Fuera de las connotaciones peyorativas y la arrogancia de las 'prima donna' hay un ego positivo que puede ayudarnos en nuestra carrera profesional.

Arrogante, narcisista, obsesionado con la visibilidad, avaricioso del reconocimiento y experto de pacotilla... Más bien un gurú superficial... Así, con todos estos atributos negativos, o sólo con una parte de ellos, pueden llegar a verte los demás cuando hablen de tu ego. Del malo, porque hay uno bueno que nos puede impulsar en la carrera profesional y nos hace -de verdad- mejores.

Hay quien piensa que una buena dosis -que no sobredosis- de ego puede ayudarnos a solventar ciertas situaciones profesionales. Por ejemplo, una entrevista de trabajo. Algunos estudios confirman que una actitud narcisista en ese momento crucial puede suponer alguna ventaja. Aquí la clave está en que a los empleadores les agrada especialmente el candidato que muestra confianza en sus posibilidades y que está convencido de que puede realizar el trabajo para el que se le ha llamado. En todo caso, antes de la entrevista conviene analizar la descripción del puesto. Eso -además del ego- nos dará un plus de seguridad.

El ego tiene una faceta positiva relacionada con la capacidad para detectar nuestras capacidades

Ese ego encendido de forma positiva también te ayudará a la hora de pedir o negociar un aumento de sueldo, y en el caso de solicitar un ascenso o una promoción profesional: en lugar de quedarte esperando la oportunidad, decides dejar que tu ego te eche una mano para hacer públicas tus intenciones.

Plácido Fajardo, socio de Alto Partners Leaders Trust, recuerda que "el ego lleva siempre aparejada una connotación peyorativa, aunque puede verse como algo positivo en aquello que tiene que ver con la autoconciencia de uno mismo, es decir, en la habilidad para detectar las propias capacidades y el impacto que éstas generan a tu alrededor. Parece claro que la inteligencia emocional empieza por tener una autoconciencia, una imagen adecuada de lo que somos".

Fajardo considera que la gente que parte de ahí tiene más facilidad para relacionarse con los demás y para tener empatía, y añade que la conexión emocional con los otros funciona de este modo.

Ser arrogante nunca compensa

Todos somos los mejores en una actividad que amamos y que dominamos; o en una tarea sobre la que sabemos más que nadie. La cuestión no es si somos o no muy buenos, sino cómo nos comportamos, cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos.

Todo esto puede gestionarse desde la arrogancia o con humildad. Esta última fórmula tiene que ver con conocer nuestras propias virtudes y limitaciones.

  • Ser muy bueno en algo también tiene caducidad: saber mucho hoy no garantiza saberlo mañana. El conocimiento de alguien sobresaliente no vive sólo en el cerebro de una persona, sino en el de muchas. Hay que tener en cuenta la inteligencia compartida, porque nunca se termina de aprender.

  • La arrogancia es un disfraz de la sabiduría que nos aleja de lo real y nunca nos conviene. Aunque seas una 'prima donna' profesional, tus decisiones acabarán siendo cada vez más pobres, porque no estarán conectadas con la realidad.

  • Recuerda que cada vez quedan menos puestos individuales. Dependes de los demás y de ciertas especialidades. Sin desarrollar la inteligencia emocional puedes quedar aislado.

  • Es la actitud y no la aptitud lo que determina tu altura profesional. Quien se endiosa termina por crear una realidad paralela, y por debajo de ella sitúa al resto de profesionales.


Actualidad Laboral / Con información de Expansión