Hay un 'trabajo invisible' que hace que el mundo funcione. Es todo aquel que queda de puertas para adentro: limpiar, cocinar, cuidar de los hijos, los abuelos. La inmensa mayoría de las personas que lo ejercen son mujeres y lo hacen sin cobrar. Este tipo de trabajo, llamado trabajo de cuidado o trabajo reproductivo, está en la raíz de muchas de las desigualdades de género. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres se dedican a esta labor 3,2 veces más tiempo que los hombres, dejándolas con menos espacio para dedicarse a una vida profesional. Las consecuencias: mujeres más empobrecidas y con menos representación en los trabajos y cargos de poder.
"Las mujeres están en la base de la economía: son sus trabajos no retribuidos los que permiten que todo lo demás funcione", explica a France 24 Elena Idoate Ibáñez, del Seminario de Economía Crítica Taifa. Así, las mujeres asumen el trabajo reproductivo para que los hombres vayan a "trabajar en los centros de producción". Para la economista, el sistema capitalista actual invisibiliza estas labores de cuidado porque "no puede asumir" su costo real.
Las cifras de la OIT son contundentes. Las mujeres se encargan del 76,2% de todo el trabajo de cuidados no remunerado. De media, cada mujer le dedica 4 horas y 25 minutos al día a este tipo de tareas, frente a 1 hora y 23 minutos en el caso de los hombres. Si esta dedicación se cobrara, representaría el 9% del PIB -producto interno bruto- mundial, lo que equivale a 11 billones de dólares.
"Yo empecé a ejercer este trabajo hace más o menos 20 años". Habla Ana Salamanca, trabajadora doméstica que preside el Sindicato de Trabajadoras del Hogar e Independientes (Sintrahin), en Colombia. "Es lo que hacemos desde niñas, es lo primero que nos enseñaron. Para nosotras es lo más fácil para ejercer y que nos contraten", explica. Salamanca es una de las mujeres que convierte las tareas de cuidado en su empleo remunerado, aunque no olvida que a ella solo le pagan cuando va a trabajar a otro hogar: "Luego está el que hago yo en mi casa". En América Latina, tres cuartas partes del total de trabajadores en este sector son mujeres y, a consecuencia de la desvalorización de su empleo, suelen trabajar en condiciones precarias.
"Nos tienen que pagar por bajo un salario mínimo", que en Colombia equivale a unos 280 dólares mensuales. Sin embargo, Salamanca denuncia que el empleador suele darles "mucho menos (...). A veces no nos alcanza para nada, no hay seguridad social donde nos podamos afiliar", agrega. "Los empleadores no ven esto como un trabajo sino como 'la señora que viene a ayudar' (...). Tenemos una discriminación laboral en la que trabajamos más y cobramos menos".
Esa visión que denuncia Salamanca permea la vida de las mujeres en las labores domésticas, ya sean remuneradas o no. Menos tiempo para dedicarle al trabajo formal y empleos precarios, termina siendo la fórmula perfecta para crear la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres. La OIT calcula que las mujeres ganan en promedio un 16% menos que los hombres por hora trabajada. Esta diferencia aumenta hasta el 22% cuando se comparan los ingresos mensuales. En América Latina, las mujeres también están en desventaja. Aún con la misma edad, educación, hijos y tipo de trabajo, ganan un 17% menos que los hombres. La OIT remarca que esta brecha es "especialmente prevalente en los empleos informales", en una región donde precisamente la informalidad laboral es elevada.
Mario Castillo, responsable de la División de Asuntos de Género de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), subraya que "gran parte del sector del cuidado es informal" en la región; y la dedicación de las mujeres a estas actividades, "explica su baja participación" en "el mercado laboral". De hecho, poco más de la mitad de las mujeres latinoamericanas llegan a participar en el mercado laboral, mientras que tres cuartas partes de los hombres lo hacen.
Elena Idoate lo expone así: "Si no primas tu carrera profesional, es muy difícil que accedas a trabajos fijos o a tiempo completo. Lo más común es que las mujeres encadenen trabajos temporales, puntuales, informales (...). Además, las mujeres acceden a determinados sectores laborales, en las categorías más bajas, y sus convenios están peor pagados, con lo cual tenemos una discriminación laboral en la que trabajamos más y cobramos menos". Las consecuencias de trabajar menos y en empleos de peor calidad es clara: las mujeres son más pobres. Según ONU Mujeres, por cada 100 hombres que viven en pobreza extrema en América Latina hay 132 mujeres. Y es que el mercado laboral, suele dejar a la mujer "en una situación mucho más vulnerable", al tener que "recurrir más a la economía informal o a los servicios sociales", según Idoate.
