La tradicional semana laboral de cinco días está por cumplir cien años de vida. Son varios los académicos y especialistas en gestión de talento que le atribuyen a Henry Ford, el emblemático empresario automotriz estadounidense, el impulso a la jornada de trabajo de ocho horas diarias bajo este esquema a finales de septiembre de 1926.
Y si bien la jornada laboral de cinco días consecutivos no es una regla general en todo el mundo, sí es uno de los esquemas más comunes.
En los últimos años empezaron a surgir voces que comenzaron a cuestionarse si se justifica trabajar cinco días a la semana. Microsoft, en Japón, fue una de las primeras empresas en alzar la mano para implementar un programa piloto para reducir la jornada a cuatro días semanales y documentó un aumento de hasta 40% en los niveles de productividad.
Entonces vino una pandemia que irrumpió en el mercado laboral y aceleró muchos procesos de transformación de cultura laboral con esquemas de flexibilidad y una mayor exigencia de las personas trabajadoras para tener empleos que les permitieran disponer de más tiempo libre. A los pocos meses de que aterrizara la emergencia sanitaria, Unilever, en Nueva Zelanda, decidió implementar el modelo de cuatro días laborales y tres de descanso.
La ola de la semana laboral de cuatro días llegó este año al Reino Unido y un grupo de más de 70 empresas se sumó a un programa para implementar por seis meses el esquema y medir los resultados de la mano de investigadores del Boston College y de las universidades de Cambridge y de Oxford. El experimento comenzó en junio de este año y ya se presentaron los datos preliminares del corte de caja a la mitad del proyecto.
Algunos de los resultados observados son los siguientes:
Productividad ha sido un término recurrente utilizado en los 30 meses de pandemia cuando de justificar los esquemas de trabajo flexible se ha tratado. La semana laboral de cuatro días, en la mayoría de los casos, ha ido comprobando que este indicador clave no se ha visto afectado. En el caso del Reino Unido solamente el 5% de las empresas ha tenido un impacto negativo.
Y si bien el experimento laboral no se puede replicar en todas las industrias debido a las características particulares de cada una, todo parece indicar que no se pierde mucho al hacer pruebas que permitan medir con datos concretos el impacto en los sectores en los que sí se puede.
Como dice Henry Ford ("La jornada de ocho horas no es el fin último, tampoco lo es la semana de cinco días”), la jornada tradicional que hoy tenemos no es la última palabra en el diseño del trabajo. Y si algo nos enseñó la covid-19, es que sí podemos cambiar las formas en las que trabajamos, antes fue para mantener en operación las empresas en medio del confinamiento y asegurar los resultados, ahora valdría la pena intentarlo por el bienestar de las personas que están detrás de esos resultados y el deseo de tener más control sobre las diferentes facetas de la vida.
Actualidad Laboral / Con información de El Economista México