millones de trabajadores del sector en Bangladés, la mayoría mujeres

Del trabajo de Akter ya no solo depende su familia, sino los cuatro millones de trabajadores del sector en Bangladés, la mayoría mujeres. En 2016 no hubo ningún accidente mortal en las 4.000 fábricas que operan en su país. “Se ha mejorado el entorno, se trabaja en condiciones más seguras, pero queda pendiente garantizar sueldos que ayuden a salir de la pobreza”. Y con esta petición camina, a sus 46 años y con el apoyo de organizaciones de todo el mundo.

Así lo explicó en diferentes auditorios de Bilbao, Vitoria y San Sebastián durante tres días consecutivos a comienzos de abril, invitada por la Federación Setem-Hego Haizea, coordinadora en España de la Campaña Internacional Ropa Limpia, que da apoyo a 200 organizaciones locales de los principales países productores del sector.

“No pido el boicot a las marcas, sino un consumo responsable. La ropa barata frena nuestras vidas. Apuesten por buenas marcas, por buenas prendas, que son las que garantizan el reparto de beneficios a los trabajadores”. Ya no habla solo de su país, sino de todos los que proveen de servicios a uno de los grandes sectores de la economía mundial. Y cita México, Guatemala, Vietnam…

“Si gastas seis euros en un pantalón, al trabajador solo le garantizas 30 céntimos. Tu decisión puede condenar a la miseria a miles de familias y debes ser consciente”, insiste con un inglés sencillo, directo y claro. Quiere un sueldo de 200 dólares al mes para los trabajadores. Quiere que los consumidores europeos garanticen el cambio y que los Gobiernos lo exijan. Y para eso sale al encuentro de todos ellos a pasos pequeños y con los nudillos todavía endurecidos.

Actualidad Laboral / Con información de El País