La cualificación y la experiencia no garantizan conseguir un empleo. En España hay 2,5 millones de mujeres que están buscando trabajo sin éxito y, entre ellas, no faltan las que denuncian sufrir discriminación por su aspecto físico: aseguran que, a pesar de cumplir con los requisitos profesionales de las ofertas, son descartadas por "no dar la talla", por no encajar con una determinada imagen comercial. "Estás demasiado gorda para este trabajo" o "lo bien que estarías con unos kilos menos" son solo dos de los comentarios a los que se han enfrentado Elena Andia y Beatriz Romero, dos mujeres que han experimentado en primera persona cómo la apariencia física es determinante o influye para lograr un puesto de cara al público.
A Andia le sucedió al postularse para un puesto en una joyería. Esta catalana de 34 años es licenciada en Geología, dispone de un máster en Geología y Exploración de Reservorios y Sedimentos, una especialización en tallas de gemas y un posgrado especialista en diamantes. Toda una especialista en el ámbito de la joyería, por lo que decidió optar al cargo que se ofertaba en una conocida web de búsqueda de empleo para ser dependienta en una tienda de diamantes. "Buscaban una joyera con experiencia como administrativa y en atención al público, así que eché la solicitud", explica.
La entrevista fue "de lo más normal", incluso el dueño de la joyería le dijo que le gustaba mucho y que le notificarían su decisión "pasados unos días”. Sin embargo, la llamada nunca llegó y Andia decidió tomar la iniciativa. "Cuando le llamé, primero me dijo que tenía el mejor currículo de todas las chicas que se habían presentado, y luego me sugirió que quizá yo encajaba mejor en un perfil de media jornada, porque tenía dos niñas”, relata Andia.
A pesar de que ella le indicó que no tenía ningún problema con el horario, el entrevistador, "convencido por esta parte", pasó directamente a justificar su decisión de no contratarla: "Me aseguró que mi currículo le gustaba mucho y que me veía una chica muy decidida, pero que estaba demasiado gorda para ese trabajo". Además, excusándose en un problema de salud que él mismo había padecido, el joyero se tomó la libertad de recomendar a Andia una dieta: "Me aconsejó que cenara dos o tres yogures desnatados". “Considero que tengo una imagen normal, ni me veo gorda, ni los médicos me consideran obesa”, apunta Andia, para quien en los empleos de cara al público "es más importante el talento, y contar con alguien que sepa de lo que habla y que sea amable, a tener una empleada que sea solo una imagen”.
Comparte esta opinión Iria Vázquez, directora de calidad y servicio de Adecco y especialista en procesos de selección, que califica de “reprobables y hasta denunciables” este tipo de situaciones. No obstante, rebaja el alcance de los hechos al considerar que “se dan cada vez menos, sobre todo en las grandes empresas o multinacionales, porque se mira más con lupa”. En cualquier caso, no descarta completamente que siga sucediendo, “quizás en mayor medida en las pequeñas y medianas empresas”.
Vázquez es consciente de que en negocios que mantienen un contacto directo con el cliente, y especialmente en las tiendas de ropa, se tiene muy en cuenta el producto que se está comercializando, y a partir de ahí se busca al candidato o a la candidata adecuados en función de sus “habilidades”. “Como propias consumidoras, preferimos encontrarnos con un igual en estos puestos, porque pensamos que nos va a aconsejar mejor, así que las empresas se decantan por un perfil u otro, dependiendo del producto que venden, y pensando en el candidato adecuado que pueda ayudar al cliente de la manera más efectiva”, concluye.
Lo que es una realidad es que la mayoría de las vendedoras y dependientas suelen ser delgadas, un hecho que coincide con el tallaje habitual de las grandes superficies de ropa. Así, en marcas como Bershka, Desigual o El Corte Inglés joven, las tallas superiores a una 42 apenas representan el 5% del 'stock'. ¿El resultado? La contratación de personas con tallas superiores es igual de reducida: ni siquiera hay uniformes con tallas para ellas.
Beatriz Romero, politóloga y colaboradora de Weloversize.com, también se ha enfrentado al "filtro" que supone la estética para ciertos puestos. "Soy autónoma por necesidad, pero soy tan precaria que estoy en una constante búsqueda de empleo. En cuanto veo que entre las condiciones de la oferta de trabajo ponen 'buena presencia', la descarto directamente, porque me da pánico tener que enfrentarme a una negativa airosa por culpa de mi peso. Ya bastante duro fue asumir, en su momento, que jamás podría trabajar de camarera, ni en superficies conocidas u otro tipo de tiendas por no cumplir con ciertos cánones estéticos... Ahora que paso de los 30, ni me lo planteo. Como siempre, los beneficios empresariales están por delante de los seres humanos”, relata. Además, reconoce haber recibido “comentarios buenrolleros” y “muy paternalistas” sobre lo bien que estaría “con unos kilos menos”.
El 29,6% de trabajadoras, en el sector servicios
El perfil de una trabajadora en España es el de una mujer asalariada y ocupada en el sector servicios y las ventas. En concreto, hay 2,5 millones de mujeres que ejercen como camareras, peluqueras, dependientas y azafatas, y representan el 29,6% del total de trabajadoras, según los datos del INE. "Estadísticamente, hay más mujeres que hombres trabajando de cara al público”, destaca Iria Vázquez.
Pero ¿el factor estético pesa también en los hombres que optan a este tipo de empleos? José Luis Moreno Pestaña, profesor de la Universidad de Cádiz y autor del libro 'La cara oscura del capital erótico: capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios' , apunta que los puestos de cara al público están “abrumadoramente feminizados” y la presión estética sobre las mujeres es muy superior a la que se exige a los hombres.
"El entrenamiento comienza muy pronto, durante todo el proceso de socialización. Como a todos los grupos dominados, se les asignan virtudes ambiguas: la belleza sirve para descalificar tanto como para halagar”. En este punto coincide Beatriz Romero, que asegura que a la mujer siempre se le exige mucho más: “Se nos exige ser jóvenes, llevar maquillaje, determinado tipo de ropa y estilo... Parece que hasta para trabajar tenemos que ser obedientes y sumisas”.
iscriminación gordofóbica”, que, en su opinión, afecta a la autoestima de quien padece obesidad o sobrepeso, y que en algunas ocasiones puede conducir incluso a caer en “una espiral autodestructiva”. “Se considera que las personas gordas lo son porque quieren, porque son unas dejadas y unas vagas, ninguneando los trastornos psicológicos relacionados con la obesidad”, concluye.
Mantener un tipo de aspecto físico “comercial” y “atractivo”, según apunta Moreno Pestaña, discrimina de forma machista a la mujer, haciéndolas creer que si tienen cuerpos con tallas más grandes ya no son aptas para el cargo, lo que incluso puede ser un factor en el desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria (TCA): “Lo absolutamente abominable son exigencias de transformación morfológica dura, como la delgadez. Es tan brutal como si exigiéramos a personas morenas ser rubias o a una tez aceitunada volverse clara”, asevera.
Actualidad Laboral / Con información de El Confidencial