Es probable que si tienes cierta edad, lleves casi la mitad de tu vida trabajando un número determinado de horas a la semana. Aunque varía dependiendo del empleo, se podría dar como estándar las 8 horas diarias (40 semanales). ¿Quién demonios se inventó la norma y qué sentido tiene en la actualidad?
Como veremos a continuación, lo que hoy podría parecer exagerado, hace no tanto fue la salvación de muchos. Quizás así se pueda entender mejor si estamos (o no) en un momento parecido de la historia, un momento de cambio.
La historia parte de la Revolución Industrial, cuando las compañías intentaron maximizar la producción de sus fábricas manteniéndolas en funcionamiento durante tantas horas como fuera posible, por lo general implementando un día de trabajo “de sol a sol” (o 24 horas).
En aquella época los salarios también eran extremadamente bajos, por lo que los mismos trabajadores necesitaban trabajar lo máximo posible en las extenuantes jornadas solo para salir adelante, y esto incluyendo algo que hoy sería punible: el envío de los propios hijos a trabajar en las fábricas en lugar de educarlos.
No sólo eso, con tan poca representación, educación u opciones, los trabajadores de las fábricas también tendían a trabajar bajo unas condiciones horribles. Un día de trabajo típico duraba entre 10 y 17 horas al día, y además, seis días a la semana. Así que dada la situación, hubo un momento en la historia donde alguien decidió dar un paso adelante.
Si hubiera que hablar de un persona en primer lugar, ese sería sin duda el británico Robert Owen, el primero en sugerir un día de trabajo de ocho horas. Para más señas, Owen fue uno de los fundadores del socialismo, y el hombre sentía que el día de trabajo debía dividirse en tres partes, con los trabajadores teniendo el mismo tiempo para ellos y para dormir como lo hacían para el trabajo.
Así, en 1817 comenzó a hacer campaña por ese día laboral de ocho horas para todos los trabajadores. De hecho, se hizo popular acuñando la frase: “Ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso”.
Desafortunadamente para muchos, esto no ocurrió del día a la mañana, aunque durante gran parte del siglo XIX se aprobaron una serie de leyes de fábricas que fueron mejorando constantemente las condiciones de trabajo y reducían las horas para los trabajadores de las propias fábricas.
A las mujeres y los niños en Inglaterra se les concedió el día de diez horas en 1847. Por su parte, los trabajadores franceses ganaron el día de 12 horas después de la Revolución de febrero de 1848. Un día laboral más corto y mejores condiciones de trabajo fueron parte de las protestas generales y la agitación por las reformas de la época y, sobre todo, con la aparición temprana de los sindicatos.
Poco después, la Asociación Internacional de Trabajadores asumió la demanda de un día de ocho horas en su Congreso en Ginebra en 1866, declarando que “la limitación legal de la jornada laboral es una condición preliminar sin la cual todos los intentos posteriores de mejora y emancipación de la clase trabajadora deben demostrar abortivo”, y “El Congreso propone ocho horas como el límite legal de la jornada laboral”. El mismo Karl Marx lo consideró de vital importancia para la salud de los trabajadores, escribiendo en 1866 que:
Al extender la jornada laboral, por lo tanto, la producción capitalista ... no solo produce un deterioro de la fuerza de trabajo humano al robarle su condiciones morales y físicas normales de desarrollo y actividad, también produce el agotamiento prematuro y la muerte de esta fuerza de trabajo misma.
Por cierto, el primer país en adoptar una jornada laboral de ocho horas fue Uruguay. El día de ocho horas fue presentado el 17 de noviembre de 1915 en el gobierno de José Batlle y Ordóñez.
En 1884 apareció la figura de Tom Mann, quién retomó en Gran Bretaña la causa de Owen. Mann formó una “Liga de Ocho Horas” cuyo único objetivo era establecer el día laboral de ocho horas. Su mayor victoria llegó cuando lograron convencer al Congreso de Sindicatos, que representaba a la mayoría de los sindicatos en Gran Bretaña, y establecer la jornada laboral de ocho horas como uno de sus objetivos principales.
El impulso por un día de trabajo más corto comenzó antes en Estados Unidos, en 1791, y los trabajadores en Filadelfia ya habían llamado la atención por un día de trabajo total de diez horas que incluiría dos horas para las comidas. En la década de 1830, la mayoría de la clase trabajadora en Estados Unidos compartía el apoyo a las ocho horas diarias de trabajo, pero aún no tenían el apoyo de los empresarios.
Durante las siguientes décadas, los trabajadores continuaron realizando huelgas, exigiendo horarios de trabajo más cortos y poco a poco las cosas comenzaron a mejorar. El impulso por la causa se aceleró particularmente con la formación de varias “Ligas de Ocho Horas” en Estados Unidos.
En cualquier caso, no fue hasta 1905 que las industrias comenzaron a implementar el día de trabajo de ocho horas por su propia cuenta. Curiosamente, uno de los primeros negocios en implementarlo fue Ford Motor Company, en 1914, que no solo redujo el día de trabajo estándar a ocho horas, sino que también duplicó el salario de sus trabajadores en el proceso.
Para sorpresa de muchas industrias, esto resultó un éxito en la productividad de Ford, quien con menos horas, en realidad aumentó significativamente los márgenes de ganancias duplicándolos en dos años después de implementar el cambio. Esto motivó a otras empresas a adoptar el día laboral más corto de ocho horas como estándar para sus empleados.
Así que ahí lo tenemos. La razón por la que muchos trabajan hoy 8 horas al día no es científica ni está muy pensada. Es simplemente una norma centenaria para ejecutar fábricas de la manera más eficiente.
