En ocasiones el entorno laboral puede convertirse en un espacio hostil cuando se repiten diferentes acciones que pueden afectar a la salud de los trabajadores, especialmente a la mental. Este tipo de comportamiento es mayormente impactante si viene dirigido desde algún responsable o cargo elevado de la empresa. Estas conductas tóxicas no deben permitirse y, en el caso de que se den, hay que reportarlas ante la persona adecuada.


Sin embargo, en ciertas circunstancias estas actitudes abusivas no son consideradas como tal por la falta de conocimiento de los empleados. Muchos trabajadores puede pensar que el enfado o los gritos de un jefe son una herramienta para motivar a los empleados, pero nada más lejos de la realidad. Es más, como comentamos, este tipo de comportamientos repercuten en la salud mental y, según el portal de psicología y mente, puede provocar episodios de ansiedad, depresión o estrés en las personas que sufren este tipo de conductas.


Cómo reconocerlas


Existen una serie de pautas o actitudes que pueden facilitarnos el reconocer e identificar este tipo de comportamientos por parte de los gerentes o directivos. En primer lugar, la falta o una mala comunicación puede ser un síntoma de este tipo de personas. La arrogancia va ligada a esta carencia, que hace que muchos responsables sientan que su palabra vale más que la del resto y por ello, silencian las opiniones de sus empleados. Otro ejemplo de ello es la autocracia. Los directivos que toman decisiones sin dejar participar al resto.


En tercer lugar, la falta de consideración por los trabajadores. Algunos jefes no tienen en cuenta las necesidades de su equipo y no saben reconocer que el empleado raso es el motor de la empresa. Esto va ligado a la facilidad con la que se irritan. Al pensar en ellos mismos, cuando tienen que atender a las demandas de los demás, no gestionan bien estos procesos y se alteran. Por otro lado, también son inflexibles, ya que suelen tener miedo al cambio y se guían por el tradicionalismo empresarial. Esto provoca que haya una dificultad para la adaptación al mercado moderno y al progreso de la organización.


Asimismo, los líderes tóxicos suelen tener expectativas irreales y por ello exigen más de lo que deben a sus empleados. En la mayoría de los casos, también son poco agradecidos cuando los demás hacen las cosas bien, porque solo se centran en lo negativo. Por último, este tipo de directivos tienden a gestionar mal el tiempo. Tienen una incapacidad para priorizar las órdenes y los objetivos de un modo correcto y eficaz.


Actualidad Laboral / Con información de LaInformación