04-01-2021

En Uruguay, cuatro de cada 10 trabajadores (38%) declaran que el COVID-19 no ha tenido afectaciones en sus rutinas, y siguen trabajando de la misma forma que lo hacían antes de marzo. Así lo revela la última actualización del Monitor Trabajo de Equipos Consultores, en base a la encuesta realizada entre fines de noviembre y comienzos de diciembre.


Según María Julia Acosta, directora del Área de Desarrollo Social de la consultora y responsable de la investigación, el dato recogido en el último sondeo “es una bomba epidemiológica”. Porque por más relativizaciones que se puedan hacer, y por más que se matice “con la cantidad de contactos” que tenga el trabajador, esto explica por qué el Ministerio de Trabajo se encontró, en sus fiscalizaciones, con tantos incumplimientos a las medidas sanitarias.


En este sentido, advierte la investigadora, la ausencia de cambios en las rutinas laborales en plena pandemia “debiera significar una alerta” cuando se complementa con otras evidencias que arroja el Monitor. Por ejemplo: “Hay un 45% de trabajadores que no se ven instados a cumplir con protocolos de higiene”. O que, entre aquellos que trabajaban a menos de un brazo de distancia de sus compañeros previo al COVID-19, solo la cuarta parte dice que ahora trabaja más alejado.


Los cambios que produjo la emergencia sanitaria en el mundo del trabajo -o la aceleración de esos cambios- son “innegables”, dijo el ministro de Trabajo, Pablo Mieres. Pero “estos cambios no afectaron a todos por igual y el estudio (de Equipos Consultores) confirma lo que uno se imaginaba que podía estar sucediendo: los trabajos que requieren un nivel educativo más alto y los empleos que son más intelectuales, tienen mayores facilidades de cumplimiento de los requisitos sanitarios y han modificado más sus rutinas”, sostuvo el jerarca.


Los datos muestran que son los trabajadores que realizan tareas manuales-rutinarias los que manifiestan una menor afectación en la rutina de su jornada laboral: un 46% de ellos declara que su rutina laboral no se ha visto afectada versus un 26% de quienes realizan tareas intelectuales.


Ya en mayo -con el virus dispersado por casi todos los países y en plena discusión filosófica sobre los impactos de la pandemia-, el ensayista surcoreano Byung-Chul Han decía: “Con la COVID-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar. El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que limpian, las vendedoras o los que recogen la basura”.


En Uruguay, hasta el momento, su profecía no se cumplió a rajatabla: las muertes por la infección que causa el virus no estuvieron centradas solo en la población de menos recursos. Pero sí quedó evidenciada la situación diferencial en la que se encuentran los trabajadores.


Las mujeres, por ejemplo, declaran haber tenido que cumplir menos los protocolos de higiene que sus pares hombres (51% contra 58%). También ellas vieron menos afectadas sus rutinas: 36% a 39%. Lo mismo ocurre con el nivel educativo: mientras casi la mitad de los trabajadores que alcanzaron el bachillerato dicen no haber modificado sus rutinas, entre los universitarios solo la quinta parte no cambió su dinámica laboral.


En marzo, casi la mitad de los trabajadores decía que tenía la posibilidad de trabajar desde su casa mediante trabajo remoto. En mayo ya había descendido al 35% los que reconocían tener esa posibilidad. Dos meses después bajaba al 32%. Y en setiembre, al 31%.


Esa misma lógica se dio en las cancelaciones de reuniones presenciales, en la reducción del horario de trabajo, en la disminución de la cantidad de personas por ambiente y un largo etcétera que indagó el Monitor.


Entre fines de noviembre y comienzos de diciembre, cuando se dio la última medición, los resultados evidencian un freno a esa baja de guardia, aunque no necesariamente un quiebre en la tendencia para regresar a los guarismos de marzo.


En el último sondeo, la posibilidad de teletrabajar sigue en el nivel de setiembre: 31%. Sin embargo, aumenta unos puntos el uso obligatorio de mascarilla en los lugares de trabajo: pasó del 71% al 80%.


“En las inspecciones (del ministerio) notamos un mayor cumplimiento, aunque todavía no se está en los niveles deseables”, dijo Mieres. En el último reporte de diciembre, la cartera identificó incumplimientos en la mitad de las empresas y organizaciones visitadas (un descenso de 10 puntos porcentuales en algo más de un mes). Y si bien la mayoría de las infracciones responde a la ausencia de protocolos a la vista o cartelería, “también se encuentran cuestiones más graves como el no uso de tapabocas o la distancia física”.


Mieres reconoció que cuando el gobierno decretó el teletrabajo en las oficinas públicas, en la primera semana de diciembre, “costó mucho dar ese paso y el cumplimiento varió mucho según las oficinas”. Con el alto porcentaje de incumplimiento a la vista, el gobierno insistió en ese punto e instó también a los privados a plegarse.


La temporada supone una oportunidad y un desafío, dice el ministro: “Por un lado, hay más gente de licencia y se descongestionan los espacios laborales. Por el otro, el verano se presta a veces para bajar la guardia y eso es un riesgo”.


Solo un tercio de los trabajadores ocupados a comienzos de diciembre admitió estar trabajando más alejado de sus compañeros que lo que lo hacía previo a la emergencia sanitaria. Y los que trabajaban a menos de un brazo de distancia son, en proporción, los que menos se han distanciado.


Por eso la investigación de Equipos concluye: “En todos los sectores de actividad y tipos de trabajo pueden verse prácticas que evidencian situaciones de riesgo sanitario para los trabajadores”.


Actualidad Laboral / Con información de El País Uruguay