Desde que el ChatGPT irrumpió en el mundo, el debate sobre el impacto de la inteligencia artificial y otras nuevas tecnologías automatizadas en el mercado laboral ha sido frenético. La idea de que "los robots nos van a quitar el trabajo" se vio reforzada por unos videos virales que mostraban nuevos restaurantes McDonald's y Taco Bell "totalmente automatizados".


La reacción instintiva a estos videos es decir que los robots vienen a por nuestros puestos de trabajo, pero aunque la IA y otros tipos de automatización han progresado, eso no significa necesariamente que estén eliminando puestos de trabajo. Por el contrario, la nueva tecnología simplemente está cambiando nuestra forma de trabajar y los tipos de empleos que existen.


La tecnología de la automatización ha dado paso a una flota de trabajadores secretos detrás de pantallas, máquinas y caras sonrientes de robots. Los robots y los chatbots no sustituyen a los humanos, sino que los mantienen fuera de nuestra vista y de nuestra mente.


Y aunque separar al cliente de los trabajadores que lo atienden puede ser bueno para las empresas, cada vez hay más pruebas de que es terrible para los empleados.


Ojos que no ven, corazón que no siente


Cuando la gente empieza a hacer pronósticos sobre la llegada de la IA a por nuestros puestos de trabajo, les encanta mostrar videos de robots sofisticados y pantallas brillantes realizando tareas mundanas.


El video de McDondald's muestra una máquina entregando comida en un punto de autoservicio, quioscos automáticos para realizar pedidos y una marcada ausencia de personal humano detrás del mostrador de pedidos. En Taco Bell, hay varios mostradores de autoservicio automatizados.


Más allá de la comida rápida, hay robots de aspecto impresionante trabajando en cafeterías, repartiendo comida y limpiando suelos. En el campo de la inteligencia artificial, se han utilizado herramientas como ChatGPT para escribir artículos reales y realizar exámenes universitarios. BuzzFeed ha anunciado recientemente que planea utilizar la IA para ayudar a generar contenidos para su página web.


Pero en muchos casos, estos videos e historias —y los temores que suscitan— carecen de un contexto esencial. El McDonald's futurista es un concepto de tienda experimental a las afueras de Fort Worth (Texas, Estados Unidos), que pretende mejorar la velocidad y precisión del servicio cortando de hecho la relación entre sus trabajadores y los clientes. Pero eso no significa que no haya humanos en la tienda.


Si se presta atención al video, se puede ver a un trabajador detrás de un cristal. McDonald’s ha afirmado que la tienda no está "totalmente automatizada" ni mucho menos, y que emplea a un número de empleados similar al de una tienda tradicional: sólo están en la parte de atrás preparando la comida y manteniendo todo en funcionamiento. Y a pesar de que la mayoría de los clientes nunca verán a un trabajador de Taco Bell en su nueva tienda, hay mucha gente trabajando en la cocina.


Incluso aunque estas herramientas parezcan más sofisticadas, no es la primera vez que nos asustamos por un robot.


Hace menos de 10 años, los nuevos avances tecnológicos provocaron un temor similar a que los robots vinieran a por nosotros. Un análisis de 2014 estimaba que la automatización acabaría con el 47% de todos los puestos de trabajo en 2034 y que la tecnología de conducción autónoma eliminaría la necesidad de taxistas y repartidores humanos, mientras que se pensaba que los transportistas de larga distancia tenían los días contados.


Casi una década después, estas previsiones catastróficas no se han cumplido. Los conductores de camiones siguen estando muy solicitados y la tecnología de conducción autónoma no está ni mucho menos cerca de sustituir los puestos de trabajo humanos. De hecho, un informe más reciente del Foro Económico Mundial para 2020 estimaba que, aunque 85 millones de puestos de trabajo serían sustituidos por máquinas en 2025, se crearían unos 97 millones de nuevos empleos para ayudar a sostener esta nueva economía.


El ser humano al otro lado del telón


En medio del alarmismo sobre la invasión de los robots, a menudo se pasa por alto hasta qué punto las máquinas siguen necesitando trabajadores humanos para funcionar. Es el caso de los servicios de atención al cliente: durante años, las empresas han intentado reducir costos sustituyendo las llamadas telefónicas humanas por bots de atención al cliente automatizados y basados en chats. Pero en lugar de sustituir a los trabajadores de atención al cliente, muchas de estas herramientas basadas en texto siguen dependiendo de refuerzos humanos en situaciones complejas y para hacer sentir a los clientes como si estuvieran hablando con una persona real.


Laura Preston escribió recientemente sobre su experiencia trabajando como uno de estos "refuerzos humanos" para un chatbot inmobiliario llamado Brenda. Cuando un cliente quería hablar con alguien sobre el anuncio de un apartamento, se ponía en contacto con Brenda, que podía responder a preguntas básicas sobre el anuncio o dar detalles sobre el apartamento en sí, desde el precio del alquiler hasta los metros cuadrados.


