En un momento crítico del juicio de destitución de Dilma Rousseff, un senador influyente que presionaba para sacar a la presidenta del poder, decidió que algunas de sus expresivas colegas en la cámara necesitaban un regaño.

“Cálmense, niñas”, dijo el senador Cássio Cunha Lima, quien pertenece a una dinastía política del noreste del país, a las senadoras Vanessa Grazziotin y Gleisi Hoffmann, ambas defensoras de Rousseff, la primera presidenta de Brasil. Su comentario despertó críticas severas por parte de ambas mujeres.

“Los hombres se creen dueños de este espacio, como si nosotras estuviéramos aquí solo por casualidad”, dijo Grazziotin, una importante senadora de izquierda, de 55 años y del estado de Amazonas.

Para algunos senadores, como Grazziotin, el episodio reflejó cómo las voces conservadoras se han envalentonado después de la destitución de Rousseff, quien dijo haber sido el blanco de ataques misóginos por parte de sus oponentes. Las mujeres de Brasil dedicadas a la política aún debaten lo que significa su caída en una esfera política dominada por hombres.

A pesar de los avances logrados por Rousseff y otras mujeres, Brasil está en un lugar notablemente bajo en cuanto a representatividad de las mujeres en la política. De los 513 miembros de la cámara de diputados, 51 son mujeres, lo que ubica al país en el puesto 155 en términos del porcentaje de mujeres elegidas para la Cámara Baja de una legislatura nacional, de acuerdo con la Unión Interparlamentaria. Está detrás de países como Arabia Saudita y Turkmenistán.

El gobierno de Michel Temer, el sucesor de Rousseff (un antiguo aliado que salió victorioso de la lucha de poder para destituirla) está haciendo muy poco para aplacar el temor de quienes creen que las mujeres están siendo excluidas. Al asumir el puesto hace más de tres meses, Temer nombró un gabinete formado exclusivamente por hombres en un país donde solo el 48 por ciento de la población, de 206 millones de personas, pertenece al género masculino.

Con una imagen de una vida paradisiaca en los suburbios al estilo de los cincuenta, en la que un presidente canoso es saludado por su esposa, una ama de casa mucho más joven, la portada de la edición de este mes de la revista brasileña Piauí captura el cambio cultural hacia la derecha encarnado por Temer, de 75 años, cuya esposa, Marcela, una mujer de voz suave y exparticipante de concursos de belleza, es 42 años menor.

A lo largo del proceso de destitución, las aliadas de Rousseff en el congreso argumentaban que la manera en que se estaba conduciendo el juicio reflejaba una situación política en la que todavía se espera que las mujeres sean accesorios de los hombres poderosos. Una nueva ola de posturas mordaces en contra de figuras femeninas, como Rousseff, está alimentando estas inquietudes.

Mientras se llevaba a cabo el juicio de destitución, por ejemplo, Jaufran Siqueira, un político del conservadurismo social de la ciudad nororiental de Natal, presentaba su nueva idea para obtener votos.

“Esto es lo que ocurrirá con las feministas cuando elijan a Jaufran”, escribió Siqueira, de 25 años, como presentación de una fotografía que publicó en la página de Facebook de su campaña, en la que muestra una casa devorada por el fuego.

“No puedo negar que me opongo al movimiento feminista”, dijo Siqueira, un corredor de bienes raíces que es parte de la conversación nacional desde que empezó su campaña. “Pero es absurdo decir que prenderé fuego a las mujeres”. Afirmó que la foto había sido solo “una broma”.

Marina Silva, a la izquierda, una de las figuras que se perfila para las elecciones presidenciales de 2018, en un mitin en Río de Janeiro en 2014. Silva dijo que la expulsión de Rousseff como presidenta se originó en su incompetencia y políticas fallidas.

A pesar de la tensión creciente, las líderes de la política brasileña siguen sin estar de acuerdo sobre las razones que llevaron a la salida de Rousseff.

Actualidad Laboral / Con información de The New York Times / Por Simon Romero y Anna Jean Kaiser

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