En la mayoría de las oficinas suele haber un jefe o gerente que llega crónicamente tarde a las reuniones. Estos reyes de la impuntualidad, ladrones del tiempo de los demás, retrasados a veces por otra reunión y a veces por algún motivo misterioso, dejan a media docena de colegas inmovilizados en una sala durante 10 minutos o más. No sólo se pierden esos 10 minutos de trabajo, sino que la superposición de atrasos entre una reunión y la siguiente crean un efecto dominó en las agendas de quienes incluso no estaban presentes en la convocatoria.
Los colegas pueden hervir de frustración, quedarse en la oficina hasta más tarde o llevarse trabajo a casa, pero pocos hablan del tema, especialmente si el que llega tarde es el jefe.
Algunos estudios recientes en Estados Unidos muestran que alrededor del 37% de las reuniones comienza tarde, con un retraso promedio de casi 15 minutos. Las que empiezan tarde también terminan un promedio de 15 minutos tarde, comparadas con los 3,51 minutos adicionales para las que empiezan a la hora. Los atrasos ponen a los asistentes de mal humor, lo que puede influir negativamente en la creatividad y el rendimiento, según una investigación dirigida por Steven Rogelberg, profesor de ciencias de la organización, gestión y psicología de la Universidad de Carolina del Norte.
Casi uno de cada cuatro participantes reconoció sentirse frustrado cuando un colega llega entre seis y 10 minutos tarde a una reunión, y un 14% pierde su concentración. Otros sienten que se les falta el respeto o están enojados.
Los empleados de Benay Enterprises Inc., una proveedora de servicios de oficina de Danbury, Connecticut, perdían una gran cantidad de tiempo poniendo al tanto de las novedades a una colega que llegaba sistemáticamente tarde a las reuniones semanales de personal. Un día, la presidenta de la compañía, Dawn Reshen-Doty, decidió esperar a que la persona llegara antes de comenzar la reunión. "Los diez minutos de estar sentados esperando fueron suficientes para que todo el mundo se pusiera a pensar que podría estar haciendo muchas otras cosas en ese momento", asevera Reshen-Doty. "Esto tiene un impacto [en la jornada laboral] de todos, pero ese paseo de la vergüenza hizo maravillas".
Hábito de tardanza
En algunos casos, la tardanza tiene sus raíces en problemas logísticos. Las reuniones organizadas con calendarios digitales normalmente duran una hora, lo que deja poco tiempo para que la gente se desplace de una reunión a otra o vaya al baño.
El hábito de tardanza de una persona puede propagarse rápidamente. Los estudios muestran que los correos electrónicos enviados por participantes aumentan un 74% por encima del promedio durante los primeros minutos del horario en el que está programada una reunión. Los mayores retrasos sobrevienen cuando las personas entran a la sala, ven que no pasa nada y se van a tomar un café o al baño.
Algunos rezagados crónicos experimentan un placer narcisista al hacer una entrada tardía o se sienten con derecho a llegar tarde por su presunto poder o estatus, pero normalmente la persona que llega tarde fomenta una cultura de la tardanza.
Laura Stack, entrenadora de productividad en Denver, recomienda iniciar las reuniones a tiempo y no poner al tanto de lo que se perdieron a los que llegan tarde. Esto los deja en la incómoda posición de tener que pedir más adelante a sus compañeros que les informen. Algunos empleadores adoptan protocolos escritos de reuniones que incluyen esa y otras reglas, como aceptar que esté bien que uno pueda abandonar una reunión que no termina a tiempo.
Actualidad Laboral / Con información de Expansión