Pero muchas de las respuestas de Brenda eran rebuscadas o el sistema era incapaz de responder a preguntas más complejas, por lo que se recurría a un "recurso humano". Preston y otros trabajadores humanos se hacían cargo de la conversación e intentaban ayudar al cliente, depurando las respuestas para responder mejor a sus necesidades o investigando más a fondo las políticas sobre mascotas.


Según Preston, los empleados recibieron formación para utilizar la "voz" de Brenda en estas interacciones, en un intento de que la conversación pareciera fluida. Y la presión para responder robóticamente a una avalancha de preguntas tuvo un grave coste mental: "Meses de hacerme pasar por Brenda acabaron con mis recursos emocionales", escribió Preston. "Se me ocurrió que en realidad no estaba entrenando a Brenda para que pensara como un ser humano, sino que Brenda me estaba entrenando a mí para que pensara como un robot, y tal vez ése había sido el objetivo todo el tiempo".


Preston trabajaba desde Estados Unidos, pero en muchos casos estos servicios ocultan a los empleados humanos para poder subcontratarlos en lugares donde la mano de obra es más barata. Por ejemplo, los robots de reparto de comida: aunque se presentan como totalmente autónomos, la realidad es que suelen tener conductores de seguridad a distancia.


Tiny Mile, que gestiona un servicio en Toronto llamado Geoffrey, recurre a conductores de Filipinas, mientras que los robots de Kiwi, que se utilizan en algunos campus universitarios de Estados Unidos, utilizan trabajadores de Colombia que ganan menos de 2 dólares la hora para ayudar a completar las entregas.


Las empresas afirman que los conductores remotos sólo toman el relevo cuando los robots no pueden sortear una situación, pero dada la propensión de estos robots a quedarse atascados y convertirse en obstáculos para los usuarios de las aceras, no está claro con qué frecuencia ocurre esto.


Muchas de las empresas líderes en el desarrollo de vehículos autónomos, que han amenazado con sustituir algún día una gran cantidad de puestos de trabajo al volante, también dependen de una flota de trabajadores ocultos. Obviamente, están los ingenieros estadounidenses, muy bien pagados, que ayudan a desarrollar el software y las herramientas utilizadas para trazar los mapas y guiar el coche, pero eso no es todo.


La tecnología de conducción autónoma depende de trabajadores mal pagados de todo el mundo que clasifican los miles de datos que captan los sensores del coche. Sin ese etiquetado, el ordenador no sería capaz de identificar lo que captan los sensores, lo que permite a los sistemas aprender poco a poco y tomar decisiones sobre cómo circular por la carretera. Por ejemplo, se supone que el etiquetado de datos ayuda a los coches a distinguir si un obstáculo es un niño o un cono de tráfico, aunque no siempre funciona según lo previsto.


Una investigación del MIT Technology Review del pasado mes de abril descubrió que las empresas de conducción autónoma, incluida Tesla, se aprovecharon del colapso de la economía de Venezuela para conseguir que los trabajadores del país etiquetaran los datos de conducción autónoma por una media de poco más de 90 céntimos la hora. El año pasado, Tesla despidió a 200 trabajadores estadounidenses a los que empleaba directamente para realizar estas tareas de etiquetado, sugiriendo que, en su lugar, estaba automatizando la mayoría de esas tareas: un ordenador enseñando a otro ordenador.


No se trata sólo de la tecnología de conducción autónoma. Una reciente investigación de la revista Time descubrió que OpenAI, la empresa que está detrás de ChatGPT, recurre a trabajadores kenianos a los que se paga menos de 2 dólares la hora y que tienen que ver contenidos sobre una serie de temas perturbadores, como "abuso sexual infantil, zoofilia, asesinato, suicidio, tortura, autolesiones e incesto", para intentar que la herramienta sea menos tóxica.


La noticia se produjo después de que Facebook recurriera a la misma subcontrata en Kenia para moderar sus propios contenidos. Otras empresas han llegado incluso a contratar trabajadores en campos de refugiados, donde las oportunidades son escasas y la gente acepta salarios increíblemente bajos, para ayudar a entrenar sus herramientas de aprendizaje automático e inteligencia artificial.


Lejos de ser herramientas que requieren sólo unos pocos programadores geniales, muchas de estas maravillas supuestamente autónomas dependen en realidad de un ejército de trabajadores mal pagados en todo el mundo.


Confiar en la inteligencia artificial para las búsquedas en internet acelerará la propagación de la desinformación.


El mito de la eficiencia


Si se pregunta a las empresas, dirán que el impulso de la automatización tiene que ver con la eficiencia y con servir mejor a los clientes. McDonald's afirma que su nuevo concepto de tienda agilizará el servicio y reducirá el número de pedidos erróneos, mientras que Tesla asegura que la automatización del etiquetado de datos es más eficiente.


