10-08-2016
Cada cierto tiempo, el francés Christophe Germain recibe un mensaje de agradecimiento de personas a las que no conoce de nada. A veces es un correo electrónico, otras una llamada, pero raro es el mes en que alguien no se pone en contacto con él para dedicarle alguna palabra amable. Afincado en Saint André Le Puy, un pequeño pueblo cercano a Lyon que cuenta con una iglesia y un castillo, Germain es conocido gracias al suceso más triste de su vida: la muerte de su hijo Mathys a los 11 años tras sufrir un cáncer de hígado.
Meses antes de su fallecimiento, Germain solo quería estar con él para acompañarlo en sus sesiones de quimioterapia. Una vez agotadas las vacaciones que le correspondían y los días libres, la vuelta al trabajo era inminente y el trasplante de hígado a su hijo también. Su esposa recibió un permiso solo válido para uno de los padres. Pero un gesto de sus compañeros de fábrica le permitió acompañarle también a él tras la operación y vivir a su lado sus últimas horas: le regalaron a Germain 170 días de vacaciones restándoselos de sus propias jornadas.
La empresa aprobó el espontáneo obsequio y Germain inició una lucha para que el Estado legalizara la solidaridad que había experimentado en carne propia permitiendo a los empleados de cualquier empresa regalar días a otros compañeros con hijos con enfermedades graves o terminales. La ley Mathys se hizo realidad en Francia en mayo de 2014, casi cinco años después de la muerte de su hijo. Ahora traspasa fronteras: Bélgica votará este otoño una reforma que incluye la posibilidad de dar días a compañeros de trabajo en esa situación siempre que sea de forma voluntaria, anónima y gratuita. La medida cuenta con el apoyo de varios partidos y de la ministra de Empleo, Kris Peeters, lo que hace pensar que contará con el beneplácito de la Cámara.
La reforma entraría en vigor el próximo 1 de enero y ya ha generado discordias. Los sindicatos belgas reconocen las buenas intenciones pero se oponen a su puesta en marcha. Defienden que la ley actual, que permite ausencias de hasta 48 meses para cuidar de los hijos menores de 21 años, es suficiente, y que es el Estado y no otros trabajadores quien debe garantizar ese derecho. "La solidaridad es más eficaz en un nivel más amplio: cuantos más participen de ella, más se reparten las cargas. Ese es el principio de la Seguridad Social", señalan desde la CSC, uno de los mayores sindicatos del país. La entidad afirma querer evitar dilemas que la nueva ley puede generar: "¿Le darías tus vacaciones a alguien que te cae mal? ¿Y si son dos los compañeros en esa situación? ¿Si te pasa a ti, a quién y cómo le pedirías días libres?", se pregunta desconfiando del anonimato y la voluntariedad que establece el texto.
Rechazo sindical
Los sindicatos también se opusieron en su momento en Francia. Germain, el padre del menor que da nombre a la ley, entiende la postura de las organizaciones de trabajadores pero apoya que la medida se extienda: "El Estado no lo puede hacer todo y hay que dar soluciones. Seguramente no es la ideal pero es una de ellas", defiende por vía telefónica. Ya han salido a la luz casos de beneficiarios. El año pasado el francés Jonathan Dupré recibió 350 días de sus compañeros para atender a su hija, también enferma de cáncer, tras haber agotado sus vacaciones. La empresa en la que trabaja tiene más de 6.000 empleados en todo el mundo, lo que también abre el debate de la desigualdad de la ley: los empleados de empresas más grandes tienen más opciones de acumular días al haber más potenciales donantes de vacaciones.
El asunto afecta a centenares de familias en todo el país, por lo que los representantes de la Liga de Familias belga también ha tomado partido: "Es una idea seductora que apela a la generosidad y la solidaridad sin coste para la Seguridad Social pero deja a un lado la mejora de las prestaciones públicas para fiar la cuestión a la cambiante buena voluntad de los compañeros de trabajo", señala su responsable, Delphine Chabbert.
Una vez aprobada la ley en Francia, los padres de Mathys continúan, casi siete años después de su muerte el 31 de diciembre de 2009, tratando de mejorar a través de una asociación las condiciones de vida de las familias que afrontan el cuidado de un hijo gravemente enfermo. Cada vez que el teléfono suena en el solitario pueblo de Saint André Le Puy, es motivo de orgullo para su padre, Christophe Germain. "Hemos inscrito su nombre en algo que va a durar y para nosotros es importante".
Actualidad Laboral / Con información de El País