Por tanto, y marcando de forma simbólica como punto y final de esta lucha de los trabajadores en el año 1937, momento en que se estandarizó en Estados Unidos y se regularon las ocho horas por Ley (e incluso el pago de las horas extras pasadas las 40 semanales), ya ha pasado cerca de un siglo, de hecho, estamos en otro siglo de la historia, ¿tiene sentido que algunas empresas mantengan el mismo modelo que comenzó en el siglo XIX?
Para resolver esta pregunta que no tiene una respuesta clara, se suele recurrir a otra cuestión igual de importante. Parece obvio que saber cuánto tiempo trabaja una persona promedio todos los días tiene poco que ver con cuán eficiente o productivo es. Al menos, eso es lo que me ocurre a mí y a los amigos que he preguntado. Entonces, ¿cuál es la tasa horaria correcta?
Lo cierto es que se suponía que la tecnología nos liberaría de la mayor parte del trabajo diario pero, al menos en parte, empeoró las cosas: en 2002, menos del 10% de los empleados revisaron su correo electrónico laboral fuera del horario de oficina. Hoy, con la ayuda de tabletas y teléfonos, es del 50%, y a menudo antes de que salgamos de la cama.
De hecho, da la sensación de que muchos nunca desconectan del trabajo. Al igual que los teléfonos, parecen cambiar al modo de espera al final del día, mientras se arrastran a la cama exhaustos. Esta infelicidad es especialmente evidente en lo que respecta a las vacaciones. Por poner un ejemplo: en Estados Unidos, una de las economías más ricas del mundo, los empleados tienen la “suerte” de obtener dos semanas libres al año.
Afortunadamente, algo parece estar cambiando al igual que en la Revolución Industrial. Los costes del exceso de trabajo cada vez son más difíciles de ignorar. Ahora, el estrés a largo plazo, la ansiedad y la inactividad prolongada han sido expuestos como posibles asesinos.
Hace unos meses, investigadores del Centro médico de la Universidad de Columbia utilizaron rastreadores de actividad para monitorear a 8.000 trabajadores mayores de 45 años. Los hallazgos fueron sorprendentes. El período promedio de inactividad durante cada día de vigilia fue de 12.3 horas. Los empleados que eran sedentarios por más de 13 horas al día tenían el doble de probabilidades de morir prematuramente que los que estuvieron inactivos durante 11.5 horas.
Los autores concluyeron que sentarse en una oficina por períodos prolongados tiene un efecto similar al fumar y debería incluir una advertencia de salud.
En otro estudio, los investigadores del University College London observaron a 85.000 trabajadores, principalmente hombres y mujeres de mediana edad, y encontraron una correlación entre exceso de trabajo y problemas cardiovasculares, especialmente un latido cardíaco irregular o fibrilación auricular, lo que aumenta las posibilidades de sufrir un derrame cerebral hasta cinco veces.
Los sindicatos también están cada vez más preocupados por el trabajo excesivo, especialmente su impacto en las relaciones y la salud física y mental. En Alemania hace unos meses miles de trabajadores de fábricas de automóviles convocaron una huelga demandando una semana laboral de 28 horas con salarios y condiciones sin cambios.
Decían que, simplemente, no quieren morir antes de tiempo, y menos trabajando. Y no están solos en esta idea, la Universidad Nacional de Australia decía recientemente que trabajar más de 39 horas a la semana es un riesgo para el bienestar.
¿Entonces? Volvemos a la cuestión de antes, ¿existe un nivel de trabajo saludable y aceptable? Una de las últimas investigaciones en Estados Unidos decía que la mayoría de los empleados modernos son productivos durante aproximadamente cuatro horas al día: el resto es puro relleno y una gran cantidad de preocupaciones absurdas. El investigador Lex Kim Pang, autor principal del trabajo, decía que el día de una jornada podría reducirse fácilmente sin menoscabar los niveles de vida o la prosperidad.
Suecia ya lo experimentó. El gobierno sueco financió un experimento en el que unas enfermeras trabajaban seis horas al día mientras seguían recibiendo un salario de ocho horas. ¿El resultado? Menos bajas por enfermedad, menos estrés y un aumento en la productividad.
Decía Anders Ericsson, un experto en psicología del trabajo, que hacia el final del día, el rendimiento comienza a decaer o incluso empeorar, “si estás presionando a las personas mucho más allá de ese tiempo, realmente pueden concentrarse al máximo, pero es muy probable que consigas que adquieran algunos malos hábitos”.
Amazon, posiblemente una de las empresas más criticadas por sus condiciones de trabajo, estuvo probando días y semanas más cortos. El gigante llevó a cabo un experimento con semanas de trabajo de 30 horas en el que unas pocas docenas de empleados comenzaron a trabajar de 10 a.m. a 2 p.m., de lunes a jueves. El grupo ganó el 75% de su salario normal, pero conservó todos los beneficios. Los “agraciados” trabajaron más eficientemente.
Con todo, es posible que si la sociedad se pusiera de acuerdo de nuevo para rebajar las horas de trabajo estándar, habría que tener muy en cuenta otra parte de la ecuación. Más allá de las horas que te pasas trabajando, hay otro factor igual de importante: el hecho de que estés a gusto con lo que haces. De lo contrario, y por muy comprometido que estés con las funciones de la empresa, sentirás que algo se está perdiendo sin remedio mientras le dedicas algo tan valioso como es tu tiempo, tu propia vida.
Actualidad Laboral / Con información de Gizmodo