La idea es que estas máquinas o soluciones de software permitirán hacer un trabajo más rápido o mejor, facilitando la vida tanto a las empresas como a los clientes. Pero en realidad, estas herramientas no son más eficientes, sino que simplemente alejan el trabajo necesario del consumidor final y desconectan a las personas del esfuerzo que requiere entregarles un producto.


Por un lado, ni siquiera está claro que todas las herramientas novedosas que han construido las empresas estén haciendo realmente más eficiente la economía. La productividad laboral estadounidense —la medida de cuántas horas de trabajo se necesitan para producir una determinada cantidad de producto económico— ha crecido por debajo de su media a largo plazo desde 2005. Y a pesar de la esperanza de que la transición digital forzada le diera la vuelta, el crecimiento de la productividad no ha hecho más que empeorar desde el inicio de la pandemia.


En lugar de mejorar la productividad, la automatización se centra a menudo en aumentar el poder que los empresarios tienen sobre los trabajadores. En su libro "Automation and the Future of Work" (La automatización y el futuro del trabajo), el historiador económico Aaron Benanav explica que las empresas no están invirtiendo dinero en herramientas que faciliten la vida de los empleados, sino en "tecnologías que permiten una vigilancia detallada de esos mismos trabajadores", como el software de supervisión informática que rastrea las pulsaciones de teclado de los empleados o las sofisticadas herramientas de gestión algorítmica de Amazon que evalúan cada movimiento de los trabajadores.


Estas tecnologías se utilizan a menudo para reducir la cualificación del trabajo: los empleos se dividen en tareas más específicas y pueden realizarse con menos formación. Como resultado, los trabajadores pasan de ser empleados a ser subcontratados. Las personas que antes tenían empleos estables de clase media se ven abocadas a un mundo más precario en el que los salarios son más bajos y tienen menos poder de decisión sobre las condiciones de su empleo.


Los encargados de etiquetar los datos son la punta del iceberg: una gran (y creciente) industria de "microtrabajadores" en plataformas como Mechanical Turk o Clickworker alimentan la supuesta tecnología automatizada de todas estas empresas tecnológicas. El CEO de Amazon, Jeff Bezos, llegó a definir el uso de trabajadores para hacer que un proceso parezca automatizado como "inteligencia artificial artificial". Para quienes aún conservan empleos de servicios o en almacenes, el espectro de la automatización se esgrime como una espada de Damocles para impedir que presionen por mejores condiciones laborales o salariales.


Mientras tanto, las tecnologías que se despliegan simplemente dan a los empleadores más poder para rastrear todo lo que hacen los trabajadores mientras están trabajando: una realidad laboral miserable. Al analizar esta tendencia en 2015, la periodista Lauren Smiley escribió que se estaba creando un mundo en el que "o eres un miembro de la realeza mimado y aislado... o eres un sirviente del siglo XXI".


No hay duda de que algunas de estas tecnologías proporcionan comodidades a los consumidores o incluso les liberan tiempo para que puedan centrarse en su propio trabajo, pero eso no hace aceptable el trato que reciben los trabajadores de los que dependen. La tecnología podría utilizarse para empoderar a los trabajadores, por ejemplo, dándoles más control sobre su trabajo para que puedan utilizar sus habilidades para tomar decisiones más informadas, pero esos datos a menudo no son compartidos por las empresas.


En lugar de utilizar esta nueva tecnología para el bien, Phil Jones, investigador y autor de "Work Without the Worker: Labour in the Age of Platform Capitalism," (Trabajo sin el trabajador: la mano de obra en la era del capitalismo de plataforma), sostiene que las empresas simplemente despliegan tecnología semiautomatizada para que parezca que los altos cargos o la propia marca merecen todo el mérito por el producto final, en lugar de los empleados humanos que lo han hecho posible. "Los trabajadores desaparecen a la larga sombra de la máquina", escribe Jones, y los clientes no tienen que pensar tanto en cómo se hace la salchicha. Mientras tanto, la calidad de los empleos se degrada.


Las nuevas tecnologías, como la IA, nos ofrecen diversas formas de empoderamiento y liberación: vamos a ser capaces de trabajar de forma más productiva, pasar menos tiempo haciendo nuestras tareas, y cualquier cosa que queramos estará a un clic o un golpecito de distancia. Pero esas promesas nunca ofrecen una imagen exacta de cómo esa tecnología está transformando el mundo que nos rodea o del coste real de esos supuestos beneficios. La automatización puede dar poder a algunas personas, pero en el proceso está haciendo las cosas mucho más difíciles para los trabajadores ocultos que mantienen todo en movimiento.


Paris Marx es escritor especializado en tecnología y presentador del podcast Tech Won't Save Us (La tecnología no nos salvará). Es autor del libro Road to Nowhere: What Silicon Valley Gets Wrong about the Future of Transportation.


Actualidad Laboral / Con información de Business Insider