¿Se imagina una cena romántica con su pareja en una cárcel? ¿O un almuerzo de trabajo entre rejas? Aunque suene surrealista, algo así ya es posible en Italia. El centro penitenciario de Bollate, en las afueras de la ciudad de Milán, ha inaugurado dentro de la prisión un restaurante abierto al público, donde los camareros y los cocineros son reclusos.
El establecimiento se ha convertido en uno de los más populares de la ciudad, hasta el punto de que es difícil encontrar mesa para cenar. Entre su clientela, jóvenes, ancianos, parejas y ejecutivos. El restaurante se llama como no podía ser de otra forma: In Galera, «en la cárcel» en italiano.
Llegar hasta allí no resulta fácil. La prisión de Bollate se encuentra en la periferia de Milán, cerca del lugar donde se celebró la Expo el año pasado. Ir en transporte público es una odisea, y recurrir al vehículo privado parece casi obligado, aunque eso tampoco facilita el trayecto. Los navegadores se vuelven locos para encontrar la ruta correcta, después de que el trazado de las carreteras en esa zona se modificara con las obras de la Expo. En la entrada de la cárcel tampoco hay ningún cartel que indique por dónde se accede al restaurante. A pesar de eso, la gente va a comer allí y se las apaña para localizar el lugar.
El acceso al restaurante se realiza por la parte más amable del centro penitenciario, si es que una prisión tiene lado amable: la sala donde esperan los familiares de los reclusos los días de visita. Es una estancia pequeña donde hay asientos y máquinas expendedoras de refrescos y chucherías. Una joven vestida con pantalones ceñidos rosas y con tacones altos como andamios introduce monedas en una de las máquinas. La mayoría de las que esperan en la sala son mujeres. También hay unos cuantos niños que corretean. La cárcel tiene 1.200 presos. El 91% son hombres.
La única condición para poder almorzar o cenar en In Galera es haber reservado mesa por teléfono. En la sala de espera para los familiares de los presos, azafatos del centro de formación Scuola Paolo Frisi aguardan al cliente para conducirlo hasta el establecimiento. Sorprendentemente no deberá pasar control de seguridad alguno, ni mostrar su documento de identidad, ni tan siquiera dejar el teléfono móvil ni ninguna de sus pertenencias en la entrada. El restaurante se encuentra a varios centenares de metros del acceso a la prisión, tras un aparcamiento donde hay furgones policiales estacionados.
En la puerta pende un pequeño letrero con el nombre del establecimiento y lo flanquean dos grandes macetas con plantas secas que generan una última incertidumbre sobre qué te vas a encontrar dentro. Pero dentro aparece un local con paredes pintadas con una bonita combinación de colores, suelo de madera, luz cálida, y mesas y sillas a conjunto.
Los camareros visten camisa blanca impoluta y elegante pantalón y chaleco negros, y acuden atentos a recibir al comensal. Aquello no parece una cárcel, ni los empleados, reclusos. «Eso es lo que sorprende más a la gente: lo acogedor del lugar, y la amabilidad y atención del personal», explica Silvia Polleri, presidenta de la cooperativa social ABC La Sapienza in Tavola, que se encarga del restaurante. Aun así, el lugar tampoco intenta disimular que se encuentra dentro de una prisión, e incluso hace sorna de ello.
En sus paredes cuelgan pósters de películas como La fuga de Alcatraz o La gran evasión. Según Polleri, una prisión de Inglaterra dispone de un restaurante similar pero lo han bautizado con un nombre que incluye la palabra «caridad». Dice que eso echa atrás a la clientela. «Lo nuestro es una actividad comercial. Queremos demostrar que la cárcel por primera vez no pide servicios, sino que los ofrece, y que además son servicios de calidad».
La presidenta de ABC La Sapienza in Tavola afirma que el objetivo es que el restaurante consiga tal reputación que los reclusos que trabajan allí puedan conseguir un trabajo fácilmente cuando salgan de la prisión. «Ése es el gran reto. En la actualidad un detenido queda marcado de por vida cuando abandona la cárcel. Es igual que haya estado seis meses o 20 años. Se le cierran todas las puertas. Y es injusto», lamenta.
En In Galera trabajan ocho internos: cuatro como camareros, y cuatro más en cocina. Además hay un chef y un maître profesionales, externos a la cárcel. Polleri asegura que no existe riesgo de fuga. «Los detenidos que trabajan aquí se pueden beneficiar de esta medida alternativa a la cárcel, según el artículo 21 del ordenamiento penitenciario».
«Las celdas de la prisión están más allá, después de una puerta de hierro y un segundo control de seguridad», añade. Los detenidos contratados no pueden usar el móvil, pasan un control de seguridad antes de acceder al restaurante y no está permitido que sus familiares acudan como clientes. Vamos, que escapar de allí sería como una segunda fuga de Alcatraz.
La cooperativa ABC La Sapienza in Tavola trabaja en la formación de reclusos en Bollate desde 2004. Polleri asegura que los detenidos han mejorado muchísimo en todo ese tiempo.
Actualidad Laboral / Con información de El Mundo España