La brecha salarial es un fenómeno común en la pareja. Una realidad que se ensaña especialmente con las mujeres que, de media, para ganar lo mismo que un hombre en un puesto similar deberían trabajar hasta 10 años más. No obstante, son muchas las parejas de perfiles y nóminas dispares. Para eludir cualquier situación de desequilibrio, lo primordial es compartir una misma visión de la unidad familiar en la que, la cantidad de lo aportado debe dejar paso a la calidad.
Cobrar menos no ha de ser motivo de conflicto o frustración. Es lo que pone de relieve Mónica García, coach de liderazgo personal y profesional y fundadora del centro Factor Humano. “No tiene por qué ser motivo de malestar cuando ambas partes valoran el ingreso de dinero de igual forma que otros tipos de aportaciones”, destaca. Para Mónica García, el dinero es una aportación más, junto con el tiempo, la atención, la organización, el cuidado del espacio físico o las tareas del día a día.
Una idea con la que coincide Xavier Savin, psicólogo experto en psicología del trabajo y organizaciones. “Si uno dedica más tiempo y energía al trabajo es muy probable que gane más, pero seguramente, puede hacerlo porque el otro miembro de la pareja compensa su ausencia. Si esto es reconocido por los dos, la relación puede ser de nuevo entre iguales”, valora. Un equilibrio posible cuando la autoestima no depende del éxito profesional o del dinero que se trae a casa.
“El reto es lograr la reciprocidad (correspondencia mutua), ambos miembros de la pareja deben aportar igual, pero eso no significa que sea necesariamente lo mismo”, matiza Savin. No obstante, la diferencia entre lo aportado a la economía doméstica puede derivar en conflicto y generar distanciamiento, inseguridad, estrés o ansiedad en la pareja.
Razones para el conflicto
Por lo general, según la coach Mónica García, la brecha puede suponer un problema debido a uno de estos cuatro factores:
1- En primer lugar, la escasez. “Es común escuchar que el dinero no da la felicidad. Sin embargo, la falta de él o la sensación de escasez es a menudo la causa de estados de ansiedad, impotencia, insatisfacción y frustración”, explica la directora de Factor Humano. Escenario en el que las personas se vuelven más irascibles e impacientes: “Somos más propensos a ver lo peor del otro y a echarle en cara que no gane más”.
2- En segundo lugar, por una creencia cultural heredada -y subconsciente- que parte de una premisa: uno de los dos, comúnmente el hombre, debe ganar más que su pareja. “Si partimos de esta creencia, cuando esto no ocurre, puede hacer que el hombre se sienta inseguro o insatisfecho o que la mujer le presione para ganar más”, valora la coach. Por suerte, se trata de creencias cada vez menos comunes, pero que “aún están en la mente colectiva de nuestra sociedad”.
3 - En tercer lugar, una nómina diferente puede activar el malestar en la pareja si una de las partes tiene una baja autoestima. “La inseguridad puede crear malestar en la relación. Por eso, es importante responsabilizarnos de nuestro bienestar y autoestima individual para poder contribuir con lo mejor de nosotros a la relación”, valora la coach. Para ello, la pareja debe fortalecerla independientemente de las diferencias de salario o la aportación monetaria de ambos.
4- En cuarto lugar, la diferencia de salario puede ser un problema si una persona tiene una relación con el dinero diametralmente opuesta a la de su pareja. “Para unos su objetivo en la vida es ahorrar; a otros les cuesta más no gastar o prefieren invertir...”, explica García. Cuando la forma de gestionar las finanzas de la pareja es muy diferente, la brecha salarial se convierte en un problema. Especialmente, cuando la mitad que gana más es la que quiere ahorrar y la que gana menos es a la que le gusta gastar más.
En la práctica
Al margen de la teoría, ¿qué ocurre en la práctica? ¿Es mejor que exista una repartición de gastos 50/50? Xavier Savin lo ve claro: “Dividir los gastos al 50% cumple quizás con el concepto de igualdad pero no con el de equidad”. Para el psicólogo, esforzarse lo mismo no ha de significar invertir el mismo dinero. “Se trata de hablarlo con calma, en un buen entorno y desde un pensamiento más racional que emocional, ya que las emociones cambian y las decisiones quedan”, añade.
Aportar según las posibilidades, invirtiendo el mismo esfuerzo, debe ser el marco ideal para definir los límites. Sea como sea, no existe una manera de hacerlo. “Dar una receta para todos igual es cómo hacer una prenda de talla única. Te dicen que le vale a todo el mundo y en realidad, no le queda bien a casi nadie”, puntualiza García. Lo ideal, por encima de fórmulas y ecuaciones es hablarlo y llegar a un acuerdo: “Diseñar la forma de gestionar las finanzas de la pareja de forma que, ambas partes, se sientan lo mejor posible”.
Actualidad Laboral / Con información de La Vanguardia