Mario Castillo recuerda que reconocer el trabajo doméstico y estrechar la brecha salarial es "uno de los grandes desafíos de las políticas públicas; no solo para garantizar un ingreso laboral permanente sino también" para que, "después de una edad avanzada, las mujeres puedan acceder a un sistema de pensiones que les permita subsistir". Idoate, por su parte, reflexiona que al fin y al cabo la brecha salarial "es un síntoma de un problema más profundo", que es la división sexual del trabajo. Por eso se pregunta si el objetivo es, "cobrar lo mismo que los hombres" o si por el contrario, los cambios deberían enfocarse a que "el reparto de los trabajos sea consciente"; que el trabajo de cuidados "se reconozca" y se "socialice" para atajar el problema de raíz.
La paridad, un horizonte lejano
Sin embargo, es difícil avanzar en políticas que tengan en cuenta estos factores cuando las mujeres, aún tienen dificultades para acceder a lugares de poder. La paridad en el poder Legislativo y Ejecutivo de América Latina está lejos de cumplirse: solo hay cinco países donde la cantidad de mujeres en los Congresos superan el 40% y únicamente Cuba y Bolivia, tienen más políticas que políticos sentadas en las curules, con un 53% de representación femenina. En Brasil y Paraguay solo el 15% del Legislativo son mujeres. Lo mismo pasa con los Gobiernos: solo cinco Ejecutivos latinoamericanos tienen más del 40% de ministras o vicepresidentas y ninguno cuenta con una mujer al frente del país; exceptuando a la presidenta encargada de Bolivia, Jeanine Áñez, que también se presenta a los comicios presidenciales del próximo mayo.
Igual que en el caso de la brecha salarial, la desigualdad a la hora de asumir el trabajo de cuidados está en el origen de la disparidad: las mujeres no tienen tanto tiempo para dedicarse a una carrera profesional que les permita alcanzar puestos de poder, tanto en el sector público como el privado. La mayor parte de países latinoamericanos tienen alrededor de una mujer por cada diez personas en las direcciones de las empresas privadas, por ejemplo.
Algunos países han impulsado leyes de paridad para mejorar la situación, como Bolivia y Argentina, que obligan a que las listas de los partidos que se presentan al poder Legislativo sean listas "cremallera"; es decir, que intercalen a un candidato hombre y mujer. Para la argentina Raquel Vivanco, del movimiento Marea Feminista Popular y Disidente y que asumirá esta legislatura como Directora del Observatorio de las Violencias y Desigualdades de género del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad; la primera ley de paridad del país "trajo consigo la incorporación en la agenda de temas muy sensibles para las mujeres, diversidades y disidencias", ya que el Congreso impulsó leyes contra la violencia machista, a favor de la educación sexual y del matrimonio igualitario.
"Claramente nuestra participación trae consigo, inmediatamente, muchos temas que si no estuviéramos nosotras no se incorporarían al debate parlamentario. Por lo tanto, estaríamos seguramente en peores condiciones a la hora de hablar de reconocimiento de derechos", agrega. Sin embargo, los obstáculos para la representación de las mujeres persisten. "La mayoría de las listas fueron encabezadas por hombres, lo que denota la resistencia que existe aún en nuestros días en ceder liderazgo y otorgarle relevancia a las mujeres en la política", destaca Vivanco. La activista y política reconoce que "aún no se ha conquistado la paridad en los distintos niveles de toma de decisiones del Estado". En Argentina, las mujeres representan el 24% del gabinete.
El camino hacia la equidad es largo. El último informe del Foro Económico Mundial sobre la brecha de género augura que, ni Raquel Vivanco ni Elena Idoate alcanzarán a ver la igualdad formal entre hombres y mujeres. Tampoco Ana Salamanca, quien ha dedicado su vida a sostener un sistema que necesita de su trabajo doméstico para funcionar sin reconocerlo de manera justa. Al menos cien años es lo que deberá esperar el mundo para ver cerrarse la brecha.
Actualidad Laboral / Con información de France 24 - Mar Romero